La Causa 1 de 1989, vista por mis ojos adolescentes
Fidel Castro y Arnaldo Ocho durante maniobras militares en 1972.
Imagen tomada del sitio www.norbertofuentes.net
Imagen tomada del sitio www.norbertofuentes.net
Mi madre se sentó frente al televisor siendo fidelista. Unos días después, sus dos hijas comprendimos que un cambio trascendental e irreversible se había operado en aquella treintañera compulsiva. Ex militante de la Unión de Jóvenes Comunistas, ella había vivido algunos desengaños ideológicos a finales de la década de los ochenta, pero el juicio contra el General Arnaldo Ochoa resultó demasiado para sus ilusiones revolucionarias. Recuerdo haberla visto sentarse en aquella butaca frente al televisor pensando que su “Comandante” era más que un padre –mucho más que la nación misma- y observé desde mi ingenua perspectiva adolescente su transformación. Su ira, su tristeza, mientras avanzaba aquella farsa de proceso judicial. Después supe por mis amigas de la escuela que una metamorfosis similar había ocurrido en muchas de sus casas. Un “hasta aquí llegamos” parecía extenderse entre buena parte de los fieles seguidores del fidelismo.
¿Por qué 23 años después de aquel “reality show” televisado a todo el país todavía puede considerarse la Causa 1 de 1989 como un punto de ruptura? ¿Cómo se convirtió ese momento en una de esas fechas para ubicar el ocaso de la Revolución Cubana? No creo que haya sido solamente por la simpatía popular que despertó aquel hombre altanero y apuesto que se encontraba en el banquillo de los acusados. Ni siquiera por lo falso que sonaban los generales -de rostros redondeados por la buena vida- culpando a uno de sus colegas por disfrutar de un lujo aquí, de un despilfarro allá. Tampoco puede decirse que fue sólo el evidente contraste entre el militar que había dirigido batallas en África y el Comandante en Jefe que jugaba a la guerra desde lejos, desde la comodidad de su despacho. Creo que todo eso confluyó para que muchos cubanos -en aquel momento- “se bajaran del tren” del proceso político. Pero a eso se le sumó –sin dudas- el deseo de encontrar una buena excusa para romper, un pretexto lo suficientemente fuerte para acabar de dar el portazo a una ideología que había defraudado a tantos. Los niños vimos esa metamorfosis en nuestros padres… no había forma de que saliéramos indemnes después de presenciar tal mutación.
Durante cuatro semanas, en la pantalla chica de todos los hogares cubanos se sintonizaron aquellas imágenes de un tribunal, donde la gran mayoría de los presentes vestía con uniforme verdeolivo. Escuchamos a los testigos declarar, a los acusados pasar del tono de la alerta al titubeo del terror y a muchos de ellos aclarar que el máximo nivel del gobierno cubano no estaba enterado del tráfico de drogas. Raúl Castro narró que había llorado frente al espejo de su cuarto de baño pensando en los hijos de Ochoa y sin embargo aprobó el fusilamiento de éste y de otros tres acusados. Y todo eso ocurría frente a nuestros ojos el mismo año en que caería el muro de Berlín y muchos regímenes de Europa del Este se desmoronaban como naipes de un ilusorio castillo. No era posible desligar lo que ocurría fuera de nuestras fronteras y aquel Tribunal Militar que encausó a Arnaldo Ochoa por “alta traición a la patria y a la Revolución”. Difícil separar la crisis de fe que atravesaba en ese momento el proceso cubano de aquel escarmiento público transmitido a millones de telespectadores. Las autoridades nos querían mostrar de qué eran capaces todavía; tenían la intención de darnos una lección, de asestar un golpe para parar esas ideas de perestroika tropical que recorrían la Isla. Auto infligirse una herida en sus propias filas era una manera bien clara de advertir que no habría misericordia para el que cruzara cierta línea. En paralelo a la versión oficial del juicio, corrían mil y un rumores populares sobre la sombra de autoridad que le hacía a Fidel Castro el General con más condecoraciones entregadas en Cuba. Muchos analistas aseguran que allí se estaba disputando realmente un asunto de rivalidad por el poder. No era pues de extrañar que tantas pruebas mostradas en el juicio no terminaran por convencer a la teleaudiencia. “En esto hay algo más”, decían los más viejos… “aquí hay gato encerrado” repetían, con la sabiduría de quien ha visto a muchos otros caer, ser defenestrados.
