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lunes, 19 de septiembre de 2011

#Venezuela Pena de Muerte y Respeto a la Vida « El Pequeño Hermano

Pena de Muerte y Respeto a la Vida « El Pequeño Hermano

EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO

Pena de Muerte y Respeto a la Vida

19 sep
De izquierda a derecha: Eric Ronald Ellington, Wayne Williams y Dylan McFarlane.

De izquierda a derecha: Eric Ronald Ellington, Wayne Williams y Dylan McFarlane.

El mayor de los tres, Dylan McFarlane, tiene dieciocho años y fue el único que no disparó esa noche. Eric Ronald Ellington, primer detenido y autor de la confesión más alucinante que escucharan los interrogadores policiales de Miami-Dade en todos sus años de ejercicio, tiene dieciséis, lo mismo que su colega de crimen Wayne Wiliams.

Después de robar una camioneta, Ellington y sus dos compañeros de farra se divirtieron de extraña manera el pasado 25 de Julio en una gasolinera de Miami Gardens: once balazos en el pecho de Julián Soler, cuatro balazos para la amiga y ex novia de este, Kennia Durán.

Los videos de seguridad captaron una escena tan dantesca como desconcertante: apuntado por el arma de Eric Ronald Ellington, Julián abrió la puerta de su Mustang, se alejó varios pasos con las manos en alto, pero ni así evitó los once impactos que Ellington dirigió a su torso. Murió en el acto.

Después le llegó el turno a Kennia Durán: los balazos de Wayne Williams le permitieron llegar al Jackson Memorial Hospital, pero no más. En la última noche de sus vidas ambos habían vivido solo veintitrés (él) y veinticuatro años (ella).

Cuestionado por las indescifrables causas del horrendo asesinato, el principal cabecilla de la doble matanza, Eric Ronald Ellington, respondió con una frialdad que heló los huesos a sus interlocutores: “Le apunté (a Soler) con el arma, y al mirarle a los ojos no vi que tuviera suficiente miedo”. Apenas eso.

Julián Soler (23 años) y Kennia Durán (24). Asesinados porque Julián no mostró suficiente miedo cuando el criminal le apuntó con el arma.

Julián Soler (23 años) y Kennia Durán (24). Asesinados porque Julián no mostró suficiente miedo cuando el criminal le apuntó con el arma.

He pensado en este caso, pienso en las miserables existencias de las madres destrozadas por el dolor y la impotencia, tras escuchar la causa por la que sus dos hijos descansan hoy bajo tierra. Tuve frente a mí hace unos días a Jenine Díaz, la madre de Julián, y la escuché decir que su vida es un constante empeño por enfrentar las 24 horas: por soportar el peso devastador de un día sin su joven y cariñoso hijo.

Y pienso, inevitablemente, en uno de los puntos más escabrosos, discutidos y polémicos de nuestra civilización: la pena de muerte. Obviamente: porque con todo el corazón se la deseo a esos tres miserables.

La oposición a la pena capital se ha convertido, sospechosamente, en una de las banderas coloridas que enarbolan los adoradores de la modernidad. Oponerse a la pena capital aporta hoy tantos créditos de adelanto mental, cívico, humanista, como defender los derechos de los gays o la libertad de expresión. Aunque a diferencia de estas causas, no se trate más que de un craso esnobismo.

De la misma forma que Ortega y Gasset creía en la elevación del nivel medio de las masas en determinadas épocas, vale la pena preguntarse hoy si existe un vínculo directo entre el progreso científico y tecnológico de nuestra era, y el progreso de tendencias como la hipocresía y la estupidez social.

Exceptuando a Bielorrusia, todos los países europeos han abolido la pena de muerte. Lo mismo en Oceanía, y la mayor parte de América Latina. Democracias como Japón, Estados Unidos y la India sostienen la medida máxima, mientras que dictaduras como China (donde más se aplica por año), Corea del Norte, Irán y Cuba, la aplican también.

Se trata del único punto donde sociedades y sistemas irreconciliablemente dispares, confluyen.

Ahora bien: tomemos que la justicia tiene una balanza por símbolo universal. Me pregunto a qué nivel de deformación racional habremos llegado para asumir como equilibrado, como justo, semejante distribución de hechos: en un platillo ponemos la vida de un ser humano, inmisericordemente arrancada por la voluntad de un asesino; y en el otro platillo ponemos quince, veinte años que deberá “donar” de su vida el criminal a cambio de su acto.

Para los enemigos de la pena de muerte, para los defensores de, a lo sumo, la cadena perpetua, este es un intercambio justo y merecido: la vida de una persona, por quince o veinte años de otra.

Anders Behring Breivik, luego de masacrar a 68 personas, podría pasar 21 años en una lujosa prisión Noruega.

Anders Behring Breivik, masacró a 68 personas y podría pasar 21 años en una lujosa prisión nórdica.

