EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO
El derrocamiento de Allende estuvo en algunas agendas desde el  mismo momento en que ganó las elecciones. El gobierno de la Unidad  Popular fue, desde sus inicios, sometido a un plan de desestabilización  patrocinado por el gobierno americano y con el involucramiento activo de  empresas transnacionales y de la derecha local. Boicots parlamentarios,  huelgas empresariales, atentados, asesinatos, sabotajes terroristas,  conspiraciones militares, etc., fueron hechos frecuentes entre 1970 y  1973. Sobre todo esto existe una extensa y comprobada documentación. El  deterioro económico de Chile durante Allende no fue simplemente, como  advierten los voceros neoliberales, un fracaso de un modelo de  inspiración marxista (en realidad Allende fue notablemente keynesiano y  cepalino) sino también el producto de una acción subversiva deliberada.
El  golpe de estado de Pinochet —que contó con el apoyo de toda la derecha  “democrática” a excepción de una fracción de la democracia cristiana— no  solo produjo una represión criminal que asesinó, desapareció, torturó,  desterró o encarceló a varias decenas de miles de chilenos. También  desmanteló la briosa sociedad civil chilena y dejó a la población del  país en condiciones de indefensión frente al capital y a sus aliados  golpistas. Los que, con Pinochet a la cabeza, no solo  salvaron-a-la-patria-del-comunismo, sino que también engrosaron sus  fortunas mediante una corrupción desenfrenada que aun hoy avergüenza a  los pulcros militares chilenos.
Y fue esta indefensión uno de los  pilares del milagro económico chileno. No se trata solamente de que  hayan atraído capital extranjero con legislaciones positivas, sino de  que entre los atractivos ofrecidos estaba el desmantelamiento del  sistema de servicios sociales construido a lo largo de un siglo, de los  sindicatos y otras organizaciones populares, y de los derechos a la  protesta y la resistencia. Pinochet y sus tecnócratas neoliberales no  solamente mataron varios miles de chilenos, sino también a todo un orden  social con un costo terrible para la mayoría de la población. Y no es  exacto decir que su claque más íntima haya renunciado al poder cuando  perdió el plebiscito: solo lo hizo cuando la élite militar se dividió y  la presión internacional se hizo agobiante.
Pinochet dejó a los  chilenos una economía que efectivamente crece, pero un sistema que ubica  a Chile entre los países más desiguales del planeta. Es decir, les dejó  una economía que funciona muy bien para una minoría muy reducida que  acumula; algo bien para una clase media endeudada y atareada pero que  visita los grandes centros comerciales; y muy deficientemente para una  mayoría que pervive en medio de severas limitaciones. Y creo que se  trata de una economía más desigual que la cubana, cuyo problema (por el  momento) no es la desigualdad sino el estancamiento y la mediocridad que  aniquilan las energías sociales.
Creo que el fenómeno político  llamado Concertación, ahora devenido Nueva Mayoría al incluir a los  comunistas, ha sido la lógica reacción de una sociedad que pide un lugar  bajo el sol. La Concertación pudo reducir sustancialmente la pobreza,  rehabilitar una serie de servicios sociales tras el estropicio  neoliberal pinochetista y consolidar espacios democráticos y de  concertación. Y todo ello ha sido muy positivo, pero dejó en pie núcleos  duros de exclusión social, la mercantilización de los servicios  sociales y un sistema fiscal regresivo y atrasado.
La sociedad  chilena le ha pedido a Bachelet dar un paso más allá. No le ha pedido  ensayar un experimento socialista —esa no es la agenda, como si fue la  de Allende— pero sí dejar atrás al neoliberalismo mediante medidas  redistributivas y democráticas. Y en particular mediante una reforma  educacional que saque la educación de la vulgaridad mercantil y lo  instituya como derecho social;  una reforma fiscal que haga pagar más a los que más ganan; y una nueva  constitución que deje atrás la actual carta magna elaborada bajo la  sombra de las bayonetas, y que resulta una de las más atrasadas del  continente.
Respecto a Evo Morales, trataré de ser indulgente. El  conflicto con Chile es parte del consenso patriotero nacional que la  élite política boliviana usa cada día. Y la exaltación del ALBA es una  manera de participar mejor en los excedentes petroleros venezolanos.  Para Evo Morales eso de atacar al presidente chileno y de paso ensalzar  al ALBA es un negocio redituable. Es mejor ni mirarlo, simplemente para  que se calle. Al final, no creo que en términos prácticos (retórica a un  lado) las políticas de Evo Morales sean mucho más “socialistas” que las  de Bachelet.
Por todo ello, creo que hay que desearle muchos  éxitos a Bachelet y a su equipo en este empeño de construir un Chile  mejor para todos, y no solo para el 1 % que detenta el 30 % del ingreso.
Mirar a Chile, sus éxitos y sus dificultades, pudiera ser una buena oportunidad para que los cubanos imaginemos nuestro futuro.
 
 
 
 
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