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LA MUJER CUBANA
Sólo el frívolo, y también el ignorante, pues la ignorancia acaso es una forma de frivolidad, puede estimar a la mujer cubana sin hallarle otros méritos que su gracia o su belleza. La atracción femenina hace desaparecer a los ojos de muchos, tal vez porque los ignorantes y los frívolos constituyentes mayoría, la noble abnegación con que estuvo presente la mujer cubana en los combates por la libertad.
Las cubanas que hoy luchan y padecen bajo la tiranía, no hacen más que seguir los ejemplo de las cubanas de ayer, cuando bordaban en el sigilo del hogar las escarapelas de los héroes y aún acudían al campo de batalla.
Los cubanos recuerdan, porque la fama de sus hijos la levantó como ejemplo, aquella madre de los Maceo, que le dice al menor, todavía un niño, mientras el padre y los hermanos asombran con el heroísmo en la guerra: "¡Y tú, empínate, que ya es hora de que pelees por tu patria!" Y también aquella bravísima cubana, la madre del sabio doctor Horacio Ferrer, cuando le responde a quienes preguntan si deseaba que los hijos partieran a la guerra: "Mis hijos tienen dos madres: la patria y yo, ¡y ellos deben acudir a la que más los necesita!"
Pero sería interminable la relación de las cubanas heroicas. Entre otras muchas, y como ejemplos que fueron gloriosamente reiterados, podría citarse aquella brava María de la Caridad Martínez, que al ver en el pueblo de Fomento algunos voluntarios que atropellaban a niños y mujeres, derribó a más de un esbirro con el machete que llevaba y no dejó de pelear hasta que algunas bayonetas le atravesaron el pecho. Orta heroína legendaria fue Juana de la Torre, que las tropas enemigas, acuarteladas en un amplio edificio de la ciudad de Holguín, mostraron como rehén a los libertadores que las asediaban.
Lejos de suplicar la tregua, arengó a los cubanos para que continuaran la batalla, y rápida, con indomable energía, desprendiéndose de sus nerviosos custodios, montó en caballo y escapó gallardamente bajo una lluvia de balas.
Cubana fue la madre del general Calixto García, que responde con entereza, a quien le dice que su hijo ha caído prisionero: "¡Es mentira! ¡No puede ser mi hijo!" Y solo después, cuando se entera de que el héroe ha preferido suicidarse, exclama resplandeciente de orgullo: "¡Entonces sí, ése es mi hijo Calixto!"
Cubana fue Isabel Rubio, que ostentaba grado de Capitán, tan valerosa en la pelea como eficaz y resignada en la atención de los heridos. Cubana, Rosa Castellanos, apellidada con el sobrenombre de "La Bayamesa", que atendía generosamente los hospitales de campaña y derribó de un tiro al espía que merodeaba para detenerla. Cubana, Rosario Ducobrá de Osorio, que llamaban antonomásticamente "La Mambisa", bella como una flor silvestre, que fundó un hospital de sangre en que atendía con igual piedad a los compatriotas que a los enemigos. Y cubana también Adela Azcuy, que en la guerra del 95 ganó en campaña su grado de Capitán, rimadora de versos fáciles, que peleó a las órdenes de Antonio Maceo en la batalla de Cacarajícara y anotó en su hoja de servicios hasta cuarenta y nueve combates. Cubanas, en fin, las abnegadas esposas de los héroes, que las acompañaban en los peligros y azares de la guerra.
Y cubana, de singular significación, la esclarecida Ana Betancourt, esposa del mártir Ignacio Mora, que en la Asamblea de Güáimaro, cuando acaba de constituirse la República presidida por Céspedes, pronunció un breve discurso que es el primer testimonio de la reivindicación de los derechos de la mujer, en aquellos tiempos en que todavía la mujer no hablaba de derechos: "Cuando llegue el momento de libertar a la mujer --dijo ante los próceres de la Asamblea de Güáimaro, el pueblo de Cuba, que ha derribado la esclavitud de la cubana y la esclavitud del color, consagrará también su alma generosa a la conquista de los derechos de la que es hoy en la guerra su compañera ejemplar".
Aquellas mujeres son los moldes y ejemplos de las cubanas de hoy. Si la tiranía ha vuelto a extenderse, como una sombra, sobre la Isla desventurada, los libertadores de hoy confían en que no habrá de faltarles, como no les falta, desde luego, el apoyo amoroso, la abnegación ardiente y el valor indomable de su ejemplar compañera. No son los hombres quienes trasmiten verdaderamente la tradición de un pueblo. Son las mujeres, que moldean el alma de los hijos, que enseñan a la vez el valor y la ternura. Pudieran repetirse ahora, extendiéndolas a todas las cubanas, aquellas palabras que una vez anotó José Martí para exaltar a una criolla: "Con mujeres así, son fáciles los héroes". --Y ahora, por lo mismo que la tiranía acumuló sobre la Isla mucho dolor y mucho oprobio, se hace necesario también que se pueda acrecentar mucho heroísmo.
FIN
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