Por Reynier Abreu
17 May 2011
Prólogo, por Natalia Flores
Uno de mis principales disgustos con la teoría económica ortodoxa (también conocida como neoclásica), es el concepto que tienen de "mercado". Para ellos, se trata sólo de un mecanismo en el que agentes racionales emiten y reciben información por medio de los precios sobre cuánto producir, cuánto vender, cuánto comprar.
La hipótesis es que los agentes de la economía, a través de este intercambio impersonal y basado en la maximización de utilidades y la minimización de costos, llegarán libre y misteriosamente a una situación de equilibrio. Así sin diálogo y sin más interacción que la que dicta la oferta y la demanda.
Parecería entonces que el mercado es sólo eso: un mecanismo perfecto de coordinación neutral, aséptico, racional.
Quizás por eso me divierte tanto ir a los mercados de a de veras, esos lugares en los que se demanda y se oferta en medio de cultura, de relaciones sociales y políticas que fácilmente tumban todas estas hipótesis sobre su racional funcionamiento.
Los mercados son lugares que nos recuerdan que el proceso de intercambio está incrustado siempre en organizaciones sociales más amplias, con características como la presencia de relaciones sociales (por eso hay ciertas lealtades entre compradores y vendedores, por eso se fía, por eso siempre regresas con la misma señora que, además de ayudarte a escoger la fruta, te platica que su esposo se fue al otro lado y te pregunta si tu mamá se sintió mejor después del té), políticas (qué puede venderse y quiénes pueden hacerlo en el mundo real obedece mucho más a intereses políticos que a criterios de racionalidad) y culturales (cómo se vende – el regateo como bonito ejemplo de un mecanismo cultural de asignación de precios -, qué características tienen los espacios físicos en los que se realiza el intercambio, etc.)
En este tenor, Reynier Abreu nos explica cómo funciona el mercado negro cubano, y cómo éste representa un ejemplo tangible de organizaciones sociales en las que para intercambiar productos hay que ser además creativos y cautelosos.
Esperamos que éste y los demás ejemplos de este número que aparecerán en las siguientes semanas nos ayuden a apreciar la diversidad, creatividad y riqueza cultural presentes en la cotidiana tarea de vender y comprar.
El mercado negro en Cuba
Dar atención a las necesidades más inmediatas es hoy en Cuba una experiencia singular. Dadas las características propias de un régimen socialista que estructura centralmente toda la actividad política, económica y social, el monopolio estatal del sector terciario implica que sólo en y a través de las cadenas estatales puede cada persona acceder a los servicios destinados a la satisfacción de las necesidades básicas.
Sin embargo, la incapacidad del estado para satisfacer cada una de las demandas es vivida a diario en el país. La mayor parte del tiempo resulta imposible encontrar en lugares fijos toda la serie de ofertas destinadas a cumplir los requerimientos más inmediatos del hogar cubano. Pienso, comparativamente y sin ánimo de juicios de valor, en la inexistencia en la Isla de grandes cadenas privadas de supermercado al estilo Walt Mart, por ejemplo, o de pequeños negocios como los llamados abarrotes.
En este sentido, el hecho de contar con una economía centralmente planificada, que no da pie al florecimiento de la pequeña iniciativa privada a pesar de la demostrada deficiencia del modelo en uso, ha dado a luz, al margen de toda legalidad, a un mercado alternativo. El origen, la dinámica y el funcionamiento de este mercado ilegal más no ilegítimamente establecido no es un misterio, pero las posibilidades de su regeneración son bien difíciles de establecer, precisamente por las condiciones de precariedad en que se encuentra la economía del país. De cualquier modo, el establecimiento de un "mercado negro" en tanto respuesta de una sociedad que busca sobrevivir el día a día, puede ser establecido, al menos, en dos direcciones específicas.
La primera de estas direcciones la constituye precisamente la propia dinámica de este mercado alternativo, con sus ofertas fijas a la población. Debo aclarar que no se trata de un espacio físico en especial, sino de lugares estratégicos en los que se encuentran productos que de continuo escasean o simplemente no existen en las tiendas minoristas, nombre que reciben los establecimientos estatales destinados a su distribución. Normalmente, la población tiene conocimiento de estos lugares y de los productos que en ellos circulan. Estos productos van desde los de marcada producción industrial, como piezas de repuesto para equipos electrodomésticos, hornillas para cocinar, piezas de plomería, materiales de construcción, etc., hasta otros de producción más artesanal también destinados a cubrir necesidades específicas del hogar, por un lado, y de las personas en un sentido más singular por el otro; en su mayoría los zapatos y ropa que hoy consumen los cubanos son de producción artesanal y en su mayor parte son comprados en espacios alternativos a los del estado.
Otra cara de esta primera de dos direcciones es aquella del vendedor ambulante. En este caso ya no se trata siquiera de lugares estratégicos, sino de la venta a domicilio de productos que, en algunos casos coinciden con los anteriormente descritos, pero que por lo general está más asociado a la venta de alimentos, fundamentalmente frutas, vegetales, productos lácteos, etc., producidos por iniciativa particular. Este tipo de actividad, al menos en la capital de país, no tiene una fuerte presencia en el centro de la ciudad, pero no existe uno solo de los barrios periféricos que sea ajeno a la presencia de este vendedor ambulante.
En ambos caso vuelve a ser válida la distinción con la informalidad en países como México. Acá encontramos en los espacios informales los mismos productos que en los lugares establecidos, solo la posibilidad de negociar su precio nos hace acudir a un lugar o a otro. Lo que hace particularmente interesante el caso cubano es que se acude a los espacios alternativos con la esperanza de encontrar lo que en los espacios estatales no existe, a pesar de que el estado cuenta, al menos en lo formal, con el monopolio de las fuerzas productivas de la Isla.
La segunda dirección, ya más particular, es aquella referida a la posibilidad de "resolver" una necesidad específica que puede aparecer a cualquier familia cubana. De hecho, adaptarse a este estado de cosas es adaptarse a la posibilidad de que la misma pueda o no ser atendida a pesar, incluso, de contar con el recurso dinero. De ahí que el empleo que hago de la palabra "resolver" no es casual ni arbitrario, pues el "resolver" está enraizado en una visión cubana contemporánea de atención a las necesidades inmediatas.
En esta segunda dirección se generan estrategias desde las propias familias y su círculo más allegado a partir de experiencias previas de otros núcleos familiares o de amigos. En este caso se crean redes de conocimiento que ayudan a atender estas necesidades no cubiertas ni por el estado ni por una dinámica más general del mercado alternativo. Es muy usual que estas demandas estén asociadas a servicios destinados a la mejora de las condiciones de vida del hogar, por ejemplo, el poder contar con un plomero o un electricista de confianza, o un albañil que haga reparaciones.
Obviamente, esta segunda dirección esta íntimamente relacionada con aquella primera y más general del mercado alternativo. De hecho, todas las piezas o materiales con las que un plomero o un albañil trabajan son encontradas únicamente ahí.
Actualmente, el gobierno se ha propuesto legalizar más de cien actividades de este tipo, con el fin de dar curso legal a respuestas que, de alguna forma, la sociedad fue dando ante la incapacidad estatal de abarcar la totalidad de sus necesidades. Sin embargo, estas acciones estatales aún no cuentan con un impacto lo suficientemente visible como para afirmar que hoy el orden cosas ha cambiado. Por el momento, así se vive y se sobrevive en Cuba.
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Escrito por Reynier Abreu
Cubano. Estudió Filosofía en la Universidad de la Habana y actualmente estudia la Maestría en Ciencias Sociales en FLACSO-México
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