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POR AHORA ESTAS, DE LA LEJANA RUSIA STALINISTA 
 Los 22.000 tiros en la nuca  de Stalin
Los 22.000 tiros en la nuca  de Stalin
   
La URSS asesinó en 1940 a la élite polaca, en su mayoría oficiales  del Ejército. Fue la matanza de Katyn. Esa era la tragedia que iban a  conmemorar los dirigentes muertos el 10 de abril en un accidente aéreo 
      
    CRISTINA GALINDO 18/04/2010             
       
 
                                            
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Con el viejo libro abierto por la mitad, Anna Maria Wolinska  busca en una lista el nombre de su padre. "Waclav Wolinski, deportado en  1939". Capitán de artillería ligera del Ejército polaco, tenía 38 años  cuando se marchó a la guerra en agosto de ese año. Su hija estaba a  punto de cumplir cinco: "Yo era entonces muy pequeña, pero recuerdo  perfectamente el día en que mi padre se fue. Los bolcheviques le  hicieron prisionero a las pocas semanas". Nunca volvió.
                                                              
                                                  
     La Unión Soviética detuvo a 230.000 polacos. De ellos, 22.000 fueron  encerrados y liquidados en bosques uno por uno
 El Gobierno polaco en el exilio preguntó a Stalin dónde estaban sus  presos. "Escaparon", se limitó a responde
           
