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Guillermo Cabrera Infante, un escritor reidor.
No existe un solo libro de Guillermo Cabrera Infante con  el que no haya “leído” a carcajadas. Donde escribí “leído” debió decir  “reído”, claro, pero es que cuando leo al autor cubano también río a  mandíbula batiente con cada una de sus ocurrencias anecdóticas,  reflexivas o lingüísticas. De tal modo aprendí, leyéndolo y riéndome,  que La Habana era una ciudad plena de euforia, luminosa, rítmica y  sonriente, que la capital donde yo había nacido y crecido nada tenía que  ver con el espectáculo angustioso cotidiano en el que nos sumieron los  demiurgos del apocalipsis revolucionario, y sus protagonistas: el  pueblo, sus dirigentes, y tao, tao, tao… No voy a entrar en la muela  bizca de la que ya estarán hartos.
Acabo  de releer ‘Mapa dibujado por un espía’ -publicada por Galaxia  Gutenberg y editada por uno de los mejores editores, Antoni Munné- y me  cuesta escribir, y hasta evocarla y pensar en ella, porque sigo  enmarañada en la profunda tristeza que emana palabra a palabra de este  texto laberíntico, y lo que es mejor, que no peor, tampoco deseo  liberarme de la melancolía en la que me ha hundido. Ya saben que a mí me  gusta llorar con el buen cine y me encanta reírme con la buena  literatura. Sin embargo, con esta novela me ha ocurrido algo muy  distinto: ni risa ni llanto; sino una especie de escozor que recorría mi  espina dorsal mientras la leía apesadumbrada, con los dientes  apretados. Ira y congoja. Sensaciones extrañas de las que no puedo y no  ansío despojarme. Porque pese a la enorme depresión que se atisba y  destila de la escritura de Guillermo Cabrera Infante advierto que hasta  la melancolía de aquella época, con todos sus errores y horrores, lucía  un sello de elegancia, de distinción sosegada, de carácter emblemático, y  hasta eso, ese tipo de anonadamiento, se ha perdido en Cuba. Se perdió  la risa, se acabó la melodía, se apagó la ciudad (desmoronándose a  puñados), se largaron los mejores artistas, los mejores en todo, o sea  los alegres. La patética amargura reemplazó a la poética aflicción. La  memoria varada entonces en el terreno de lo antaño, no sirvió más que  para mea culpas, arrepentimientos, subterfugios.
Esta novela nada tiene que ver con mea culpas, ni con ‘Mea Cuba’,  dicho sea de paso; un libro que también fue ocultado, no por el autor,  sino por los censores de turno fuera de Cuba al servicio del tirano de  la isla.
Debo  pautar en una pausa que, de las tantas veces que visité a  Guillermo Cabrera Infante y a Miriam Gómez no recuerdo ninguna empañada  por la agonía de la nostalgia, no los recuerdo jamás hundidos en la  morriña. Por el contrario, viviendo en el corazón de Londres, rodeados  de gran cantidad de libros, de las mejores librerías y museos, de  tiendas y restaurantes para escoger, en esa casa que todavía hoy visito  siempre se respiró y se respira la Cuba extraviada y hallada en aquel  rincón, en pocos rincones del mundo, menos en la isla misma, y una  maravillosa alegría. Nunca he conocido una pareja más cómica, más  inteligente, más reidora que Miriam y Guillermo. Y ahora, en la ausencia  de Guillermo, Miriam se ha propuesto continuar ese alborozo tan cubano,  ese júbilo tan productivo, trabajando en los manuscritos que escribió  su esposo en el exilio. Porque Guillermo Cabrera Infante escribió la  mayor parte de su obra en el exilio, al igual que José Martí, Cirilo Villaverde y Gertrudis Gómez de Avellaneda, y numerosos escritores exiliados desde el año 1959 hasta la fecha.
Uno  de los engaños que no perdonaré nunca al régimen castrista es que nos  haya querido inculcar, mediante trampas y chantajes, que solamente la  literatura y el arte (por llamarlo de alguna manera) que se produce en  Cuba poseen un auténtico valor, pese a que la mediocridad, la  pusilanimidad, el servilismo, y el cretinismo inundaron la creación y  ofuscaron el pensamiento. Pese a que la gran obra cubana de todos los  tiempos y de los grandes escritores, poetas, pintores, músicos,  filósofos -desde el siglo XIX hasta hoy- se ha construido en el exilio.  Haya sido compuesta en la época en la que lo haya sido. Pero no entraré  en esos temas, que ya aburren –como indiqué al inicio-, sobre todo para  los que nos pasamos la vida conversando acerca de ellos; temas de los  que todavía muchos no quieren enterarse, como canta el bolero: “por pura  cobardía”.
