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jueves, 10 de febrero de 2011

CUBA: El Congreso que viene

EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO

El Congreso que viene

Por: Carlos Montaner
Y llegamos a la víspera del Sexto Congreso. ¿Qué va a pasar? Probablemente, nada significativo, pese a la alharaca desatada. Los mismos líderes con las mismas ideas producen siempre los mismos o parecidos resultados. Ya el gobierno ha hecho circular un documento de 32 páginas en el que describe los nuevos planes económicos, y en el que deja muy claramente fijada su posición con relación al modelo comunista: la esencia del sistema seguirán siendo el colectivismo, la propiedad estatal de los medios de producción, y la planificación centralizada por parte de los burócratas del Partido. Explícitamente, ratifican la vieja estrategia enemiga de las libertades económicas. Ni siquiera se dignan mencionar las civiles y políticas.

Se permitirá, eso sí, el trabajo por cuenta propia, siempre que se ajuste a las 178 modalidades en las que tal cosa es posible: alquilar vestidos de novia, actuar como payaso de fiestas infantiles, reparar ruedas de autos, forrar botones y un largo y extraño etcétera. También se podrá montar ciertas microempresas familiares o con pocos trabajadores contratados, dado que el objetivo no es que crezcan y obtengan beneficios, sino que absorban la mano de obra desempleada que el gobierno planea echar próximamente de sus puestos de trabajo.

En los próximos meses, 500 000 trabajadores serán despedidos, pero en menos de tres años Raúl Castro planea aumentar ese número a 1 300 000, el 25% de la fuerza laboral. El general y sus corifeos alegan que las plantillas están sobredimensionadas con empleados innecesarios que obstaculizan la labor de las empresas, mientras la sociedad padece el “síndrome del pichón” y espera del papá-estado la solución de todos sus problemas, una acusación sorprendente tras medio siglo de implacable persecución a cualquier iniciativa individual. En definitiva, quiere que la economía sea productiva liberándola del peso muerto de estos obreros prescindibles.

Naturalmente, la idea de que en una sociedad aplastada por medio siglo de colectivismo, sin capital, sin insumos, sin experiencia, mediante un decreto presidencial, se puede crear súbitamente una franja importante de trabajadores por cuenta propia o adscritos a microempresas –todos sujetos a una severa presión fiscal y a limitaciones en el crecimiento para que no acumulen excedentes–, no tiene pies ni cabeza, pero forma parte de las nuevas fantasías revolucionarias de un señor que tiene una idea muy vaga sobre cómo se crea la riqueza, cómo se malgasta o cómo se conserva.

¿Qué se propone, en definitiva, Raúl Castro? El general-presidente tiene dos objetivos fundamentales que están íntimamente ligados entre sí. El primero, es asegurar la sucesión dentro del sistema y con su propia gente. Es falsa la idea de que a los Castro no les interesa el futuro de Cuba una vez que ellos hayan muerto. Los Castro tienen un claro sentido de la historia personal y del país. Han concebido una fantástica narración en la que vinculan la guerra de independencia de fines del siglo XIX con la aventura de la Sierra Maestra. Fidel se percibe como el único heredero de Martí y Raúl se ve como el único heredero de Fidel. Quieren el gobierno revolucionario perdure. Pretenden que la generación de los hijos de los dirigentes recoja el bastón de mando y continúe la obra revolucionaria.

Pero, para lograr ese objetivo Raúl cree que el gobierno tiene que lograr que la sociedad cubana sea más productiva y competitiva. Raúl no ignora que la situación económica del país es terrible, circunstancia que ha producido un absoluto distanciamiento entre la inmensa mayoría de la isla, la cúpula dirigente y la mitología revolucionaria. En su primer discurso como jefe del estado, se preguntó enojado por qué la leche era tan poca que los niños cubanos sólo podían tomarla hasta los siete años. Pero esa pregunta podía extenderla a los otros aspectos básicos de la convivencia civilizada en un país moderno: por qué son tan escasas y de tan baja calidad la alimentación, el agua potable, la ropa y el calzado, la vivienda, el transporte, el suministro de electricidad y las comunicaciones. Raúl teme, y con razón, que muertos Fidel y él, nadie podrá evitar que quienes les sucedan en el poder, por las buenas o por las malas, echen abajo “la obra revolucionaria” como consecuencia de la miseria generalizada que padece la población.

¿Cómo se soluciona o alivia el inmenso inconveniente del fracaso material del país? Es obvio: con un sistema económico más productivo. Hasta Raúl Castro, tras medio siglo de absurdas chácharas revolucionarias, entiende que las sociedades desarrolladas y prósperas, dotadas de un buen nivel de vida, han alcanzado ese perfil como consecuencia de su aparato productivo. Viven mejor porque producen más y porque lo hacen a precios competitivos. El problema, pues, desde la perspectiva de Raúl y sus camaradas íntimos, consiste en hacer más eficiente el sistema comunista de manera que la sociedad cubana admita de buen grado la sucesión dentro de la revolución cuando haya desaparecido totalmente la generación de los padres fundadores.