Uno a uno, a sangre fría, 22.000 militares polacos como Wolinski  fueron ejecutados de un tiro en la nuca en 1940 y arrojados a fosas  comunes en territorio de lo que entonces era la Unión Soviética. Fueron  víctimas de la policía secreta de Stalin, el temido y siniestro NKVD. La  conocida como matanza de Katyn -el bosque próximo a la ciudad de  Smolensk en el que fueron hallados los primeros cadáveres- supuso el  exterminio, en menos de un año, de la élite polaca. Durante medio siglo,  el crimen fue censurado por el régimen comunista, que siempre acusó a  la Gestapo de esa terrible carnicería.
El 23 de agosto de 1939  amaneció como un día negro para el destino de Polonia. La Alemania nazi y  la Unión Soviética firmaron un pacto de no agresión por el que se  repartían el país centroeuropeo. Adolf Hitler invadió la parte  occidental de Polonia el 1 de septiembre; las tropas polacas se  replegaron hacia el este, por donde entraron las fuerzas de Josef Stalin  17 días más tarde. Aplastados por las máquinas de guerra alemana y  soviética, el pánico se adueñó de Polonia. Fue arrestado "cualquiera que  llevara un uniforme, desde el oficial de carrera hasta el profesor  movilizado desde la reserva para ayudar al Gobierno polaco a defenderse  de los enemigos", explica Richard Zelichowaski, historiador de la  Academia de las Ciencias Polaca. "Eran policías, generales, coroneles,  capitanes, profesores, miembros de los servicios secretos, médicos,  jueces, abogados, funcionarios, empresarios... Eran la élite militar y  administrativa del país", explica.
En los años 1920 y 1930, el  Ejército polaco estaba falto de gente formada, y cuando estalló la  guerra, miles de profesionales e intelectuales fueron llamados a filas  como oficiales. Cerca de 230.000 militares polacos fueron hechos  prisioneros por los soviéticos. Se les interrogó y clasificó para  identificar a los que podían representar un peligro mayor para las  autoridades invasoras. De ellos, un total de 22.000, oficiales en su  mayoría, fueron internados en tres campos especiales para prisioneros en  territorio soviético: Kozielsk, Starobielsk y Ostaszkow.
Lo peor  no eran las condiciones inhumanas en las que vivían: lo peor fue la  incertidumbre. Pasaron semanas, y en muchos casos meses, alojados en los  campos sin que nadie les dijera qué quería de ellos. Algunas versiones  sostienen que les interrogaron y torturaron, otras creen que simplemente  les mantuvieron a la espera de órdenes que no terminaban de llegar.
El  padre de Anna Wolinska era soldado profesional. Su guarnición tenía la  sede en Wolyn (en la actualidad, territorio ucranio). Tras ser detenido,  acabó en el campo de Starobielsk. "Mi padre mandaba cartas a mi madre  desde allí", recuerda Wolinska, que ahora tiene 75 años y vive en  Varsovia. "Decía que estaban bien, pero que no sabían qué iba a pasar;  nadie les decía nada". La última carta llegó el 8 de marzo de 1940.  Justamente en ese mes fatídico, el Politburó de Moscú había tomado su  decisión. El máximo órgano ejecutivo del Partido Comunista dictó la  orden de matar a los oficiales polacos, pasando por encima de todos los  convenios internacionales relacionados con el trato a los prisioneros de  guerra. El exterminio fue organizado por la policía secreta de Stalin.  "Un gran número de oficiales del Ejército, empleados de la policía  polaca, de los servicios de espionaje, miembros de los partidos  nacionalistas y contrarrevolucionarios de Polonia, todos ellos  declarados enemigos de la autoridad soviética, están siendo retenidos en  varios campos", afirmaba aquella orden, firmada por Laurenti Beria,  mano derecha de Stalin. "Todos están esperando a ser liberados para  empezar a actuar contra la autoridad soviética", añadía para justificar  las ejecuciones.
En conducciones de varias decenas cada vez, los  presos fueron trasladados en camiones a bosques cercanos. Los  prisioneros de Kozielsk fueron llevados a Katyn; los del campo de  Starobielsk, a Járkow; los del campo de Ostaszkow, a Kalinin (Tver, en  la actualidad). Uno a uno, fueron colocados frente a su propia tumba, y a  veces con la cabeza tapada, a veces al descubierto, maniatados,  recibieron un tiro en la cabeza. Así durante semanas, meses...
El  tiro en la nuca era un método habitual de la NKVD (entidad precursora  del KGB), pero Krystyna Brydowska, de 73 años, tiene otra teoría sobre  cómo murió su padre, también oficial del Ejército polaco detenido por la  Unión Soviética. "Radio Europa Libre aseguró que los prisioneros del  campo de mi padre, el de Ostazskow, habían sido trasladados hasta el mar  Blanco
