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JOSE MARTÍ: ADELANTADO A SU TIEMPO
José Martí fue un hombre superior y multifacético. Profesores, periodistas, prosistas, poetas, críticos literarios, traductores y políticos por igual reclaman para sus respectivos campos su mayor grandeza.
Su legado más significativo, a mi juicio, es como poeta, si consideramos no solamente los versos que escribió —contribución clave al modernismo— sino su actitud vital, su capacidad de imaginar el futuro. Recordemos que en la antigüedad se denominaba a los poetas, vates, es decir, adivinadores.
Martí previó la necesidad de sus compatriotas de nutrirse de un mito fundacional. Cada acto de su vida y su propia muerte apuntan a la creación consciente de ese mito. Durante el último medio siglo los cubanos hemos vivido dolorosamente divididos, pero pese a lecturas contradictorias y a menudos falsificadores, todos coincidimos en honrar al Apóstol.
Martí supo asimismo presagiar la integridad latinoamericano, aún en formación en el siglo XXI. Su periodismo es el mejor testimonio de su creencia en un diálogo Norte-Sur. El universalismo de sus temas y su talente cosmopolita se adelantan a la globalización de la que hoy somos testigos.
Fue un precursor de la trascendencia de los derechos humanos, que no fueron reconocidos mundialmente hasta 1948, más de medio siglo después de su muerte. En especial, se anticipó a la necesidad de respetar a las minorías étnicas, como expresa en esta frase de su ensayo “Mi raza” de 1893: “El hombre no tiene ningún derecho especial porque pertenezca a una raza u otra: dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos”.
Uva de Aragón
EL LEGADO DE JOSE MARTI
Hace 118 años que José Martí murió en Cuba. Sólo tenía 42 cuando cayó abatido en combate. ¿Cuál fue su legado? Como escritor, una valiosísima obra compuesta con tres millones de palabras, en la que se destaca, en primer lugar, el cronista. Martí es un extraordinario narrador de lo cotidiano. Sus Escenas norteamericanas son un lujo del lenguaje. Una maravilla. En segundo lugar, es un buen poeta. Un buen poeta popular cuando rima en composiciones cortas, como en sus Versos sencillos, y un buen poeta cuando explora otras formas más cultas y elitistas. En aquella vieja polémica sobre si era o no modernista, pienso, como creía Juan Marinello, que esa estética le era ajena. Pero da igual: lo importante es que era un buen poeta. En tercer lugar, rescataría sus cartas. Si existe el género epistolar, Martí es el gran maestro.
Vayamos a la política. ¿Qué nos dejó? Un esfuerzo bélico, iniciado por él, que, a trancas y barrancas, acabó por parir la independencia. ¿Qué tenía en mente? Pues más o menos lo que sucedió en 1902: el surgimiento de una república constitucionalista en la que, al menos teóricamente, se respetaban los derechos individuales, tal y como consignaron los redactores de la Constitución de 1901. Martí no pretendía nada distinto. No era un marxista como Carlos Baliño. No era un positivista como Justo Sierra. Era un demócrata jeffersoniano. Un liberal de su época. Por eso no perdió un minuto de su vida y de su obra describiendo una visión ideológica radical y distinta. Es triste que la clase política lo echara todo a perder.
Carlos Alberto Montaner
EL OFICIO DEL DEBER
Es improbable que fuera del prócer cubano José Martí, haya habido alguien que asentara tan tempranamente en sus escritos un caudal temático de amor, patriotismo, ética, cultura, humanismo, conjugado con la obra pragmática de liberar a su Patria. Sin embargo, sorprende la ausencia de datos íntimos de una niñez que lo señala como único y primogénito varón seguido de siete hermanas, instancia que marcó una fuerte inclinación a la responsabilidad.
Fue deberle a todo y a todos algo desde pequeño: a su madre Leonor el apoyo en la brega diaria con las niñas —“vivo montado en un relámpago”—, el compartir la angustia familiar ante el dolor o la enfermedad —“soy la perenne angustia de mi mismo”—, y el soportar en nombre del deber, la inclemente disciplina impuesta por un padre de profesión militar cuyo rigor lo condujo a procurar auxilio emocional en su mentor Rafael Mendive, sin menoscabo del amor filial.
