Cuando se decide transitar por el camino incorrecto llegar a la meta resulta bien difícil, en ocasiones imposible. Despues del fraude electoral en Venezuela, el líder opositor Henrique Capriles tomó el rumbo equivocado. Más de la mitad del pueblo lo seguía y estaba indignado por el irrespeto a la voluntad soberana demostrado por Nicolás Maduro y su circo oficialista. Ese era el momento de tomar las riendas, apretarse el cinto y actuar con determinación acorde a la exigencia de esas circunstancias. Sobran los ejemplos de qué es lo que funciona cuando en representación de los anhelos de libertad y democracia de la mayoría de la población te asiste la razón, la legalidad y se cuenta con el respaldo de amplios sectores sociales decididos a cerrar fila detrás de tus acciones revindicadoras. Ahi está la Plaza Tahrir en el Cairo que fue decisiva para derrocar a Hosni Mubarak, la toma de Plazas en Bengasi que hizo saltar del poder a Muamar el Gadafi, las actuales plantadas en la Plaza Taksim en Estambul plantando cara al autoritarismo de Tayyip Erdogan, en la antigua Checoslavaquia la Plaza de Wenceslao que fue escenario fundamental para la caída del régimen comunista... En Filipinas cuando el dictador Ferdinard Marcos le robó las elecciones a la líder opositora Corazón Aquino esta encabezó la pelea por la presidencia junto a sus simpatizantes y no paró hasta que le fue entregado el poder... El legítimo derecho de las mayorías a ser libre y determinar quien los gobierne no se defiende impugnando las instituciones de las dictaduras, ese es el juego del laberinto que nunca termina ni llega a puerto alguno. Tampoco se llega a ningún lado pretendiendo que los gobiernos o instituciones del exterior traerán solución a los problemas internos. Menos en Latinoamérica donde existe tanto maridaje o complicidad con las dictaduras. Y en el caso específico de Capriles ahora le viene encima una situación bien contradictoria. Se acercan las elecciones municipales y está atrapado en su acción errática. Tiene dos opciones: estimúla al pueblo a participar de las nuevas elecciones, lo que contradice su impugnación de fraudulentos a los chavistas y acepta, otra vez, el juego de la falsa legalidad democrática, o puja porque el pueblo venezolano no participe más de esos procesos fraudulentos y le da vía abierta al chavismo para que siga ocupando terreno mediante el amañado proceso electoral. Y se ha llegado a ese punto por no tomar de inicio el camino que correspondía a la situación venezolana: lanzar masivamente al pueblo a las calles a exigir respeto a su voluntad soberana. Esa es una lección de la Historia.
Cuando se decide transitar por el camino incorrecto llegar a la meta resulta bien difícil, en ocasiones imposible. Despues del fraude electoral en Venezuela, el líder opositor Henrique Capriles tomó el rumbo equivocado. Más de la mitad del pueblo lo seguía y estaba indignado por el irrespeto a la voluntad soberana demostrado por Nicolás Maduro y su circo oficialista. Ese era el momento de tomar las riendas, apretarse el cinto y actuar con determinación acorde a la exigencia de esas circunstancias. Sobran los ejemplos de qué es lo que funciona cuando en representación de los anhelos de libertad y democracia de la mayoría de la población te asiste la razón, la legalidad y se cuenta con el respaldo de amplios sectores sociales decididos a cerrar fila detrás de tus acciones revindicadoras. Ahi está la Plaza Tahrir en el Cairo que fue decisiva para derrocar a Hosni Mubarak, la toma de Plazas en Bengasi que hizo saltar del poder a Muamar el Gadafi, las actuales plantadas en la Plaza Taksim en Estambul plantando cara al autoritarismo de Tayyip Erdogan, en la antigua Checoslavaquia la Plaza de Wenceslao que fue escenario fundamental para la caída del régimen comunista... En Filipinas cuando el dictador Ferdinard Marcos le robó las elecciones a la líder opositora Corazón Aquino esta encabezó la pelea por la presidencia junto a sus simpatizantes y no paró hasta que le fue entregado el poder... El legítimo derecho de las mayorías a ser libre y determinar quien los gobierne no se defiende impugnando las instituciones de las dictaduras, ese es el juego del laberinto que nunca termina ni llega a puerto alguno. Tampoco se llega a ningún lado pretendiendo que los gobiernos o instituciones del exterior traerán solución a los problemas internos. Menos en Latinoamérica donde existe tanto maridaje o complicidad con las dictaduras. Y en el caso específico de Capriles ahora le viene encima una situación bien contradictoria. Se acercan las elecciones municipales y está atrapado en su acción errática. Tiene dos opciones: estimúla al pueblo a participar de las nuevas elecciones, lo que contradice su impugnación de fraudulentos a los chavistas y acepta, otra vez, el juego de la falsa legalidad democrática, o puja porque el pueblo venezolano no participe más de esos procesos fraudulentos y le da vía abierta al chavismo para que siga ocupando terreno mediante el amañado proceso electoral. Y se ha llegado a ese punto por no tomar de inicio el camino que correspondía a la situación venezolana: lanzar masivamente al pueblo a las calles a exigir respeto a su voluntad soberana. Esa es una lección de la Historia.
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