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martes, 10 de mayo de 2011

Condenados a la Soledad « El Pequeño Hermano

Condenados a la Soledad « El Pequeño Hermano:

"Condenados a la Soledad
09 may

¿Existe algo verdaderamente novedoso en el terrible incidente que acaba de segar la vida de otro cubano inconforme? A mi entender, solo la celeridad con que su muerte ha repiqueteado por el mundo, en un día en que las agencias y programaciones televisivas prefieren por norma transmitir mensajes de cordial familiaridad.

Triste admitirlo: el nuevo capítulo de extrema intolerancia, de asfixia militarista, que le arrancó el aliento al villaclareño Juan Wilfredo Soto García, no representa más que otro episodio para marcar en el historial de atropellos y fechorías de un sistema diseñado para exterminar, de una u otra forma, a los rebeldes que no aceptan vivir sin libertad.

Historias semejantes, de martirios prolongados, palizas con final en el camposanto, torturas de secuelas físicas y psicológicas, han acontecido durante décadas sin que muchos –me incluyo entre ellos- las sospecharan siquiera, entre la neblina densa que extienden los represores para garantizar la impunidad.

No en vano el manual de procedimientos dictatoriales que parecieran cumplir todos los tiranos o aspirantes a tiranos, incluye como punto inviolable la apropiación absoluta de los medios de comunicación. El cuarto poder en manos del Estado imposibilita que algún periodista atrevido estampe en un diario nacional las historias de quienes conocieron el infierno húmedo de Kilo 8, Las Mangas, Villa Marista, Boniato, o cualquiera de esos gulags provinciales a donde siguen confinando a los opositores cubanos.
Juan Wilfredo Soto García, aporreado hasta la muerte

Juan Wilfredo Soto García, opositor aporreado hasta la muerte en Santa Clara.

Sin embargo, lo problemático, lo tremendo de esta nueva muerte de un hombre cuyo delito consistió en no querer abandonar un parque público de su ciudad, y que ante la negativa recibiera una golpiza policial que le hospitalizara hasta su muerte este domingo, es que coloca nuevamente a la vista internacional el caso Cuba como un bochornoso dilema que nadie parece querer resolver.

Es decir: mientras los excesos del totalitarismo insular quedan a oscuras, mientras las torturas físicas infligidas a opositores políticos permanecen dentro de los muros infranqueables de sus cárceles, es muy fácil para organizaciones y figuras públicas de la comunidad internacional permanecer inermes: nada les exige un pronunciamiento real.

Pero cerrar la boca cuando tres jóvenes son fusilados por querer escapar del país que les vio nacer, cerrar la boca cuando un albañil muere de hambre por reclamar condiciones justas para un prisionero de conciencia, y cerrar la boca cuando un opositor pacífico es apaleado hasta el fin por policías que cercenaban su derecho a permanecer donde le viniera en ganas; mirar hacia otra parte mientras esto sucede en el Paraíso Socialista, sobrepasa el calificativo de indecencia: es una canallada ética y moral.

Por eso jamás he comprendido a esos rufianes intelectuales que bajo el camuflaje de “progresistas” abogan por la justicia universal, que llegan a extremos de clamar por el derecho que asistía al carnicero Osama Bin Laden de contar con un juicio legal; por eso aborrezco la hipócrita humanidad de quienes vierten lágrimas de tinta por los inocentes hijos de Muamar Gadaffi, pero cambian el canal, pasan la página, y bailan salsa con un buen puro en la boca, cuando las barbaridades que acontecen en Cuba afloran ante sus ojos.

¿Qué podemos esperar a partir de este lunes, cuando el cadáver de otro inocente descanse bajo tierra y su madre no disfrute nunca más de un día de asueto? Pues a mi entender dos cosas demasiado predecibles para ufanarme de mi capacidad previsora:

Primero, la veloz campaña de descrédito contra quien no puede defenderse hoy, como tampoco pudo defenderse en vida. El poco imaginativo guión que se ejecuta siempre que el nombre de un opositor acarrea ventoleras para los guardianes del poder: es de esperarse su largo historial delictivo, quizás matarife, quizás pederasta; su récord de vandalismos que hacían de él una lacra sin derechos a permanecer en un parque público, donde algunos refieren que Mariela Castro, la hija del General Presidente, haría su aparición.

Esto, si el revuelo que causa el crimen es similar al tristemente célebre caso Zapata, cuando resultaba imposible ocultarlo o no dar una versión oficial ante el mundo y ante los cubanos. Si la marea no provoca oleadas demasiado fuertes, ni se tomarán el trabajo de difamar: sencillamente lo ignorarán.

El segundo punto de esperar, es que Juan Wilfredo Soto García alimente las agendas noticiosas de algunos medios de prensa del mundo, su nombre y su caso sean seguidos con firme atención mientras genere lectores, radioyentes y televidentes, hasta que otro suceso noticioso le robe la titularidad, y de su drama sólo permanezca el quejido vago, incesante, de dolor incurable, que exhalará su infeliz madre para siempre.

Nada cambiará. Ningún cónclave de poderosos se tomará esto como la gota que colmó la copa, y lo que es peor: ningún sector de masas, de millones de cubanos, asumirá este nuevo asesinato como el toque a degüello contra los sátrapas que montan circos de “cambios”, de “reformas”, de “congresos”, mientras la muerte o el destierro siguen siendo las únicas opciones de quienes no se resignan a vivir sin dignidad.

Así de solos siguen quienes se aferran a una Cuba habitable. Así de solos siguen los que no temen a callar. Condenados a la soledad en territorio hostil.

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