Pero esa condición fue su tortura y regocijo, encontró en sí mismo la constante capacidad de amar al prójimo y al extraño. Y desde esa altura entendió la posición que la naturaleza humana puede adoptar. Por eso amó al español por encima de la férula colonial, a Maceo, patriota más allá del militar, a Carmen Zayas Bazán soslayando su rencor femenino, a sus discrepantes compatriotas Enrique Collazo y Flor Crombet. En ósmosis con su conciencia pautó los senderos hacia una Cuba Libre y fusionando la Patria y el deber como bandera, le ofreció su vida llevando la estrella en la frente y la disposición de pulverizar el yugo.
Rosa Leonor Whitmarsh
JOSÉ MARTÍ Y “NUESTRA AMERICA”
Quizás sea éste el momento de reconocer que aquella “nuestra América” postulada por José Martí en 1891, y reformulada por otros pensadores hispanoamericanos, no ha existido nunca, ni como entidad ni como concepto, y que la frase sólo alude a un ideal que impulsó a hombres y a mujeres excepcionales, nacidos y muertos en una época que ya brilla ante nuestros ojos con la magia de la literatura y de la historia. Pero, tal vez, la voz de Martí aún tenga algo —o hasta mucho— que decirnos, sobre todo si reconocemos en ella una sensatez práctica que parece ajena al fuego romántico de su discurso, pero que lo equilibra y le da gravidez en su permanente llamado a la independencia y a la integración: “Lo que el americanismo sano pide es que cada pueblo de América se desenvuelva con el albedrío y propio ejercicio necesarios a la salud (…), sin dañarle la libertad a ningún otro pueblo”.
Este “americanismo sano” sería un valladar contra el optimismo idealizado e idealizante de unos, contra el pesimismo autocrítico de otros, y contra el pragmatismo simplificador de los demás. Pero, sobre todo, contra esa doble corriente de recriminaciones y desconfianza que se ha establecido entre las que él llamó, respectivamente, “nuestra América” y “la América que no es nuestra”, las dos mitades de un continente en crisis que, hoy más que nunca —parafraseando a Martí—, han de salvarse o destruirse mutuamente.
Emilio de Armas
MARTÍ: PARADIGMA Y EXCEPCIÓN
Para Cuba, José Martí es tanto el paradigma como la excepción: el líder político que lanza la lucha independentista bajo una plataforma de participación popular, con plena integración de los negros y mulatos; el patriota que logra organizar la insurrección en el exilio y que crea las bases de un cabildeo eficaz en Washington; el escritor que abandona la labor literaria por la lucha armada, para en esos momentos realizar el Diario de Campaña, que es su mejor libro; el guía que concibe la lucha con astucia y sagacidad, y luego se lanza al combate y muere con inocencia torpe; el intelectual que hace estallar el molde de la espera y la lucubración teórica, y emprende una febril labor conspirativa; el héroe que desde su muerte nos entregan todos los días, en forma de molde estrecho, y que en realidad es una figura escurridiza como pocas. El luchador como mito; la nación arquetípica que no se realiza.
De su ideario nos quedan los pensamientos en los que lo luminoso de la palabra deslumbra y dificulta el análisis, también los lugares comunes que nos parecen únicos por lo ejemplar de la escritura. La nación ideal martiana no es más que la mistificación de varios de sus pensamientos, muchos valiosos, otros simplemente bonitos, que constituyen una obra abierta y víctima de tergiversaciones.
Parte de la genialidad de Martí fue agrupar en una sola persona al pensador y al hombre de acción. Su grandeza es a la vez su tragedia.
Alejandro Armengol
Uva de Aragón es escritora y subdirectora del Cuban Research Institute de Florida International University; Carlos Alberto Montaner es escritor y periodista; Rosa Leonor Whitmarsh es periodista y profesora del Miami Dade College; Emilio de Armas es escritor y traductor; Alejandro Armengol es escritor, director editorial de Cubaencuentro y columnista de El Nuevo Herald.
Agradecemos la colaboración de la Biblioteca Hispánica de la Pequeña Habana.
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