El fracaso de la reforma

Pero eso es pedirle peras al olmo. El comunismo es improductivo por su propia naturaleza. La planificación centralizada, la propiedad estatal de los medios de producción, el control de los precios y la ausencia de libertades individuales para crear y acumular riqueza, inevitablemente conducen a la improductividad y la pobreza.

Además, el pacto social entre los gobiernos comunistas y las sociedades no está basado en la promesa de una gestión pública eficaz y resultados materiales apreciables (esas son categorías del mundo capitalista), sino en una distribución igualitaria de los poquísimo bienes y servicios que se producen y en la condena y escarnio del que descuelle y posea mejores formas de vida. Sin duda es lamentable, pero el comunismo real es eso.


Cuando Fidel gobernaba, el país vivía miserablemente, mas la defensa retórica de su gestión administrativa contaba con tres ejes: todo el mundo tenía un trabajo, acceso a la educación y a los servicios de salud. A Fidel no le importaba que las empresas perdieran dinero y la producción y la productividad fueran mínimas, sino que todos los cubanos tuvieran un puesto de trabajo y recibieran un salario, aunque fuera casi simbólico. Tampoco le importaba que el sistema de salud se hundiera en hospitales sin anestesia o sin hilos de sutura, o que el educativo careciera de buenos maestros y útiles escolares. Los servicios podían ser pésimos, pero estaban ahí y él se ufanaba de esa presencia constantemente. La legitimidad de la dictadura dependía de ese discurso, convertido en un incesante instrumento propagandístico.

Por otra parte, en vista de que el tejido productivo era irremediablemente raquítico, había dos maneras de justificar esa forma abominable de vivir: el embargo económico de Estados Unidos y, paradójicamente, las bondades de la austeridad revolucionaria. ¿Para qué quería más bienes materiales un buen revolucionario? El consumismo dejaba de ser una aspiración legítima de los trabajadores y se convertía en un pecado propio de la pervertida codicia capitalista instigado por el imperialismo, las multinacionales y otros monstruos de parecido pelaje. Los consumidores, o quienes aspiraban a serlo, eran calificados como amantes de la pacotilla (“pacotilleros”)  atontados por el capitalismo corruptor.

La propuesta de Fidel era cruel, pero al menos se sustentaba sobre un sofisma poseedor de una cierta coherencia. La de Raúl es un puro absurdo: quiere que una parte sustancial de los cubanos produzcan como capitalistas, dentro de un sistema esencialmente comunista, abandonando, de hecho, el pacto social entre el estado y los individuos preconizado por la retórica marxista, mientras renuncia al igualitarismo y acepta el surgimiento de la desigualdad y el consumismo en la manera de vivir de los cubanos.

¿Para qué y por qué defender un modelo de estado comunista si la forma de gobernar se aleja totalmente de los supuestos marxistas-leninistas? El comunismo tiene una lógica interna: el Partido va a construir una espléndida sociedad, el paraíso del proletariado, en la que los medios de producción serán colectivos y las personas, cuando se logre, cuando se llegue a la fase superior del comunismo, como profetiza Marx en la Critica al Programa de Gotha, “(trabajarán) cada cual, según sus capacidades, (y recibirán) cada cual según sus necesidades”. Para llegar a ese punto, naturalmente, hay que atravesar la incómoda fase de la “dictadura del proletariado”, hasta arrancar del corazón de las personas los malditos hábitos y costumbres arraigados en ellas tras varios siglos de feudalismo y capitalismo.

Nada de eso queda en pie con las reformas de Raúl. Según su razonamiento, tras renunciar al “síndrome del pichón”, muchos cubanos se ocuparán de ganarse la vida según su talento, suerte y recursos, al margen del estado, y obtendrán por ello los mejores resultados que puedan, aunque su desempeño económico los alejen del modo de vida general de la nación.

La pregunta obligada que se desprende de todo esto es inocultable: si ya los objetivos no son edificar una sociedad comunista de acuerdo con los postulados de la secta, ¿para qué se conserva el modelo de estado de partido único y dictadura del proletariado prescritos por el marxismo-leninismo como fórmula de construir ese modelo de convivencia?

No creo que en el Sexto Congreso del Partido Comunista Cubano nadie formule esas incómodas preguntas. Como hicieron en el Cuarto y en el Quinto, los delegados aplaudirán, repetirán consignas y respaldarán sin chistar lo que Raúl Castro decida que se debe aprobar, pero entre los asistentes y entre la sociedad cubana quedará muy claro que la revolución comunista fracasó totalmente y que será imposible mantenerla a flote de manera permanente tras la extinción de la generación de quienes la pusieron en marcha en 1959.

Con razón, los pocos comunistas ortodoxos que quedan en Cuba se sentirán traicionados por Raúl Castro, mientras la inmensa mayoría del pueblo pensará, también con razón, que el hermano de Fidel les ha venido a traer lo peor de ambos mundos: un comunismo sin dádivas clientelistas y un capitalismo maniatado que no permite, realmente, el desarrollo individual y colectivo. No hay un pueblo latinoamericano más desesperanzado y con menos ilusiones que el cubano. Eso es triste.   

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