18 octubre, 2011 @ 14:51 › Ricardo Santiago
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Ultima foto del cuerpo de Laura Pollán, tomada por el Rev. Ricardo
Santiago Medina Salabarría
En la lluviosa tarde del 14 de octubre partía a la casa del Padre
Laura Inés Pollán Toledo, sin que se hubiesen precisado aun las causas
de su muerte.
El periodista independiente Lucas Garves se encontraba de visita en mi
casa cuando recibió en su móvil una llamada telefónica. Era el ex
prisionero de conciencia Adolfo Fernández Saínz, desde Radio Martí,
con la intención de confirmar la noticia de que Laura había sufrido un
paro cardiaco. Nosotros aun no estábamos al corriente de eso, pero
prometimos informarnos con inmediatez.
Llamé a Berta Soler, su móvil decía que estaba apagado o fuera del
área de cobertura. Logré contactar con Laurita y me confirmó la
noticia. Ella ya iba camino al hospital Calixto García. Lucas se fue
al hospital y se comprometió a mantenernos informados. Llegando nos
llamó y nos informó que hacía 15 minutos había fallecido. Mi esposa
Katia se sumió en llanto y yo elevé mis primeras oraciones por el
eterno descanso de su alma. Allí comenzamos una red de comunicación
con todos los delegados del Partido Cuba Independiente y Democrática
(CID) a nivel nacional.
Katia y Aimé Cabrales salieron rumbo al hospital temiendo que la
policía política les impidiera participar en el funeral. Una vez allí
supieron que aun se desconocía lo que harían con el cuerpo sin vida de
Laura. Se valoraban dos opciones: velarlo e incinerarlo o incinerarlo
sin ser velado. Felizmente, resolvieron velarla y anunciaron que sería
en la funeraria Calzada y K, del Vedado. Katia me lo comunicó
enseguida.
Salí con Abdel Rodríguez Arteaga rumbo al hospital a esperar por el
traslado del cuerpo. Llegando allí se decidió que siguiéramos para
Calzada y K. Tomamos un taxi. Al llegar al Vedado solo la funeraria
estaba sin electricidad. El parque del frente estaba minado de agentes
de la seguridad del estado. Berta nos dijo que fuéramos para la
funeraria nacional ubicada en Infanta y Benjumeda, municipio Centro
Habana. Así, continuamos viaje en el mismo taxi y comencé a comunicar
con Yoani Sánchez a quien le había prometido informarle de cualquier
cambio.
Ya en la funeraria nacional esperaban las agencias de prensa.
Esperamos por el cuerpo hasta pasadas las 12 de la madrugada. Coordiné
con la oficinista para que nos prestara una bandera cubana para cubrir
el ataúd y no tener que regresar a mi casa —a dos cuadras de allí— por
temor a ser detenido. Ella se comprometió a prestarla.
Llegó el cadáver y pidieron que dos personas pasaran a vestirlo. Pedí
permiso para colocarle un rosario que me habían obsequiado de Tierra
Santa. Katia trajo una docena de gladiolos que había en mi casa. Pasé
al recinto y quedé perplejo al ver el grado de inflamación del cuerpo.
Descubrí que habían mentido en los partes médicos cuando decían que
las funciones renales estaban perfectas, esos edemas podrían haberse
evacuado con diuréticos y sinceramente no creo lo hayan hecho por dos
razones:
1- Porque con esa retención de líquidos se inhibe la capacidad de
ventilar de los pulmones, la sangre fluye menos y se provoca el paro
cardiorespiratorio.
2- Porque en caso de no producirse el paro cardiorespiratorio la falta
de oxígeno en el cerebro dejaría secuelas cerebrales severas; Laura
sería entonces un vegetal.
Dos personas entraron al lugar como servicio de necrología. Berta me
entregó la ropa y vestí el cuerpo sin vida de mi hermana Laura.
Coloqué el rosario en sus manos y sobre el lado izquierdo tres
gladiolos, símbolo de su lucha por la libertad de todos los presos
políticos. Berta pintó sus labios; yo le maquillé los ojos y peiné su
cabellera. Le pedí ayuda a los funerarios y se negaron. Ni aun
ofreciéndoles dinero accedieron a ayudarme; sólo la depositaron en el
ataúd. Berta besó su frente; hice lo mismo diciéndole que siempre
quedaría entre nosotros.