[en la costa noroeste de Rusia], donde fueron ahogados por  la policía secreta estalinista", cuenta. El historiador Piotr  Gontarezyk está convencido de que no fue así: "Era lo que muchas  familias querían creer, porque siempre tenían la esperanza de que al ser  llevados a otros lugares existía la posibilidad de que hubieran  escapado. Pero sinceramente no creo que la NKVD se hubiera molestado en  llevar a los prisioneros a otro sitio para ejecutarlos a miles de  kilómetros de distancia. No encaja con el sistema de exterminio  organizado por el aparato del Estado soviético".
Las primeras  huellas de aquella matanza fueron destapadas en 1943. Y lo hizo Radio  Berlín, en aquella época en manos de los nazis. Unos obreros polacos que  trabajaban en las líneas ferroviarias en el este del país, entonces  ocupado por la Alemania nazi, descubrieron los primeros cadáveres. Había  decenas de fosas, llenas de esqueletos apilados unos sobre otros, en el  bosque de Katyn, a pocos kilómetros de la ciudad rusa de Smolensk.  Unidades del Ejército alemán desenterraron allí 4.500 cuerpos. Medio  siglo después se hallaron más cementerios de este tipo, pero el nombre  de Katyn ya se había convertido en el símbolo de todos ellos.
"El  hallazgo fue para Alemania un instrumento propagandístico de primer  orden", cuenta Gontarezyk. Hitler y Stalin, que empezaron la guerra como  amigos, eran ahora enemigos. Stalin cambió de opinión y se unió a los  aliados que combatían contra Hitler. Para el Berlín hitleriano, la  oportunidad era de oro para mostrar al mundo los crímenes soviéticos y,  de paso, sembrar la discordia entre los aliados, incluido el Gobierno  polaco en el exilio. Los medios del Tercer Reich publicaron fotografías,  cartillas de vacunación y detalles sobre los objetos personales  hallados en las fosas. Algunos polacos se enteraron de esta forma del  fallecimiento de algunos de sus familiares.
Stalin contraatacó de  inmediato culpando a la Gestapo de los crímenes descubiertos. Su  estrategia no sirvió para explicar dónde estaban los soldados polacos  hechos prisioneros por Moscú que, pese a haber sido oficialmente  amnistiados tras la paz firmada por Moscú con los aliados (en junio de  1941), no volvían a sus casas. El jefe del Gobierno polaco en el exilio,  general Wladyslaw Sikorski, preguntó a Stalin dónde se encontraban  todos esos militares de su país que no regresaban. "Escaparon", se  limitó a responder el dictador soviético. "¿Adónde podrían haber  escapado?", insistió otro general polaco. "A Manchuria", sugirió.
Pese  a que a ninguno de los aliados le convenía entonces que se sospechara  que uno de los suyos había cometido tales crímenes, Polonia se mostró  reacia a aceptar como buenas estas explicaciones. Meses después, las  relaciones de Sikorski con Stalin se rompieron. En julio de 1943, el  general polaco murió en un accidente aéreo nada más despegar de  Gibraltar el avión Liberator en el que viajaba con 16 personas  más.
Tras el fin de la guerra, en 1945, se consumó la ocultación  de los crímenes de Katyn. La censura del régimen comunista impedía  pronunciar ese nombre en público. Y quienes hablaban de ello en privado  podían acabar en las listas de la policía política polaca, la SB, y en  algunos casos ir a parar a la cárcel. Anna Wolinska ya vivía en  Varsovia. Ella y su madre huyeron del este del país, por temor a acabar  en un campo de trabajo en Siberia, y se las arreglaron para pasar  inadvertidas. "Mi madre quería huir a toda costa, quería evitar a los  bolcheviques", cuenta. Tenía sus razones: muchos de los familiares de  los oficiales asesinados acabaron recluidos en campos de diversos  territorios de la URSS en Rusia, Ucrania y Bielorrusia, junto con  millones de ciudadanos soviéticos, donde la mayoría perecía de frío,  hambre o enfermedades.
"Para pasar sin problemas, mi madre tuvo  que quemar todos los objetos personales que tenía de mi padre, incluidas  las cartas", cuenta Wolinska. Tras instalarse en Varsovia, "enseguida  empezamos a buscarle. Escribimos a la Cruz Roja, al Gobierno polaco en  el exilio... y no hubo noticias. Y seguimos buscando durante la etapa  comunista. Una de mis tías huyó a Occidente. Tener a un familiar en  Occidente, ser católica practicante e hija de un oficial que  presuntamente estaba en una cárcel rusa no ayudó. Mi madre iba de un  trabajo a otro. No me admitieron en la Universidad de Varsovia y tuve  que estudiar en Lublín", explica.
