- jul 25, 2012 • 19:56h
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Por Carl Gershman
Con la muerte de Oswaldo Payá, un líder clave de la oposición democrática cubana, Cuba ha sufrido lo que la escritora Yoani Sánchez llamó “una dramática pérdida en su presente y una insustituible ausencia en su futuro”. Las circunstancias que rodearon la muerte de Payá el domingo han provocado una controversia similar a la desatada en octubre por la muerte de Laura Pollán, líder de las aplaudidas Damas de Blanco, apenas semanas después de que fuera atacada por un partidario del gobierno durante una marcha de protesta.
El gobierno cubano informó que Payá murió en un accidente de tránsito cerca de la ciudad de Bayamo, cuando su automóvil se estrelló contra un árbol, causándole la muerte a él y a otro pasajero e hiriendo a otros dos. Pero la hija de Payá, Rosa María Payá, cuestionó inmediatamente esa versión, afirmando que la familia había recibido información de los sobrevivientes en el sentido de que el auto fue embestido varias veces por otro vehículo. “Así que creemos que no fue un accidente”, dijo, de acuerdo con CNN en Español. “Le querían hacer daño y terminaron matándolo.”
La familia también reveló que Oswaldo Payá fue atacado en un incidente similar hace dos semanas en La Habana. En retrospectiva, ahora ven ese incidente como una advertencia del régimen.
¿Por qué razones vería el gobierno de Cuba en Payá una amenaza lo bastante grave como para querer matarlo? Él fue uno de los más descollantes opositores a la dictadura cubana, un activista católico que fundó el Movimiento Cristiano Liberación en 1988. Se le conoce mejor por el Proyecto Varela, un petitorio que promovió en 2002, y que incluía convocar elecciones libres y otros derechos. Eso enfureció al gobierno cubano, que respondió empujando en la Asamblea Nacional una enmienda constitucional que establecería la irrevocabilidad del sistema socialista en Cuba. Y luego continuó con la “Primavera Negra” de 2003, arrestando ese mes de marzo a 75 de los más destacados activistas cubanos.
Pero el gobierno no arrestó a Payá, debido al reconimiento internacional que había logrado. El Parlamento Europeo le concedió su Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia en 2002; ese año también fue propuesto para el Premio Nobel de la Paz por cientos de parlamentarios, en una campaña dirigida por su amigo Vaclav Havel, el presidente de la República Checa. A diferencia de la birmana Aung San Suu Kyi, y el chino Liu Xiaobó, por quienes también hizo campaña Havel, Payá nunca recibió el Nobel. Pero él era un activista fundido con el mismo molde: un opositor centrista comprometido con la no-violencia y la reconciliación. Payá se oponía al embargo de EE UU contra Cuba, lo cual le granjeó las criticas de algunos opositores al régimen de Castro.
Aunque en los últimos años otros activistas habían sucedido a Payá en la vanguardia del movimiento democrático cubano, él provocó recientemente al gobierno en dos temas especialmente sensibles. En mayo, rompió un largo silencio cuando criticó acerbamente un artículo en una publicación laica católica que defendía el diálogo del arzobispo de La Habana, cardenal Jaime Ortega, con el régimen, y atacaba a los críticos del purpurado. Payá acusó a los autores del artículo de tratar de crear “un enfrentamiento artificial entre la oposición y la Iglesia”, y les calificó de “comisarios políticos” que pedían “un voto de confianza para el gobierno de Raúl Castro”.
Payá, la voz católica más prominente del país, cruzó un límite al cuestionar las relaciones del gobierno con la iglesia, que se habían convertido en un pilar de la estrategia de supervivencia del gobierno. Pero además lo hizo en un momento en que el régimen no estaba dispuesto a tolerar críticas, envalentonado por el silencio del cardenal ante la ola de detenciones lanzada en marzo, durante la visita del Papa a Cuba.
Luego atravesó otra raya roja al visitar Bayamo con dos católicos extranjeros, uno español y el otro sueco, los dos sobrevivientes del accidente. La ciudad es un punto focal del brote de cólera en la región oriental de Cuba, y para el régimen, la enfermedad no es sólo un problema médico, sino también una amenaza económica y política. Una fuga de información sobre el brote amenazaría los viajes a Cuba y el turismo, fuentes capitales de divisas que el régimen necesita desesperadamente.
La propagación de la enfermedad también cuestiona la imagen autopromovida de Cuba como una superpotencia médica, y podría despertar la ira de los ciudadanos que piensan que el envío de médicos cubanos a Venezuela y otros países perjudica la atención que reciben en el país. El hecho de que Bayamo hubiera experimentado conflictos laborales en los últimos dos años y de que fuera un bastión de insurgencia durante la guerra de independencia de Cuba contra España y la revolución contra Batista, exacerba aún más la ansiedad del régimen.
Quizás en los próximos días conoceremos más datos acerca de la muerte de Payá. El testimonio de los dos sobrevivientes será fundamental. Mientras Estados Unidos y otros gobiernos democráticos lloran a Oswaldo Payá, es esencial que todos ellos —y la opinión pública mundial— estén atentos a los peligros que amenazan a los demócratas en Cuba. Sin la solidaridad internacional, es probable que todavía haya otros mártires en la lucha por la libertad de Cuba.
* Publicado originalmente en The Washington Post, el 25 de julio de 2012. Traducción: Rolando Cartaya.
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