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viernes, 18 de mayo de 2012

EL CASO CUBANO « LIBERTAD Y DEMOCRACIA

EL CASO CUBANO « LIBERTAD Y DEMOCRACIA

EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO

EL CASO CUBANO

Puede que después del 7 de octubre, en la isla resuenen los versos del melancólico Pablito Milanés: “El tiempo, el implacable, el que pasó, sólo una huella triste nos dejó”.
Por: Antonio Sánchez García
@sangarccs
Me entero a través de un twitter del fallecimiento de la trovadora cubana Sara González, ocurrido el 1º de febrero recién pasado. Por cierto, en el CIMEQ, clínica reservada a la élite cubana a la que ella pertenecía por derecho propio y en donde fuera operada en septiembre del 2011 de un cáncer de colon. ¿Habrá tenido ocasión de encontrarse casualmente con el huésped y habitué privilegiado del CIMEQ, o las medidas de seguridad que rodean al mecenas de la tambaleante economía cubana anulan la posibilidad de casualidad ninguna, así se trate de “la gorda”, como los cubanos que la amaban llamaban cariñosamente a la primera figura femenina de la trova cubana? 
Conocí y disfruté de la avasalladora simpatía de Sara González en sus idas y venidas gracias a la gran amistad que la unía a mi esposa. Eran otros tiempos: aquí y allá. Allá todavía quedaban rescoldos de los fuegos de artificio y aquí resplandecía la libertad. Y llevado por la curiosidad de saber las circunstancias de su deceso me he zambullido en Google, que me ha empujado de un solo golpe a ese universo esclerótico y ya sacralizado constituido por lo que podríamos llamar “la cultura” cubana. O si se quiere, visto desde una perspectiva ideológica, la Hegemonía: el mundo de los protagonistas del enmascaramiento dominante en la isla.
Nunca mejor dicho: la isla. Pues si algo caracteriza a la sociedad cubana, y muy en particular a quienes dan sostén ideológico al régimen imperante, es una insularidad absoluta, rayana en el autismo. Un mar infestado de tiburones, redoblado por la absoluta insularidad policiaca impuesta a sangre y fuego por la tiranía de los hermanos Castro, ha permitido un extraño fenómeno digno de ser catalogado de autismo inducido: la paralización de la historia. Los cubanos detuvieron el reloj de sus corazones en Playa Girón y fijaron para siempre la épica de la cubanía a la Sierra Maestra. Hoy, a 53 años de la toma del Poder por Fidel Castro, la única realidad que les da consistencia social y colectiva, yace varada en las playas de la Bahía Cochinos. Una película sinfín de un Castro montado en un tanque que rueda y rueda sobre sí misma. En blanco y negro.
El mundo de los cubanos, sólida y densamente articulado en un pétreo y esclerotizado discurso hegemónico, pareciera haber nacido de un glorioso Big Bang, como el universo. Nada existió antes. Nada existirá después. Con una insólita y aberrante consecuencia: salvo las penurias infinitas y las tribulaciones causadas por el esfuerzo casi mítico de tener que rebobinar la película contra viento y marea, nada ha ocurrido desde entonces. El tiempo se ha detenido como en un cuento de hadas. La historia, que ha arrollado al planeta desde el 1º de enero de 1959 – más de una decena de presidentes en varios países del mundo, cinco Sumo Pontífices, descubrimientos cósmicos escalofriantes, avances tecnológicos inimaginables, viajes espaciales, la llegada del hombre a la luna y la exploración robótica de Marte, una revolución telemática, el progreso avasallador que sacude al otrora conocido como misérrimo Tercer Mundo, el derrumbe del bloque soviético y la emergencia de China como primera potencia económica mundial – nada ha tenido el más mínimo efecto sobre la bloqueada y detenida conciencia cubana. Ni siquiera la primavera árabe, que debiera haberla conmovido.
Es lo que saco en limpio de esta zambullida en la vida especular de quienes fueran nuestros amigos, hace cuarenta años. Siguen varados en la congelada emoción de Playa Girón. No hacen otra cosa que recordar una epopeya que yace, amarillenta y deshojada, en las olvidadas hemerotecas de ninguna parte.
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Este prodigioso trabajo de congelación idiosincrática, esta homogeneización del espíritu y de las voluntades hasta lograr la absoluta unidimensionalidad de la adhesión al régimen no se ha producido, naturalmente, de buen grado y sin la brutal represión de un Estado totalitario. Así la perfección del trabajo de amaestramiento y dependencia, la hondura de sus efectos y la cristalización de sus amenazas aniquiladoras desaparezcan como por encanto tras un himno a La Victoria, el tema emblemático de Sara González. Y las víctimas crean de buen grado ser protagonistas de una batalla que todavía imaginan estar librando, digna de figurar en los anales de los actos heroicos de la humanidad, como se lo oigo decir a la querida Sara en entrevista con Amaury Pérez, otro sobreviviente después de muchos tiras y encojes. Y como sin duda lo dirían todos los creadores cubanos sometidos de buen o mal grado al poder cohesionador y paralizante del caudillismo patriarcal de los Castro. Si no es el terror que enmudece, es la hipocresía del doble lenguaje, en el que hasta los más conspicuos funcionarios del régimen se han hecho expertos, como lo revelaran acompañantes de Benedicto XVI. Castristas hasta la médula dientes afuera. En la confianza de la intimidad, amargados críticos de un sistema que los paraliza. Incluso a ellos, los responsables.
