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ALEJANDRO ARMENGOL: Cuba y Venezuela: escasez y represión
Alejandro Armengol
         El presidente venezolano Nicolás Maduro ha aprendido muy bien la  lección que le enseñaron en La Habana: recurrir a la escasez como una  forma de represión.
Maduro lanzó una campaña de “saqueos  controlados” y recortes obligatorios de precios bajo amenaza de arresto  que ha enardecido al populacho, aunque el resultado final de este  latrocinio es que los estantes de los establecimientos se quedan vacíos.
La  maniobra no sólo le brinda una recompensa inmediata, propia de  cualquier estrategia populista, de satisfacer anhelos y necesidades de  una población de bajos recursos. Al repartir lo que no es suyo ni del  Estado venezolano, Maduro se apunta un tanto alimentando envidias.     
     Sin embargo, los objetivos de largo alcance son aún más  perjudiciales para el pueblo venezolano. Se trata de hacer girar la vida  del ciudadano común alrededor de la necesidad imperiosa de adquirir lo  necesario para sobrevivir. Los cubanos conocen muy bien esto: el  “resolver” diario de productos a la vuelta de pocas semanas.
En un  proceso que tiene como única razón de existencia el perpetuar en el  poder a un reducido grupo, el mecanismo de represión invade todas las  esferas de la forma más descarnada, y sin tener que detenerse en los  tapujos de supuestos objetivos sociales, que en el proceso cubano  desaparecieron o pasaron a un segundo o tercer plano hace ya largo  tiempo.
En una ocasión, Fidel Castro le afirmó a un oficial de  alto rango de la seguridad del Estado cubana que la conducta del  gobierno chino en la plaza de Tiananmen demostraba que no sabía como  reprimir al pueblo de forma adecuada, y por lo tanto éste se había visto  forzado a la “dolorosa y poco placentera” tarea de “eliminar” a miles  de sus ciudadanos.
Además de la represión preventiva, el régimen  se ha valido de otros medios para impedir que los cubanos se rebelen.  Uno de ellos, utilizado por décadas, ha sido la escasez. La falta desde  alimentos hasta una vivienda o un automóvil ha sido utilizada, tanto  para alimentar la envidia y el resentimiento, como en ocupar buena parte  de la vida cotidiana de los cubanos. Ahora Maduro transita el mismo  camino.
En tal situación, la corrupción y el delito han reinado  durante cincuenta años de proceso revolucionario. La escasez actúa a la  vez como fuerza motivadora para el delito y camisa de fuerza que impide  el desarrollo de otras actividades. No se trata de justificar lo mal  hecho, sino de aclarar sus circunstancias. En resumidas cuentas, un  análisis marxista de la crisis económica permanente que existe en la  isla no debe excluir al mercado negro, la corrupción y el delito como  importantes fuerzas de un mercado informal pero poderoso.
De ahí  que resulte apropiado hablar de dos fuerzas opositoras frente al  gobierno cubano. Hay otra disidencia en la isla. No son hombres y  mujeres valientes que desafían el poder, porque forman parte del mismo.  No gritan verdades, ya que se ocultan en la mentira. Ni siquiera se  mueven en las sombras. Habitan en el engaño. Son los miles de  funcionarios menores –y algunos no tan menores– que desde hace años  desean un cambio, pero al mismo tiempo no hacen nada por conseguirlo. No  por ello dejan de realizar una labor de zapa, por supuesto que para  beneficio personal, que perjudica al gobierno.
En Venezuela está  ocurriendo lo mismo. Las acusaciones de corrupción que lanza el poder  chavista casi siempre son selectivas y con un claro objetivo político:  desprestigiar a los opositores.
El régimen cubano siempre ha  empleado a su conveniencia la distinción entre delito común y delito  político. En una época todos los presos comunes estaban en la cárcel por  ser contrarrevolucionarios, porque matar una gallina era una actividad  contraria a la seguridad del país. Muchas veces a los opositores se les  ha acusado de vagos y delincuentes. 
La escasez también ha sido  usada para incrementar la delación y la desconfianza, a partir de la  ausencia de un futuro en la población manipulada como el medio ideal  para alimentar la fatalidad, el cruzarse de brazos y la espera ante lo  inevitable.
Hay que agregar además que, tanto en La Habana como en  Caracas, al régimen no le basta con castigar a los independientes,  quiere matar su ejemplo, enfangar su prestigio.
Con su vida  fundamentada sobre el principio de la escasez, tanto económica como  sicológica, tras el primero de enero de 1959 el cubano vive presa de la  corrupción, que detesta y practica con igual fuerza. Desde los primeros  fusilamientos hasta la Causa No. 1, es justificación y escape, motivo de  envidia y rencor. El régimen de La Habana ha logrado como ningún otro  gobierno anterior explotar la dicotomía de la falta de lo necesario para  sobrevivir, y la corrupción actuando de respuesta para conseguirlo,  como instrumentos represivos. Una penosa realidad que se repite ahora,  al pie de la letra, en Venezuela.  
 
 
 
 
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