Allí tomé la última foto del cuerpo sin vida de Laura Pollán (es la
que ilustra este post).
Subimos a la capilla. Ya se habían concentrado cerca de doscientas
personas en la funeraria. Pedí la bandera y la oficinista se negó
diciéndome que era sólo para combatientes. Me encontré con Maceda
(esposo de Laura); me pidió que estuviese presente en la cremación y
accedí con honor. Pedí a todos en la capilla que me acompañaran a
rezar el rosario por el eterno descanso de su alma. Así lo hicieron
con mucha devoción. Las Damas de Blanco presentes mantuvieron una
guardia de honor; luego fue el turno de los ex prisioneros y en
general de todos los presentes.
A la 1:45 am un oficial de la seguridad del estado y un funerario con
una carretilla subieron a llevarse el cuerpo. Le avisé a Ángel Moya y
a Berta. Los tres les salimos al encuentro alegando que nos habían
dicho que serían dos horas. Buscamos a Héctor Maceda que
indistintamente había accedido a la solicitud y nos negamos. Maceda
pidió 15 minutos más. Así, a las 2:15 am cantamos solemnemente el
himno nacional. Acto seguido, fue bajado el cuerpo, momento que
aproveché para tomar una muestra de cabello con partículas de piel
para que una mano amiga la llevara a un laboratorio en el extranjero
con el fin de determinar a través de un estudio genético la verdadera
causa de la muerte de Laura Pollán, pues el certificado médico en
ningún momento reflejó DENGUE como la causa de su muerte. En su lugar
se indicó "diabetes mellitus tipo II, bronconeumonía, virus
Cincinnati".
No volvimos a ver el cuerpo de Laura. Nos llevaron al crematorio del
cementerio nuevo de Guanabacoa. Según la seguridad del estado el
cuerpo debía ser revisado por medicina legal para aprobar la
cremación. Al entrar al cementerio un oficial de la seguridad del
estado nos vio llegar desde el portal y se escondió en una oficina
donde luego —en un momento en que entraban a llevarles una bandeja de
café—, vimos a cuatro más. Después vi entrar un carro fúnebre; le
pregunté al oficinista y me confirmó: "sí, es el caso de ustedes".
Berta y yo pedimos ver por última vez el cuerpo de Laura. Una señora
muy enérgica nos dijo que estaba prohibido. La desmentí diciéndole que
tenía información de una mirilla por donde se veía el proceso. Me
repitió con fuerza: "está prohibido".
Maceda nos pidió ser disciplinados y que le acompañáramos en el salón
de espera. Accedimos por ser el doliente directo. La prepotente señora
trajo en un sobre los aretes de Laura y una hebilla de pelo y Maceda
firmó como constancia de que le fueron devueltas sus pertenencias.
Nos comunicaron que el proceso había terminado. Maceda me pidió que
recibiera las cenizas y las entronizara en su casa donde había
anunciado para las 9:00 am la apertura de un libro de condolencias.
Eran casi las 5:00 am cuando llegamos a la sede de las Damas de
Blanco. Cerca de cincuenta personas ya estaban allí. Colocamos la
bandera. Ángel Moya y yo desocupamos una mesa donde deposité el
ánfora.
Entre los presentes estaba Diosdado González (otro de los 75), mi ex
compañero de prisión. Aproveché para saludarlos a él y a su esposa,
Alejandrina García de la Riva.
A las 6:00 am todos rezamos el rosario junto a Laurita (hija de Laura
Pollán). Para dar cumplimiento a la voluntad de su madre, anunció que
había decidido compartir las cenizas de su cuerpo: una parte sería
llevada al panteón familiar en Manzanillo; la otra sería esparcida en
un campo de flores. Las cenizas no fueron expuestas porque Maceda
encontró contraproducente hacerlo. Laurita se llevó el ánfora a
Manzanillo. Luego, en la mañana del domingo, me comunicó que las había
depositado junto a los difuntos de la familia Pollán.
A las 9:30 am dirigí el rezo de otro rosario y a las 12:00 meridiano
rezamos el Ángelus por el alma de Laura, con el Santo Responso.

Arreglo Floral dedicado a Laura Pollán, roto por la SE en la vía
pública. Por: Ricardo Santiago Medina Salabarría
Regresé a mi casa con un ramo de flores blancas que serían llevadas el
domingo a la iglesia de Santa Rita, acción que no consumamos porque la
G2 lo destruyó!
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