En la madrugada del 13 de julio de 1989 fueron fusilados Arnaldo Ochoa, Antonio de la Guardia, Amado Padrón y Jorge Martínez. Mi madre había apagado el televisor justo después que anunciaron la sentencia. Nunca más la he vuelto a ver mirando con arrobo la pantalla ni asentir mansamente cuando aparece la figura de Fidel Castro.
¿Por qué 23 años después de aquel “reality show” televisado a todo el país todavía puede considerarse la Causa 1 de 1989 como un punto de ruptura? ¿Cómo se convirtió ese momento en una de esas fechas para ubicar el ocaso de la Revolución Cubana? No creo que haya sido solamente por la simpatía popular que despertó aquel hombre altanero y apuesto que se encontraba en el banquillo de los acusados. Ni siquiera por lo falso que sonaban los generales -de rostros redondeados por la buena vida- culpando a uno de sus colegas por disfrutar de un lujo aquí, de un despilfarro allá. Tampoco puede decirse que fue sólo el evidente contraste entre el militar que había dirigido batallas en África y el Comandante en Jefe que jugaba a la guerra desde lejos, desde la comodidad de su despacho. Creo que todo eso confluyó para que muchos cubanos -en aquel momento- “se bajaran del tren” del proceso político. Pero a eso se le sumó –sin dudas- el deseo de encontrar una buena excusa para romper, un pretexto lo suficientemente fuerte para acabar de dar el portazo a una ideología que había defraudado a tantos. Los niños vimos esa metamorfosis en nuestros padres… no había forma de que saliéramos indemnes después de presenciar tal mutación.
Durante cuatro semanas, en la pantalla chica de todos los hogares cubanos se sintonizaron aquellas imágenes de un tribunal, donde la gran mayoría de los presentes vestía con uniforme verdeolivo. Escuchamos a los testigos declarar, a los acusados pasar del tono de la alerta al titubeo del terror y a muchos de ellos aclarar que el máximo nivel del gobierno cubano no estaba enterado del tráfico de drogas. Raúl Castro narró que había llorado frente al espejo de su cuarto de baño pensando en los hijos de Ochoa y sin embargo aprobó el fusilamiento de éste y de otros tres acusados. Y todo eso ocurría frente a nuestros ojos el mismo año en que caería el muro de Berlín y muchos regímenes de Europa del Este se desmoronaban como naipes de un ilusorio castillo. No era posible desligar lo que ocurría fuera de nuestras fronteras y aquel Tribunal Militar que encausó a Arnaldo Ochoa por “alta traición a la patria y a la Revolución”. Difícil separar la crisis de fe que atravesaba en ese momento el proceso cubano de aquel escarmiento público transmitido a millones de telespectadores. Las autoridades nos querían mostrar de qué eran capaces todavía; tenían la intención de darnos una lección, de asestar un golpe para parar esas ideas de perestroika tropical que recorrían la Isla. Auto infligirse una herida en sus propias filas era una manera bien clara de advertir que no habría misericordia para el que cruzara cierta línea. En paralelo a la versión oficial del juicio, corrían mil y un rumores populares sobre la sombra de autoridad que le hacía a Fidel Castro el General con más condecoraciones entregadas en Cuba. Muchos analistas aseguran que allí se estaba disputando realmente un asunto de rivalidad por el poder. No era pues de extrañar que tantas pruebas mostradas en el juicio no terminaran por convencer a la teleaudiencia. “En esto hay algo más”, decían los más viejos… “aquí hay gato encerrado” repetían, con la sabiduría de quien ha visto a muchos otros caer, ser defenestrados.
En la madrugada del 13 de julio de 1989 fueron fusilados Arnaldo Ochoa, Antonio de la Guardia, Amado Padrón y Jorge Martínez. Mi madre había apagado el televisor justo después que anunciaron la sentencia. Nunca más la he vuelto a ver mirando con arrobo la pantalla ni asentir mansamente cuando aparece la figura de Fidel Castro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario