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Obama, Cuba, y la Conjura de los Necios
Según Jonathan Swift, cuando un verdadero genio aparece en el mundo podemos reconocerlo por un signo: todos los necios se conjuran en su contra.
Creo que esta máxima –origen de “A Confederacy of Dunces”, la estupenda novela de John Kennedy Toole- podríamos adaptarla sin mucho esfuerzo a otro contexto: cuando un presidente sensato aparece en las grandes naciones, no tardan en juntarse los necios en su contra.
Pienso en esto cada vez que escucho a Barack Obama sostener su política en ese singular caso que se hace llamar Cuba. Lo pienso cada vez que escucho su pensamiento consonante con las necesidades más primordiales de los cubanos de estos tiempos.
Por mi parte, conocer que no bien llegado a la Casa Blanca el presidente Obama se deslindó de posturas anteriores, insostenibles para el contexto actual del país caribeño, se me antojó un soplo de aire fresco. Un excelente augurio que me llegó hasta mi remota ciudad de provincia en Cuba.
No fue mi caso aislado. Recuerdo los interminables debates entre jóvenes que de distintas formas, más públicas o más solapadas, desaprobábamos lo mismo el sistema monolítico bajo el cual habíamos crecido, que la política nociva promulgada por George W. Bush durante sus ocho interminables años de gobierno.
Me arriesgo a una generalización: la inmensa mayoría –por amplio margen- de los cubanos de dentro, las generaciones que indudablemente edificarán un mejor país para sus hijos y nietos; la enorme mayoría de disidentes notorios o desconocidos, cubanos desligados del adoctrinamiento, hartos de mentiras y politiquería insulsa, aprueban a camisa quitada las medidas para Cuba de la actual administración estadounidense.
En tanto, no pocos necios se conjuran en la acusación de que Barack Obama se ha aliado al régimen tropical de La Habana, permitiendo que los cubanoamericanos viajen cuando les plazca a su país de origen, y desentendiéndose de cuánto dinero le manda un mesero de Hialeah a su madre en Santa Clara.
Otra campaña pequeñita y mal montada refiere como prueba de insensibilidad hacia Cuba de la administración de Obama, el recorte de fondos para promover la Democracia en Cuba a organizaciones como “Directorio Democrático Cubano” o “Plantados hasta la Libertad de Cuba”, obviando intencionadamente la reasignación de esos fondos a otras instituciones más afines con la política de la actual administración, como la División de Derechos Humanos de la Fundación Nacional Cubano Americana.
Sospechosamente, esta clase de luchadores anticastristas que se autodenominan “intransigentes”, y defienden con uñas y dientes la asfixia de los cubanos como ruta hacia el levantamiento, no habitan el país en cuestión. No los conocí en la Cuba que dejé atrás hace 9 meses. Estos están fuera de ella, a buen resguardo de la miseria imperante, y de las asfixias de la desinformación oficial. En la aplastante mayoría de los casos, también sus familias lo están. Como diría un son montuno muy popular en la serranía cubana: “¡Así sí es fácil, compay!”
El razonamiento de estos es muy simple: restringir las remesas desde Miami a Cuba tendría su efecto en los estómagos de los cubanos, que irremediablemente terminarían derrocando al dictador. Lo que ninguno de estos pensadores y arquitectos de la libertad cubana ha logrado explicarme jamás es qué hacen ellos mismos fuera de Cuba. Qué hacen sus familias fuera de Cuba. Por qué deberán ser mi madre, mi abuela, las que se alcen contra el tirano, como resultado de sus políticas, cuando ellos están a buen resguardo con un trago de Bacardí en la mano.
¿Hacia dónde se ha enfocado la política de Barack Obama? Hacia una verdad como un templo: el escenario natural, el hábitat predilecto de toda dictadura, es el aislamiento. Es en la distancia, en la separación, en las prohibiciones, donde todos los regímenes autoritarios de la Historia han encontrado mejores condiciones para su perpetuidad. Esa es su salsa, ahí se cocinan con habilidad.
Cuando escucho a Obama defender sus posturas sobre Cuba, defender la necesidad de que los cubanos se deslinden del Estado y aprovechen las nuevas formas de comunicación con el exterior, llego a plantearme dos únicas posibilidades en torno a sus detractores:
1. O la desconexión que tienen con aquel país es tan insalvable –aun cuando no la intuyan- que no comprenden el daño que le hace al régimen monolítico de La Habana la entrada a sus predios de habitantes de un mundo libre, el contacto entre seres humanos y seres esclavos;
2. O el republicanismo ciego, del tipo “haga lo que haga hay que enfrentarse a él” les nubla la razón y distorsiona sus pretendidas buenas intenciones para con la Isla.
De otra forma no puedo entender, por ejemplo, las alabanzas al que para estos adalides de la causa cubana ha sido el presidente más consistente, duro y admirable de las últimas décadas: George W. Bush.
Descontando la vergüenza que encierra aupar al mandatario más impopular de la historia americana, al más inculto y más notoriamente incapaz, creo que una sola pregunta derrumbaría el mito: ¿qué logró la “admirable” política de Bush en materia de Cuba, con sus discursitos encendidos y sus límites a remesas y viajes entre ambas orillas?
¿Logró algo, en verdad? Sí, mucho: bajo su administración el régimen de Fidel Castro dictó las más astronómicas sentencias posibles contra periodistas independientes; movilizó al país en interminables marchas obligatorias; reprimió con más efectividad las protestas populares; sostuvo un monopolio más absoluto de la información; y disfrutó silenciosamente del distanciamiento familiar, esta vez no impuesto por sus propias directrices, sino por las del país que para muchos es paradigma de la democracia moderna.
En resumen: estaría dispuesto a creer en la efectividad de las prohibiciones republicanas, si me mostraran uno, apenas uno de los logros de estas políticas en la vida de los cubanos de dentro.
Todo esto, descontando un factor fundamental: el tejano Bush no solo fue el presidente más impopular entre los estadounidenses. También lo fue entre los cubanos de la Isla: como si no bastara con el puño de hierro en 11 millones de gargantas por parte de una dictadura familiar, ahora el presidente de la nación que debería aliarse a las víctimas hacía justo lo contrario: les impedía a nuestros familiares visitarnos, aliviarnos el hambre y las nostalgias. Y mientras, Bush ganaba aplausos en el Versailles como “el que hacía lo que era necesario de verdad”.
Independizar a los cubanos del Estado; romper el monopolio de la información que tanto menciona Yoani Sánchez y que directamente ha impulsado Barack Obama; permitir el contacto entre cubanos de las dos orillas -no solo como una estrategia política sino como un sacro derecho que les pertenece-, me parece no solo defendible por quienes conocemos al monstruo tropical desde bien adentro, sino por todos los que tienen genuinos intereses de prosperidad y democracia para Cuba, más allá de la demagogia disfrazada de patriotismo.
El resto, sirve mucho para contentar los oídos anquilosados de ciertos sectores que no habitan Cuba y parecen no notarlo. Sirve para disimular la escasez de propuestas políticas serias, efectivas, con el manto de la retórica gastada. Pero al menos a los cubanos de estos tiempos, los de dentro y los de fuera, definitivamente no nos engaña. No por mucho conjurarse las voces de ciertos necios terminan por escucharse más.
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