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Una cubana más en españa?
Salvada otra vez por la música
De niña, en Cuba, un accidente la dejó ciega. Sorteó la oscuridad con su guitarra, y años después vino a Madrid. En mayo de 2010, un vagón de metro le cortó un brazo. Tras meses de lucha Danays Bautista sube al escenario del Festival de Jazz
PILAR ÁLVAREZ - Madrid - 03/12/2011
-¡Eh, mi Chini! Vamos a gosal!
Danays en el Festival de Jazz
VIDEO - LUIS SEVILLANO / LUIS ALMODÓVAR - 02-12-2011
La cantante cubana que perdió un brazo en un accidente en el metro actuará el sábado en el Conde Duque - LUIS SEVILLANO / LUIS ALMODÓVAR
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"Me encantaría aprender a vivir aquí y ahora", desea Danays
Para la artista la música es el goce, el aire y el alimento
Se ríe. Tímida. Leve.
Mi Chini es ella. Danays Bautista. Antes guitarrista, compositora y cantante. Ahora, y de momento, solo voz. Y lo de gosal ("gozar" dicho con deje cubano) no resulta exagerado. Para Danays (La Habana, 1973), la música es el goce, el aire, el alimento. Cuando empieza el ensayo, pegada al micrófono de válvulas que está caliente, levita, se eleva por encima del sofá, de los enormes telones negros que amortiguan el ruido de una habitación llena de instrumentos.
"Ce una strada solo mia da trovare..." ["Hay un camino, solo mío, que encontrar"], entona muy flojito. La canción es Ora, de Chiara Civello. Suena el primer tema que ensaya con otros tres músicos cubanos del repertorio que interpretarán juntos en el Festival de Jazz, mañana domingo, en la sala del Conde Duque. Un tema apasionado y a medida, que habla de "quien vive y quien muere sin tener errores que recordar" y evoca una maleta "llena de miedos".
A Danays le ha martilleado en la cabeza la misma imagen durante meses. Ella cayendo, despacito, despacito, al andén y después un tren que le corta casi de cuajo el brazo. Un día, 17 de mayo de 2010, en el que terminó una vida y empezó otra. La de la maleta que poco a poco se vacía de miedos. "Me encantaría aprender a vivir exactamente aquí y ahora", desea esta mujer menuda con una sonrisa muy amplia. Buscar el camino, ese camino solo suyo.
Aquel día, cuando caía casi a cámara lenta, solo pensaba en una cosa: "¡Qué putada darle este dolor a mi familia otra vez!".
La segunda vez tras el accidente que le dejó ciega de niña. La oscuridad de entonces la sorteó con la música, con la guitarra que empezó a tocar con 15 años y que, a decir de su amigo Juán Pérez (que hace hoy de lazarillo y de fotógrafo del grupo), tocaba "como el mismísimo Wes Montgomery", leyenda de la guitarra de jazz.
En la adolescencia de Danays en La Habana (Cuba), el jazz "era como el abecé, algo que está en la sangre de los músicos". En 2001 empezó a dirigir un grupo del género, con el que llenó decenas de noches los locales de las callejuelas de la capital cubana. Pero decidió dar el salto, buscar el sueño más allá del Malecón. Y en 2008 se trasladó a España para abrirse camino, para vivir de la música.
En esas andaba, buscando su hueco piano piano, cuando bajó aquella mañana de primavera al andén. Caminaba con su bastón ("mi Ferrari", lo llama ella) y entró por donde no había puerta. Cayó entre el tercer y el cuarto vagón de la estación de Nueva Numancia, cerca de casa.
Todo sucedió rápido. Chirrido del freno de emergencia. Gritos. Viaje en la ambulancia al hospital Gregorio Marañón. Una operación frustrada de 13 horas para intentar reimplantarle el brazo. Visitas. Muchas visitas de ánimo mezcladas con las alucinaciones que le producía la medicación y que le hicieron pensar que se estaba volviendo loca. Los dolores. La noticia de la tragedia que parecía que iba a truncar su carrera llegó a todas partes.
Y mientras, postrada en la cama, ella se enfrentaba al choque de la realidad. Abrió los ojos, abrió el entendimiento y pensó: "Ostras, me quedé sin el brazo". Ordenó que sacaran sus tres guitarras de la habitación. Luego se arrepintió: "Di una contraorden". Prestó dos y guarda una tercera bajo la cama, lista "por si se presenta alguien a ensayar".
Cómo la echó de menos durante aquel primer concierto. Se subió al escenario un mes después de pasar "40 días y 500 noches" (carcajada evocando a Sabina) sedada y postrada en el hospital. "¡Uff, chungo, chungo! Me faltaba algo. Yo entendía la música desde la guitarra", dice ella. Ya no la añora tanto: "Me va gustando lo de cantar, tienes la mente menos diluida y atiendes más la voz".
En esta primera tarde de ensayo la mima, la voz. Canta muy flojito para no forzarla antes del concierto que le pone nerviosa lo justo: "Me estresa más tener listos los arreglos, preparar los ensayos con tiempo y, sobre todo la promoción". Hay que dar a conocer la actuación, publicitarla, porque el pago este año va a taquilla. Tanto vendes, tanto vales.