Otra  de las fabulaciones del castrismo, de las mentiras y calumnias de sus  esbirros, ha sido los de regar, o sea, divulgar que tanto Cabrera  Infante y Reinaldo Arenas  eran seres llenos de odio y acomplejados ( por cierto, lo mismo que  dicen de mí), lo que, como supondrán, me sume en el orgullo, y me  compromete  e impulsa a continuar con inmenso amor y honor. ¡Odio y  complejo! Todo lo opuesto a lo que podemos apreciar en esas obras:  generosidad, ternura, dolor, tristeza, valentía, vida y libertad.
‘Mapa  dibujado por un espía’ es, tal como anuncia su prólogo, una novela  inacabada, escondida púdica y secretamente por el escritor. La única  novela no leída por Miriam Gómez hasta su edición. Pero incluso siendo  un texto inacabado su grandeza es incalculable, no sólo por su calidad  literaria, qué duda cabe, sino porque por encima de todo se trata de un  testimonio muy personal, íntimo. La última desgarradora aventura de un  escritor acorralado en su país, y no de cualquier escritor. De alguien  que se sintió culpable por haber creído y, pudo por fin, fugarse para no  seguir sintiéndose responsable después de haber reído, y hasta después  de haber leído, como tantos de los que nos tuvimos que quedar.
El primer exergo del libro pertenece a Ernest Hemingway y  cito: “Tú no eres realmente uno de ellos sino un espía en su país”.  Nada más transparente que esa breve introducción. Aunque  Guillermo Cabrera Infante pudo quedarse y seguir siendo uno de ellos,  cómodamente, debido a sus orígenes humildes, y por su procedencia de una  familia comunista, eligió partir hacia la libertad antes que vivir  encadenado a la mentira y quedar esclavo de la vigilancia en un país que  ya no era el suyo, sino el de “ellos”, el de “ésos”: los odiadores  reales. Impuestos el odio y la maldad, el fracaso estaba asegurado, como  ha sido, rotundo. Esta novela es la máxima prueba del gran fracaso que  constituyó esa revolución, una prueba de primera mano.
Aun  después de haber leído y sufrido con esta reciente obra de Cabrera  Infante, sigo y seguiré sosteniendo que su autor era un escritor reidor.  ¿Por qué? Pues porque amaba la verdad. Y tal como nos afirman Bergson y  Heinrich Böll, en su cuento El reidor,  sólo los dueños de la verdad, que la conquistaron con esfuerzo, poesía,  y padecimiento, son reidores sofisticados, exquisitos y legítimos. Ni  una sola obra de los odiadores, ni una frase redactada por los  maldicientes, ni una sílaba de los imitadores, posee la altura de ‘Mapa  dibujado por un espía’, ya que, reitero, no se trata exclusivamente del  testimonio individual del autor, se trata de un fragmento tenebroso de  la historia de Cuba que ahora los culpables, muy fétidamente, se  disponen a borrar de un tachón: la época del espanto.
La  paradoja, o “parajoda”, como bromeaba Guillermo, radica en que medio  siglo más tarde, el tiempo y la razón están por fin del lado de los que  con toda evidencia la tenían, de los silenciados y humillados. Publicar  esta novela no sólo ha sido un hermoso gesto de justicia, además  restituye la verdad escamoteada una y otra vez. Pone al descubierto la  sombría falacia, muestra la basura barrida bajo la alfombra. Y le da un  tapaboca a los ingratos y traidores.
Afortunadamente  Guillermo Cabrera Infante sigue perpetuándose en ese reidor que no  pocos conocimos, aunque no exactamente como el reidor profesional del  cuento de Böll, sino como todos esos reidores que tuvo Cuba en el  pasado, que reían porque buscaban y hallaron la verdad, porque como  canta el verso de Lezama: nacer allí todavía era “una fiesta  innombrable”, y nunca renegaron de sus orígenes.
        Zoé Valdés.
 
 
 
 
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