Pues a juzgar por las declaraciones de los creadores que siguen afiliados a las huestes del castrismo, nada tienen que no sea una epopeya, nada los une que no sea un mito, nada los resguarda que no sea el pasado. Vivo, presente y actuante en las figuras de dos octogenarios feroces e implacables como los ogros de nuestra infancia. De la que ninguno de ellos parece haberse zafado. Un par de ogros capaces de la obra de magia superlativa que supone detener el curso de la historia.
No es magia, por supuesto. Es terror y estafa. Y sobre todo mecenazgo de quienes posibilitan ese reino encantado de un levantamiento armado que ocurrió hace 53 años y desde entonces no ha sido capaz ni siquiera de alimentar a sus desarrapados. Primero de los rusos y luego de nosotros, los venezolanos. O dicho con mayor propiedad: del gobierno de un teniente coronel que usurpa el poder y saquea nuestras riquezas a cambio del know how de dos expertos en tiranías. Detrás de esa fe aparentemente invencible en su revolución fluyen los huevos, el pan, la leche, el trigo y la carne comprados fuera de Cuba con divisas regaladas por el gobierno venezolano con que se alimentan los zombis privilegiados del presente. Si no fuera por el desfalco del teniente coronel, Cuba estaría al borde del canibalismo y se alumbraría con velas.
Venezuela, bajo el arbitrio inconstitucional de un gobernante tan tiránico como los Castro, pero infinitamente menos dotado, hace posible la permanencia de la ficción revolucionaria cubana. No son los millones que aporta el turismo de los trasnochados revolucionarios europeos en busca de jineteras, ni los derechos autorales de Silvio Rodríguez o Pablo Milanés. Ni los gobiernos de Bielorrusia, China o Corea del Norte. Es el Estado venezolano, son las remesas mil millonarias en dólares de los más de 30 mil cubanos que fungen de trabajadores de la salud. En total, miles y miles de millones de dólares anuales que les son escamoteados a sus legítimos propietarios en el acto de exacción colonialista jamás vista en la historia de América Latina. Un gran país entregado de pies y manos a una isla misérrima, a la que en el colmo de la aberración alimenta y mantiene con vida. Algo más absurdo, imposible.
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Dicho escuetamente: la mitad de las importaciones cubanas dependen de la donación de un sátrapa que paga miles de millones de dólares por el servicio político policial de mantenerlo en el Poder. Más seis mil millones de dólares que fluyen de Venezuela a Cuba a través de las remesas personales de sus decenas de miles de invasores. Con lo cual la siempre crítica balanza de pagos de una isla en la miseria puede sortear la amenaza de la bancarrota y mantener viva la ficción del heroísmo cubano. Por dictado del sátrapa que usurpa el Poder de la malherida democracia venezolana.
Esta dependencia existencial es tan absoluta, que ante la posibilidad de que se corte el cordón umbilical en caso de triunfar el candidato de la Alternativa Democrática el 7 de octubre próximo, se han desatado en la Plaza de la Revolución todas las alarmas. Al ejército de esclavos invasores, a los cientos de altos oficiales del ejército revolucionario cubano que controlan todas las instancias de combate de “nuestras” fuerzas armadas, a los burócratas cubanos que tienen bajo su mando notarías y oficinas de identificación y registro civil de nuestra ciudadanía, se han venido a sumar cientos y cientos de espías especialmente entrenados del G2 que, junto a los anillos de seguridad también cubanos que “protegen” al siempre presente huésped del CIMEQ husmean hasta en los últimos rincones de los laberintos del poder de gobierno y oposición venezolanos. Son el aparato de control con que Raúl Castro mantiene bajo su implacable dominio al gobierno venezolano. Que del control anímico y espiritual del desfondado teniente coronel se encarga Fidel. Quien, sin control de sus tiempos y ya derrengado en medio del naufragio, se aferra con sus garras de acero al cuerpo mortalmente contaminado de su subalterno mayor, que mantiene a esa isla ociosa y menguada a salvo del hundimiento.
Es la tragedia que se vive en Caracas y en La Habana. Es el devenir que se anuncia sombrío y tenebroso para una revolución que se extingue. Es la amenaza del telón que baja sobre una tribu de segundones, cantantes, actores y saltimbanquis que siguen representando la opereta del 26 de julio.
Puede que después del 7 de octubre, en la isla resuenen los versos del melancólico Pablito Milanés: “El tiempo, el implacable, el que pasó, sólo una huella triste nos dejó”.

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