Posted on agosto 12, 2013 by Mario B.
Ni yo mismo comprendo hasta donde incidieron para el resto de mi vida esos casi ocho meses, del 30 de noviembre de 1993 al 28 de julio de 1994, cuando fui usado como mano de obra barata y segura, expuesto a trabajos forzados en las zafras del cítrico para reportar cuantiosos beneficios económicos al régimen cubano y al Grupo B.M. y Waknine & Berezovsky Co. Ltd. Ahora al paso de los años entiendo que era un capítulo que Dios tenía para mí. Las experiencias allí vividas tienen que ver mucho más allá de lo que imagino con todo cuanto desde entonces he sido y he hecho.
El amigo Omar López Montenegro a quien conocí el pasado junio en mi viaje a Polonia narra con emoción una experiencia suya en el famoso Preuniversitario de la Víbora, sitio inmortalizado también gracias a otro de sus egresados, el escritor Leonardo Padura Fuentes, quien convirtió este mítico lugar en el origen de las zagas para su personaje policíaco Mario Conde. La resistencia noviolenta pero mancomunada de Omar y otros amigos impidió que unos cancerberos lograran cortarles sus cabellos largos en una época de movilización en el campo. Yo viví algo similar en el Boom 400 del EJT y por encima de todos los desmanes vividos esto me acompañará para siempre.
Tras andar y desandar tres meses entre los campos de concentración contiguos a los poblados de Torrientes y San José de Marcos se nos hizo regresar al de Socorro en Pedro Betancourt. Supuestamente desde este Boom 400 que era nuestro campamento original debían habernos llegado los avituallamientos que se nos asignaban pero nada recibimos durante aquellos tres meses en que anduvimos deambulando en una supuesta misión cuyas altas metas de trabajo jamás cumplimos. Durante aquellos tres meses no tuvimos siquiera un pase para ir a nuestras casas. Dábamos lástima. Nuestra ropa estaba sucia y andrajosa a más no poder. La mayoría andábamos descalzos, unos pocos con unas botas rotas. Uno de los generales Acebedos anduvo de inspecciones por allí y nos llamó «los descamisados», y un relajado capitán en el campamento junto a Torrientes, parece que movido por la compasión nos dijo señalándonos su inmensa panza: «No se desanimen muchachos, esta barriga la eché yo en el ejército».
De regreso a nuestro campamento de origen teníamos la esperanza de que las cosas cambiasen pero al llegar nos encontramos a un nuevo jefe de unidad: un capitán de la Marina que castigaron enviando al EJT. Ya me había dado cuenta de esta otra característica de este ejército invicto: era el sitio de castigo para oficiales del MININT, las FAR y hasta de la Marina. El recibimiento del oficial para nosotros fue informarnos que acabábamos de llegar al Boom 400 y que todo lo que exigíamos teníamos que ganárnoslo. La respuesta adicional a nuestras inquietudes fue la entrega de inmensos machetes chinos amellados y tras un miserable almuerzo se nos hizo ir a unos marabusales que debíamos desmontar y preparar para la siembra de cítricos.
Aquello era más que una humillación. Por supuesto, en aquellas condiciones no cortamos ni un marabú, nuestra paciencia se había agotado por completo, más bien nos organizamos y así fue como aquella noche de mayo de 1994 en señal de protesta el pelotón completo se fugó luego de acordar que nadie regresaría en menos de una semana. La salida silenciosa del campamento y el tránsito uno a uno por entre naranjales hasta la autopista nacional donde en cuestión de minutos abordamos una rastra rumbo a Las Villas fueron los momentos más gloriosos vividos en aquellos ocho meses de vejaciones. A nuestro regreso, a los que regresamos pues algunos jamás volvieron, se nos sometió a juicio en el anfiteatro del campamento realizándonos una pregunta común que no encontró respuesta: ¿quién había sido el cabecilla? El final del juicio consistió en la entrega de los avituallamientos que nos habían robado durante aquellos meses, nuestro modo de protesta noviolenta demostraba la vulnerabilidad de quienes creen que tienen el poder y nos hizo descubrir que el poder realmente estaba en nuestras manos. La fuga masiva de un pelotón del EJT le había dado la vuelta a toda la isla y puso al descubierto altos índices de corrupción. Aunque fui liberado aquel inolvidable 28 de julio de 1994 no puedo evitar que desde entonces por mis venas corra jugo de naranja.
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El EJT se ríe, pero araña
Posted on agosto 10, 2013 by Mario B.
