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Sin cargos de conciencia
Entre los motivos por los que algunas edificaciones demoran tanto en construirse o repararse no sólo están la desidia y la falta de eficiencia. El robo de cemento, acero y otros materiales constructivos ralentizan también muchas obras públicas. Algunas ya antológicas, donde la cantidad de recursos robados multiplicó por tres los cálculos iniciales en los costos de la edificación o la restauración. Los lavamanos desaparecen nada más descargarlos del camión, las latas de pintura se rellena con agua para revender la otra parte en el mercado clandestino y hasta se sabe de un hotel donde fueron desfalcados 36 aparatos de aire acondicionado, unos días antes de su inauguración. Ante tantos hurtos, cada objeto y recurso debe ser vigilado atentamente y a su vez vigilar a quien lo vigila.
Muchos ojos aguardan por un desliz. En una madrugada sin control una loma de recebo quedará reducida a su tercera parte. En unas vacaciones de verano, una escuela que no tenga custodio puede perder varias ventanas y alguna que otra taza de baño. Los lámparas desaparecen, los interruptores eléctricos son arrancados y el saqueo se extiende también a las manillas de las puertas, las barandas de las escaleras, las tuberías y hasta las tejas del techo. Sin cargos de conciencia, ni complejos de culpa por parte de los perpetradores. Más bien como el pobre expoliado que le quita al patrón un trozo de su suculenta merienda cuando éste se entretiene mirando por la ventana. Sintomático que la casi totalidad de quienes substraen materiales de construcción de obras estatales, no sienten ningún remordimiento por hacerlo. Le llaman a eso “recuperar”, “inventar”, “luchar”, “sobrevivir”. Cuando se bañan en una ducha hecha con azulejos robados, piensan bajo el chorro de agua “lo que te den tómalo y lo que no te den… también.”
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