domingo 13 de febrero de 2011
Penumbra y luz en la plaza de Tahrir, una mezcla rojiza de fosforescencias interrumpida por el destello de las cámaras fotográficas y por el brillo de las pantallas de los teléfonos. No estuve allí, y sin embargo, sé lo que sintieron cada uno de los egipcios congregados anoche en el centro de El Cairo. Yo, que nunca he podido gritar y llorar en público, feliz de que el ciclo de autoritarismo bajo el que he nacido haya terminado, confirmo que lo haría igual, me quedaría sin voz, me abrazaría a los otros, me sentiría ligera como si una enorme carga hubiera descendido de mis hombros. No he vivido una revolución, mucho menos ciudadana, pero esta semana, a pesar de la cautela de los noticiarios oficiales, he presentido que el canal de Suez y el mar Caribe no quedan tan lejos, no son sitios tan diferentes.
Mientras los jóvenes egipcios se organizaban en Facebook, nosotros asistíamos consternados a la filtración de la charla de un policía cibernético, para el que las redes sociales son "el enemigo". Cuánta razón tiene este censor de kilobytes y sus jefes en temerles a esos sitios virtuales donde los individuos nos pudiéramos dar cita, sacudirnos los controles estatales, partidistas e ideológicos. Leyendo las palabras del joven Wael Ghonim "Quieren un país libre, ¡Denle Internet!" comprendo mejor el sigilo que nuestras autoridades muestran a la hora de permitirnos o no conectarnos a la Web. Se han acostumbrado a tener el monopolio informativo, a regular lo que nos llega y a reinterpretar para nosotros lo que ocurre dentro y fuera de las fronteras nacionales. Ahora saben, porque Egipto se los ha enseñado, que cada paso que nos dejen adentrarnos en el ciberespacio nos acerca a Tahrir, nos lleva velozmente hacia una plaza que se estremece y a un dictador que renuncia.
Este mensaje ha sido enviado gracias al servicio BlackBerry de Movilnet
No hay comentarios:
Publicar un comentario