Bien dice el «Sitio Web de la defensa de Cuba» en su página dedicada al Ejército Juvenil del Trabajo (EJT) y refiriéndose a la fundación de este que «El 3 de agosto de 1973 culminaba una fructífera etapa de trabajo, iniciada cinco años atrás, por la Unión de Jóvenes Comunistas.» Ese lustro es el que dista precisamente entre la cancelación de las UMAP y el inicio del EJT. Fue el tiempo necesario entre un engendro y el otro. Mientras que las UMAP hoy parecieran ser una página oscura dejada atrás en el tiempo, aunque todavía los responsables no hayan rendido cuentas; el otro experimento, el EJT, celebra sus cuarenta años de existencia con bombo y platillo, como si no tuviese que avergonzarse de nada, cual si no fuesen sus fundadores los mismos de las UMAP, y cual si en el fondo no tuviese el EJT objetivos similares a estas, aunque aparentemente tome distancias de ellas. Cual si, para utilizar el decir popular, no fuese «el mismo perro, con diferente collar». Entre los objetivos explícitos del EJT tal y como se exponen en su página digital está el «Crear y mantener una fuerza organizada con elevada productividad». Y en este objetivo nadie podrá negar ni su eficacia, ni su coincidencia con sus antecesoras las UMAP. No en balde la fundación del EJT en Camagüey donde hasta cinco años antes las UMAP tuvieron su máxima expresión. El EJT no es más que una versión refinada de las UMAP.
El bochornoso modo y sin consideración en que fuimos tratados miles de jóvenes integrantes del EJT en la mayor plantación cítrica del mundo en posesión de un único dueño ilustra muy bien el verdadero carácter de este «ejército invicto». Fuimos víctimas de una parte de la empresa «Victoria de Girón», propiedad del régimen, dirigida por Hiram Santana Castro, y de la otra del Grupo B.M. y Waknine & Berezovsky Co. Ltd. quienes vinieron en auxilio de los empresarios cubanos cuando perdieron el apoyo de la URSS tras el desmoronamiento de esta en 1992. El negocio era claro: Waknine & Berezovsky proveería de su eficiente experiencia en Israel y obtendría beneficios mutuos con el régimen. Este joint venture a largo plazo entre ambas partes incluyó de Waknine & Berezovsky financiación, mejoramiento de la calidad y una mejor comercialización a nivel mundial de los productos de Jagüey Grande. El régimen aportó las 40.000 hectáreas de plantaciones cítricas que rodean la fábrica, la destartalada infraestructura que heredaron de la URRS y por supuesto, la mano de obra segura y barata que conseguía el EJT, nosotros. Según el SEMANARIO ECONÓMICO Y FINANCIERO DE CUBA en el artículo «Cuatro décadas de excelencia en la producción de cítricos» para 1995 el EJT llegó a cubrir toda la actividad obrera en explotación de la «Victoria de Girón». Innegablemente éramos sumamente beneficiosos para estos capitalistas que se entendían entre sí. En compensación por sus aportes, y en buena medida a costa de nuestro sudor y a veces sangre, la Waknine & Berezovsky obtuvo derechos exclusivos para la comercialización a nivel mundial de los productos de Jagüey Grande.
Sorprendentemente años después el EJT con su aporte inigualable fue retirado de los campos de cítricos en Jagüey. Evidentemente esto no obedeció a razones financieras: fuimos sumamente rentables. Es de imaginar que la Waknine & Berezovsky pidiera nuestra retirada en pleno conocimiento del trato inhumano al que sus socios cubanos nos tenían sometidos y temiendo alguna posible queja que pusiese en riesgo un mercado tan próspero. Lo cierto es que estos eran riesgos que debían haber tenido en cuenta a priori, muy probables dada la calaña del régimen cubano con un amplio historial en materia de violaciones a derechos humanos fundamentales, y ahora constituyen hechos de una historia que ya no es posible revertir. Una frase amenazante ripostada con frecuencia de parte nuestro capataz, el Mayor Montes de Oca, al punto que entre nosotros se hizo célebre, puede resumir con agudeza la naturaleza torcida del EJT: «Yo me río, pero araño».
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EJT: trabajos forzados y mano de obra barata
Posted on agosto 8, 2013 by Mario B.