Justo ahora que no es fácil ganarse la vida, admite. "No tengo un perfil laboral amplísimo y he pasado meses sanando lesiones". El tren se llevó el brazo y le destrozó las costillas. "Todo está roto, por dentro tengo una fábrica de titanio, de placas y tornillos, soy Robocop". A menudo echa mano del humor, quizá un pelín negro. Como cuando le llamó un amigo al hospital para preguntarle qué tal estaba: "Aquí, preparando la competición de remo". Los demonios los guarda para los íntimos. "Ni me interesa andar contándoselo al mundo ni tampoco ir de chica dura". Ni víctima ni heroína, repite varias veces.
Hasta la fecha ha vivido de las donaciones que le hicieron conocidos y anónimos tras el accidente. Sus amigos celebraron varios conciertos para recaudar dinero. "La vida está hecha a la medida de tu coraje... que no pare tu música ni tu voz", evocaba otro músico en uno de los recitales que se cerró con ella en cartel antes del accidente y que se mantuvo para rendirle homenaje. La sala, con capacidad para 50 personas, se desbordó.
Su madre y su hermana, Hilda y Damaris, llegaron en esos días desde Cuba. Pasaron cinco meses las tres juntas en el piso que la cantante comparte con una familia y una niña, Alex, que también quiso darle ánimos: "Estoy practicando para ponerme la camisa con una sola mano, Danays, yo te enseñaré y te compraremos zapatos sin cordones". Ahora, con los dolores suavizados y "humanamente tolerables", puede hacerlo. Se viste sola, cocina, pasea. Aún le cuesta bajar sola a la estación, eso sí. Siempre hay alguien cerca.
Mantiene un tira y afloja con Metro desde el accidente. Le ofrecen la cobertura del seguro de viaje (unos 30.000 euros, según un portavoz de Metro) y su abogada pelea por una indemnización. Admitir ese concepto supondría un ingreso mayor para Bautista, un colchón más cómodo para dedicarse a la música. La empresa rechaza entrar en ese terreno porque significaría admitir que tuvieron parte de responsabilidad en el accidente de la cantante.
Prosigue el ensayo. Bautista susurra Calendario, de Marta Valdés: "Octubre fue solo un camino, me puse a andar hasta noviembre...". El tiempo sigue su curso, el tiempo pasa, hace entender. "Primero pensé que se había acabado todo", reflexiona con la cara triste bajo los mechones rizadísimos. "Luego empecé a entender que había que seguir, que no quedaba otra, no se puede vivir eternamente en la UCI".
Un amigo le llevó al hospital una melódica (un pequeño teclado que suena al soplar por la obertura, como una flauta). "Maestra, tú tienes la música en la cabeza, hazla salir", le dijo. Y en esas anda. Dice que no quiere volver a componer hasta que no sea capaz de trasladar los sonidos de su interior a algún instrumento sin ayuda externa.
Luis Guerra hace escalas en el piano a menos de un metro del sofá en el que se sienta la cantante. El anfitrión de la vivienda y local de ensayo es "cubano-canadiense" por su trayectoria antes de acabar en Madrid, en este piso con el amplio salón cubierto de telones negros. A sus 28 años, Guerra mantiene la cara de niño. Vive de la música de su piano desde hace una década. "¿El nombre del grupo? Es Danays Bautista. Nosotros solo acompañamos", explica. Danays le llama "mi mano izquierda". Él le ayuda en los arreglos, le anima a ensayar escalas y a aplicarse con el piano, a practicar aunque sea con una mano para ayudarla a sacar fuera de su cabeza nuevas creaciones, a volver a componer.
Guerra bromea guasón entre tema y tema. "La policía nos va a echar por tanto ruido". Y ella responde, otra vez tirando de humor negro: "Ah, no, a mí no, que soy discapacitada". Carcajada coral. El batería Michael Olivera se revuelve en su sitio y echa un vistazo por el balcón. Él y Danays se conocieron años ha, en Cuba. Han tocado juntos muchas veces. Michael es el último en sumarse a este grupo de compatriotas que mañana irrumpe en el Festival de Jazz. Llegó hace dos meses para ampliar el repertorio del cajón con sones flamencos e incorporarlos a la batería.
El bajista, con sus elegantes cejas escondidas bajo una gorra, cumple ahora sus dos primeros años en España. Iván Ruiz, también cubano, vivió 17 años en Viena. "Me pudo el frío y me vine hacía acá buscando lo latino". Los cuatro se conocen, se entienden con pocas palabras entre acorde y acorde. Ya han trabajado juntos. El jueves por la tarde, en ese primer ensayo en la calle de la Cava Baja, se centraron en repasar el repertorio viejo al que ya le tienen cogido el truco.
A Bautista le gustan más los ensayos que los conciertos. Aquí se puede parar y rebobinar. Repetir el tema una y otra vez. Arreglar los errores. Pasarlos por alto.
La cantante aún no se cree del todo que participará en el Festival de Jazz. "Allí estaba yo, en la rueda de prensa, entre tanto monstruo". Le animó su mánager, Isabel Plá, "la embajadora de Cuba en España".
Incluirá uno de sus temas, Serena, que antes tocaba con la guitarra y ahora solo tararea siguiendo el compás con la mano y los pies. La tarde de risas y ensayos pasa rápido. La luz que entra por el balcón se va apagando. Quedan para el día siguiente en el mismo sitio, a la misma hora.
El amigo Juan Ruiz le acompaña por las callejuelas hasta el metro, ese al que aún no es capaz de enfrentarse sola. Camina despacito. Su lazarillo, que no ha dejado de tomar imágenes en toda la sesión de ensayo, solo quiere una cosa: "Lo importante es que vuelva a ser feliz". Danays Bautista es como el jazz, que se reinventa siempre.
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