Razonamientos de tan elevada mentalidad, disposiciones tan a tono con nuestra civilización y buenas costumbres, son las que permitirán al carnicero Anders Bhering Breivik, que acribilló mortalmente a 68 noruegos y mutiló a otros 96 el pasado 22 de Julio, pasar solo 21 años recluido en una confortable prisión nórdica, o, en el peor de los casos (si sus acusadores lograran condenarlo por Crímenes contra la Humanidad), perder en teoría 30 años de su existencia.

Eso sí, las disposiciones noruegas establecen amplias prerrogativas para los reclusos de buena conducta: las sanciones pueden reducirse incluso a un tercio. De lo cual podemos concluir que Anders Bhering Breivik, ciudadano sin siquiera multas en su récord delictivo antes del 22 de Julio, tiene en sus manos la posibilidad objetiva de reducir al menos a la mitad la peor condena posible.

Esto también es Justicia para los adelantados ciudadanos de nuestro tiempo: 68 muertos a cambio de, digamos, quince años de cómodo encierro. A razón de cuatro jóvenes noruegos y medio por cada año recluido.

Colmo de los colmos: el país más violento del mundo en la actualidad (solo superado por Afganistán, en guerra), recordista moderno en cuanto a atrocidades humanas, no contempla la pena de muerte en su Código Penal. México no tiene siquiera la cadena perpetua de manera estricta: apenas una sumatoria de años por cada declaración de culpabilidad, que pueden llegar a 100 en la teoría, pero que en la práctica nunca superan los 25 cumplidos.

Sí, el país de las masacres asqueantes, de las cabezas cercenadas, de los casinos achicharrados con cientos de personas dentro, es uno de los que exhibe la bandera cívica del “No a la Pena de Muerte”.

Por encima de los argumentos religiosos, que no me ocupan esta vez (la fe no es asunto racional), hay un argumento al que cada vez se le echa mano para declarar a la Pena de Muerte como una práctica inhumana y brutal: nadie nace siendo culpable. Nadie nace criminal. Son los diferentes actores y factores sociales los causantes de esta desviación fatal. Ergo: hay que “aislar” a estos individuos de la sociedad, no expulsarlos irremediablemente de ella.

Mantener con vida al asesino de John Lennon le ha costado unos 678 900 dólares a Estados Unidos

Lo que no he podido encontrar en ningún referente del tema, es bajo qué premisa resulta aceptable que los no culpables de esas desviaciones de un criminal, de un violador de niñas, de caníbales como Jeffrey Dahmer o el japonés Issei Sagawa (que hoy vive apaciblemente, como una celebridad, en Tokyo), deban pagar las culpas de padres alcohólicos desconocidos o burlas de escuelas a las que ellos no asistieron.

¿Hay que recluir a esas bacterias sociales de por vida, verdad? Muy bien: los 31 años que ha pasado Mark David Chapman en la prisión federal de Attica, Nueva York, por balear a uno de los genios más grandes de la historia de la música, le han costado al contribuyente norteamericano unos 678 mil 900 dólares. (El coste diario aproximado de un recluso en cárceles federales, es de 60 dólares, según el Buró Federal de Prisiones del Departamento de Justicia). Me revuelve el estómago pensarlo.

Existe otra tendencia para mantener divorciada a la pena de muerte de las prácticas justas o cuando menos, necesarias: el peligro a la equivocación. Demasiados condenados y ejecutados han sido declarados inocentes varios años después de enterrados.

Sin embargo, siguiendo este razonamiento, valdría la pena decretar la impunidad absoluta, abolir cualquier tipo de penalidad contra la criminalidad, para evitar errores gravísimos como los que llevaron a los “Cuatro de Guildford” y los “Siete Maguire” a pasar más de 15 años en prisión por un atentado del IRA en Gran Bretaña que ellos jamás cometieron.

Es el ilógico principio de no fabricar pastillas para que un descentrado médico no las mal recete y no se nos muera Michael Jackson.

Si Irán condena a la lapidación por delitos irrisorios como el adulterio; si Corea del Norte le quitó la vida a un empresario en 2007 ante 150 mil personas por haber realizado llamadas al extranjero; si Cuba fusiló a tres jóvenes negros por intentar escapar de la Isla en la lanchita de Regla; y si el estado de Texas en Estados Unidos contabiliza varias muertes que nunca debieron ser, también debería sobrevivir la pena de muerte para ejecutar a los causantes de estos “errores”.

Cuando en la década de los ´90 una pareja de vuduistas de Manzanillo, en la misma provincia donde nací, torturaron, disecaron, y le cosieron boca y ojos a un niño como parte de un ritual “sagrado”, ¿merecían ser simplemente “aislados” de la sociedad? Cuando un personaje espantoso llamado Ted Bundy apareció en la historia americana, masacrando de forma probada a 14 mujeres y según confesión propia, violando y descuartizando a 28 más, ¿qué debió hacer la justicia de este país? ¿Cuidarlo de por vida en una cárcel distante?

Se equivocan quienes creen que la prisión perpetua es el verdadero castigo para estos seres retorcidos: la capacidad de adaptación humana es infinita. Tras diez o quince años de encierro sin final a la vista, el hombre se adapta y sobrevive plácidamente. La vida es el bien supremo. Y la vida es un derecho a ganarse, respetando la de los demás.

Un Estado que aplique la pena capital con justicia y rigor, no solo cierra filas en torno a sus ciudadanos de bien, no solo los protege de aquellos que exhiben el irrespeto por la gracia de vivir como un trofeo meritorio; sino que les evita a los justos, a los lacerados, a los que ven morir a sus seres queridos porque sí, tomarse la justicia por sus manos.

Lamento los dieciséis y dieciocho años de edad de quienes asesinaron a Julián Soler y Kennia Durán en una gasolinera de Miami Gardens. Lo lamento porque, menores de edad al fin, no podrán recibir la inyección letal que tan bien les vendría en sus criminales antebrazos.

No tengo la más mínima duda: el día en que los peores humanos de este planeta nuestro reciban verdaderamente lo que se merecen por sus actos, tendremos menos asesinos, menos terroristas, menos dictadores, menos violadores, y quizás los veredictos de la Justicia dejen de llamarse fallos, y comiencen a llamarse aciertos.



3 respuestas a Pena de Muerte y Respeto a la Vida

  1. Rey David

    septiembre 19, 2011 at 7:49 am

    Definitivamente NO a la pena de muerte, el respeto a la vida humana es un derecho que debemos defender todos, en tu post citas casos extremos y extremadamente violentos que pueden hacer pensar a muchos en esa ley de “ojo por ojo y diente por diente”, hasta yo en algunos momentos dude pero por mucha crueldad que tengan los actos de algunos no podemos generalizar e institucionalizar la muerte como opción de justicia. Es cierto que hay que perfeccionar los sistemas judiciales e impedir que asesinos confesos salgan para la calle con apenas 20 años de prisión como sucede en México, es cierto que en este caso que sitas y que nos toca muy de cerca a todos los que vivimos en Miami, se mérese aplicar todo el peso de la ley, pero que sería más doloroso para esos asesinos, una condena a muerte rápida y sin dolor o larga espera en el corredor de la muerte con cerdas con aire acondicionado y demás beneficios o una cadena perpetua sin derecho a nada, en una celda 4×4 con pan y agua y que dios lo recoja cuando estime. Así de crudo debe ser y no gastarse 80 dólares diario en mantenerlos cómodo, si se condenaran a cadenas perpetuas con duras y sufridas condiciones y sin apenas ver la luz del sol de por vida, creo que sería mucho más ejemplarizante y doloroso para un asesino que una inyección letal al cabo de 20 o 30 años de gastos al contribuyente en el corredor de la muerte.

  2. Ramon Gutierrez Fdez

    septiembre 19, 2011 at 9:13 am

    Es doloroso saber que dos personas en su plena juventud, sean privadas de su don más valioso: su propias vidas, por otros jóvenes que el azar puso en su camino.

  3. Sanson

    septiembre 19, 2011 at 9:42 am

    Estoy plenamente de acuerdo lo que se plantea en el post. Es una peligrosa irresponsabilidad suprimir la pena capital. Y no solo porque exonera al culpable del castigo a sus actos, y priva a la familia afectada y a la sociedad de la retribucion que merece, sino porque le resta importancia, a los ojos de esa sociedad, al delito cometido. Los que pertenecen a esa misma categoria de seres que no evolucionaron hasta convertirse en esres humanos y para los cuales el miedo al castigo es la unica forma de tenerlos a raya veran una luz verde a sus instintos. Los humanos comenzaremos a considerar que nuestras vidas, a diferencia de lo que pensabamos no son en realidad muy importantes
    Es muy frustrante que ese individuo que es capaz de privar a otro de la vida por un motivo tan trivial, continue disfrutando de el afecto de familiares y amigos aunque sea por correo. No creo que merezca seguir disfrutando de la continuidad de la vida con todos los beneficios que de eso se desprenden ya que aunque en prision, disfrutara de una nueva cancion o de un nuevo juego cibernetico cosas que por demas le estan vedadas a aquellos perjudicados por su accion.
    Considero que el ser humano es capaz de reformarse y por tanto debe recibir el derecho a recapacitar. Pero esos no son seres humanos, ya lo demostraron. Es un disparate pensar en que deben con el fruto de nuestro trabajo ser preservados en prisiones donde su nivel de vida sera en ocasiones superior al de muchos habitantes del planeta, para en un tiempo volver a ser insertardos en una comunidad que no merecen

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