El «Manual de Incidencia Política de CSW» ha sido adoptado y adaptado por Patmos en Cuba para talleres que contribuyan a empoderar a los creyentes para incidir, como debemos, en las políticas hasta hoy muy desacertadas, llevadas a cabo en nuestro país. Mientras lo revisaba me llamó poderosamente la atención una referencia hecha al caso de la compañía petrolera Unocal, de California, llevada a juicio en EE.UU por usar el trabajo forzado en la construcción de un oleoducto en cooperación con la junta militar de Birmania. No pude evitar el traslado de mi mente a veinte años atrás, entre el 30 de noviembre de 1993 y el 28 de julio de 1994, cuando junto a muchos otros jóvenes en el Ejército Juvenil del Trabajo, EJT, se me explotó en calidad de mano de obra barata, sometido también a trabajos forzados para reportar cuantiosas ganancias a una empresa israelí en negocios con el régimen en Cuba. Me pregunto en qué situación se vería esa empresa judía si ciudadanos esquilmados como yo tuviésemos acceso a un estado de derecho como le sucedió a Unocal. Además de disponer a sus antojos del plan citrícola en Jagüey Grande, Matanzas, lo hicieron también con nuestras vidas sacándonos el máximo provecho cual si fuésemos de su estricta propiedad, tratados como esclavos.
Guardo fresca en mi memoria una noche, afortunadamente de luna llena cuando a las diez pm todavía estábamos en el campo, sin comer ni bañarnos, tras una gigantesca jornada de trabajo que se remontaba al amanecer, solo interrumpida por un exiguo almuerzo. Nos encontrábamos entonces en un campo de concentración aledaño al poblado San José de Marcos. El Mayor Montes de Oca, Jefe del Boom, había advertido en la mañana que hasta que no cumpliésemos la norma no nos haría regresar del campo, era necesario cumplir los planes acordados con los israelíes y nosotros los estábamos obstruyendo. Llegué a pensar que aquella noche dormiríamos en la campiña pero al filo de las once pm fue enviada la carreta a buscarnos, en definitiva desde el anochecer estábamos en paro. «Mañana nos veremos» – anunció amenazante el mayor. Exhaustos caímos a la cama con la ropa sudada durante todo el día, y sin bañarnos, pues para colmo en la Unidad no encontramos ni una sola gota de agua, y aunque la hubiera el aseo habría tenido que hacerse sin jabón: hacía tres meses no se nos hacía entrega del aseo personal. Según el Mayor Montes de Oca las asignaciones se nos enviaban al Boom donde nos habían ubicado originalmente, contiguo al poblado de Socorro, en Pedro Betancourt, y de allí no nos enviaban nada. Unas semanas después se descubrió que fuimos víctimas de robo como era de esperar de la inmensa corrupción administrativa que imperaba en los altos mandos del EJT.
Al día siguiente al mediodía Dios me dio la oportunidad de retar ante el Campamento al temido Mayor Montes de Oca. Concluido el magro almuerzo hizo formarnos a todos en el campo colocando al frente a nuestro rezagado pelotón. Uno a uno debíamos comprometernos a cumplir la norma ante todos. Tuve la esperanza de que al menos algunos de mis compañeros se negaran, pero imperaba la cultura oportunista de la sobrevivencia. Las palabras recién leídas en la pequeña biblia que siempre llevaba resguardada en un nylon escondida en uno de mis bolsillos resonaban en mi mente. Eclesiastés 5.5: «Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas» fue la frase que profesé una vez llegó mi turno, cuando me negué a comprometerme a nada. El oficial literalmente tronó ante el Campamento, hizo una alusión al héroe mambí Antonio Maceo, y me condenó al calabozo de cuyas condiciones infrahumanas mejor no hablo.
Al menos yo gozaba de la condición privilegiada de ser «diferido» (solo un año de servicio antes de entrar a la universidad), y apenas fui sometido a estos maltratos por ocho meses, la mayoría de aquellos jóvenes debería entregar dos años completos de sus vidas, y algunos no tendrían la paciencia suficiente para ello, como aquel joven de Caibarién quien tras fugarse y ser detenido, luego de días sometido al calabozo, mientras era trasladado a la temible prisión militar conocida como «La Paula», de donde solo se contaban horrores, se suicidó lanzándose de la rastra en que lo llevaban con sus manos atadas a la espalda, ante la sorpresa inútil de sus guardias. No podía soportar trabajar como esclavo para una empresa israelí en contubernio con el régimen mientras su abuela y su niña de tres años, dependientes totalmente de él, se morían de hambre en Caibarién.
Lo más crudo para mí no fueron los maltratos de un régimen de quien esperaba cualquier cosa, sino la decepción de que fuese precisamente una empresa israelí la que se aprovechase de sus ofertas, entre las que nos encontrábamos nosotros. Esto hería mi más profunda sensibilidad y mi amor por Israel, en lo cual se me educó desde mi primera infancia, fruto de los estudios bíblicos, y objeto prioritario de mis oraciones; a pesar de la propia campaña del sistema en contra de esta gran nación. Tampoco podía entender de qué bloqueo cacareaba el totalitarismo cubano si se daba el gusto de comerciar con una empresa del mayor aliado de los EE.UU, sin necesidad de relaciones políticas con ese Estado.
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