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Pedro Luis Ferrer y el carapacho de la jicotea
Por Luis Cino Álvarez
La Habana. Recuerdo que a inicios de los años 90, en los peores momentos del Período Especial, penetraban a través de las ventanas y las paredes de mi casa, en La Víbora, las canciones contestatarias de Pedro Luís Ferrer.
En las horas que no quitaban la luz, mi amigo, vecino y ex alumno, el promotor cultural Reinaldo Jaén, cuando no tenía a Barbra Streisand a todo volumen en su grabadora, escuchaba los cassettes piratas del cantautor proscrito.
Por entonces, Pedro Luis Ferrer ya no cantaba a las artilleras de plomo y aguacero, a la felicidad de hablar en español ni a la vaquita Pijirigua que quería seguir a la antigua, sino que se quejaba del abuelo Paco, proclamaba que tenía un amigo palero y otro abakuá que eran “más hombres y más amigos que otros que no están en ná”, cantaba a un tipo que tenía “delirio de amar varones” y reclamaba que viniera el estado de derecho a reinar en la isla.
Mi amigo Reinaldo y la que entonces era mi esposa, Litay Luna, fueron los organizadores del concierto de Pedro Luís Ferrer en mayo de 1994, en el Palacio de Bellas Artes, durante la Bienal de La Habana. Estuve en primera fila en aquel concierto, que por entonces, de tan rebelde parecía temerario. El trovador hacía comentarios incisivos, paraba su guitarra y bromeaba acerca de la posibilidad de que se cayera –la guitarra y todo lo demás, incluido el régimen. El público abarrotó la sala, que estaba vigilada por varios nada discretos segurosos, aplaudía a la menor alusión políticamente picante y coreaba las canciones prohibidas. Especialmente el Abuelo Paco.
Pasaron quince años antes de que volviera a un concierto de Pedro Luis Ferrer, el 24 de julio de 2009, también en el Museo de Bellas Artes. Ya no me pude sentar en las primeras butacas porque a los organizadores del espectáculo ni siquiera los conocía de vista -Rey había muerto de cirrosis hacía años y Litay, luego de nuestro divorcio, se largó a Buenos Aires.
La cantidad de segurosos al acecho en la sala era más o menos la misma que en 1994. Sólo que ahora vestían pullovers en vez de camisas de cuadros. En realidad, no era ya muy necesaria su vigilancia. El trovador no clamó por la venida del estado de derecho ni cantó El abuelo Paco. El público tampoco se la pidió, tal vez porque no conocía la canción, ya la había olvidado o porque había demasiados segurosos -y con ellos, por muy aburridos o indiferentes que parezcan, nunca se sabe…
En aquel concierto, Pedro Luís Ferrer cantó canciones de amor. Las de antes (Mariposa, Si no fuera por ti) y las más nuevas. Buena guitarra, mucha poesía, rima, afinación y solo levísimas alusiones sociales. El público no coreaba las canciones. Tampoco reía mucho. Menos gritaba cuando criticaba algo, porque el cantor sencillamente no criticaba nada Sólo reía, como el que de sus maldades se acuerda. O tal vez de pensar que el día antes, en el mismo escenario, habían actuado los payasos Barquillo y Bombón.
Veinte años, digan lo que digan, ay Gardel, es demasiado tiempo. Cualquiera se cansa y se aburre. Hasta de cantar canciones contestatarias. Parece que eso le pasó a Pedro Luis Ferrer: se cansó, se aburrió. Máxime que ya los cubanos pueden entrar en los hoteles si tienen bastantes cuc, Mariela Castro y el CENESEX defienden los derechos de los que tienen “delirio de amar varones” y ya el Partido Único permite ser palero, abakuá o cualquier otra cosa excepto disidente. Y Pedro Luis Ferrer parece conformarse con eso, a juzgar por lo que ha declarado en recientes entrevistas durante su visita a Miami,
¿Quién lo diría? Ahora hasta niega haber estado tan prohibido como nosotros suponíamos. Qué digo nosotros, si hasta su ya difunto tío, Raúl Ferrer, con todo lo viceministro de Educación que era, cuando lo oía cantar “El romance de la niña mala” de su autoría, en el patio de su casa, en la calle Luis Estévez, que era donde único podía hacer, muy de rato en rato, una especie de peña, no podía contener la rabia por la mierda que le habían hecho a su sobrino del alma.
Pero ahora el cantautor dice que nunca trabajó tanto como en ese tiempo que suponíamos de ostracismo. Sólo que trabajaba y aun trabaja en su estudio doméstico, donde graba, no para la EGREM o Bis Music, sino para una disquera extranjera. Norteamericana, por más señas. Los dólares que gana y sus viajes al exterior le ayudan, si no a olvidar, a sobrellevar del mejor modo posible que en su país todo se haya convertido, más que en espuma y arena, en agua y sal…
Pedro Luis Ferrer evita ser “pendenciero”. Como la jicotea, encontró un buen carapacho para acogerse al buen vivir. Comprensivo y conciliatorio que se ha vuelto, en vez de llamar por su nombre a las cosas, dice que “hubo políticas y decisiones desacertadas” y “un manojo de errores colectivos”.
¿En qué fallamos los que sufrimos la dictadura? Pedro Luis Ferrer tiene la respuesta: en esperar lo que no debíamos. Explica él, casi igual que lo haría Ricardo Alarcón, o algún oficial de Seguridad del Estado cuando se digna a teorizar: “En situación de asedio no cabe esperar normalidad”. Por supuesto que el asedio es el de los yanquis, la Unión Europea y cualquiera que critique al régimen, no el de la policía política y los porristas de las brigadas de respuesta rápida contra los ciudadanos que se atrevan a discrepar.
Pedro Luis Ferrer, que asegura estar en contra de la desobediencia social, dice que manteniéndose dentro de las fronteras del arte y la moderación institucional, ha encontrado “un ilimitado y potable margen para expresar la discrepancia”. Después de todo, lo que hay, según el cantautor, son “ciertas restricciones”, tales como la ausencia de leyes que protejan las protestas públicas. Pero los tipos como Pedro Luis Ferrer no necesitan recurrir a ellas: les basta con tener un discurso inteligente. Por ejemplo, teorizar acerca de la imposibilidad de la guaracha triste, ese oxímoron. Allá los que no estén a su altura, no lo supieron interpretar y creyeron lo que no era. Y ni qué decir de los irresponsables que no encuentran la fórmula adecuada para disentir. Que se busquen un carapacho. Como las jicoteas. O Pedro Luis Ferrer.
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