Anna Wolinska logró licenciarse  en Filología Polaca, pero nunca logró saber qué pasó con su padre. "La  palabra Katyn atemorizaba a la gente. Yo no sabía si mi padre estaba  vivo o muerto... y ya se sabe que la esperanza es lo último que se  pierde". Esa esperanza se vio truncada en 1990, cuando el entonces  presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov, entregó a su colega polaco,  Wojciech Jaruzelski, la lista de los fusilados y otros documentos, y se  abrió una causa criminal. Las investigaciones iniciadas entonces se  cerraron en 2004, durante la presidencia de Vladímir Putin, en virtud de  una disposición secreta de la fiscalía militar.
"Aquella matanza  supuso una enorme pérdida para Polonia", afirma el profesor Zelichowski.  "Buena parte de la élite, la gente más formada, los más preparados,  murieron, y este episodio siempre ha marcado las relaciones con Rusia",  añade. A pesar de que, tras la caída del bloque comunista, se han  encontrado más fosas, todavía se desconoce dónde están enterrados los  cuerpos de 7.000 de aquellas víctimas. "Moscú reconoce que la matanza se  produjo, pero jamás ha admitido que fuera un crimen de guerra y un  genocidio, que nunca prescribe. Nunca ha rehabilitado a las víctimas y  se niega a abrir los archivos. Para Rusia es muy difícil abordar este  tema porque supone hacer frente a su pasado y a los millones de víctimas  que perecieron durante el estalinismo". De los 183 tomos de la  investigación rusa sobre Katyn, 116 son secreto de Estado.
"Katyn  es un símbolo tan poderoso, en parte, porque no se pudo poner en duda la  versión oficial de la historia. Nunca se aclaró. En clase estaba  prohibido explicar la tragedia, aunque algunos maestros lo hacían de  forma clandestina", recuerda el sociólogo Krzysztof Pankowski, del  centro CBOS en Varsovia. "Desde el punto de vista social, supuso la  decapitación de la crema y nata de la sociedad. La élite que quedaba fue  prácticamente eliminada en el levantamiento de Varsovia contra el  Ejército alemán en 1944; a partir de entonces, la sociedad se sometió al  régimen comunista", afirma. Hasta la llegada del movimiento  Solidaridad, liderado por Lech Walesa en los ochenta, los ciudadanos no  volvieron a rebelarse.
Setenta años después ha vuelto a ocurrir  una tragedia en Katyn. El presidente de Polonia, Lech Kaczynski, y  decenas de altos cargos políticos y militares han muerto justo cuando  viajaban a Smolensk, a pocos kilómetros de Katyn, para recordar los  crímenes de 1940. Pero la gestión de este siniestro por parte de las  actuales autoridades rusas ha impresionado a Varsovia. El primer  ministro en persona, Vladímir Putin, ha supervisado la investigación y  la repatriación de los cuerpos. Rusia declaró un día de luto oficial,  algo muy poco habitual, dos días después de la tragedia. Incluso, la  televisión estatal rusa emitió el domingo 11 de abril por la noche, en  horario de máxima audiencia, la película Katyn, del director  polaco Andrzej Wajda, que narra aquel exterminio. "Jamás imaginé que eso  pudiera suceder", declaró a EL PAÍS el cineasta, cuyo padre también  perdió la vida en Katyn. "Emocionalmente al menos, Rusia está dando  algunos pasos para una nueva relación", afirma el profesor Zelichowski.
Si  la tragedia de Katyn de 1940 fue el comienzo de un túnel negro en las  relaciones de Polonia y Rusia, quizá la tragedia de 2010, aunque  incomparable con la primera, suponga el inicio de una etapa de  esperanza.
 
La única solución que podría tener la economía cubana es una apertura a la inversión y la creación de la Pequeña Empresa por parte de los cubanos, residentes en el exterior y los nacionales que tengan capital (que los hay) y eliminar esa tremenda discriminación contra los cubanos que residen en el exterior que al fin y al cabo son los que tienen el capital que pudiera salvar la Nación del declive en que se encuentra.
El primer violador de las Normas Legales establecidas es el llamado “Estado Socialista”, que viola hasta la propia Constitución que le impusieron al pueblo. Es el colmo de los colmos.
La constitución dice “No se admitirá la doble ciudadanía. En consecuencia, cuando se adquiera una ciudadanía, se perderá la cubana”
Si fueran a respetar la constitución, cuando una persona adquiere una segunda ciudadanía, automáticamente pierde la cubana. Sin embargo a los cubanos con segunda ciudadanía que quieren visitar a Cuba les obligan a hacerlo como cubanos.
Es decir, de acuerdo con la constitución ya no son cubanos, pero deben comprar un pasaporte cubano si quieren regresar de visita.