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viernes, 13 de noviembre de 2009

El Muro de Cuba

El Muro de Cuba
Cubamatinal/ Al hablar del Muro, lo hacemos de un modo real y simbólico al mismo tiempo. Fue la barrera física que separaba libertad y comunismo, pero también un dique ideológico que impedía ver lo que sucedía en la enorme extensión del Imperio soviético. En su primera acepción, el Muro cayó y está disperso en trocitos como éste que uno tiene aquí delante, con su correspondiente certificado de autenticidad.
Por Carlos Luís Rodríguez
Galicia, 10 de noviembre/ El Correo Gallego/ Pero el otro, el que rebasa Berlín, atraviesa el Atlántico, llega al Caribe y se interpone entre Cuba y la democracia, ése sigue en pie. Su constructor es pariente directo de los sátrapas que fueron cayendo en Europa en aquellos años prodigiosos que ahora celebramos, y aún así goza en ciertos medios de una tolerancia sorprendente.
A los pecados capitales del castrismo se unió en los últimos tiempos un rasgo inédito en la mayoría de los regímenes del bloque comunista: el carácter hereditario del poder. Todo queda en la familia. No es un partido único, sino la familia única la titular de todas las soberanías. Al ocaso del mito comunista se añade la apropiación familiar del país, pero la devoción de los incondicionales permanece intacta.
Esta defensa del Muro cubano quizá no tenga una explicación relacionada con el compromiso marxista. No se está con Fidel por lo que hace, sino por estar en contra de quién está. El antiamericanismo visceral hace que algunos abracen sin más causas inicuas, por el mero hecho de enarbolar el odio eterno a los nuevos romanos. Castro o Chávez son buenos porque son enemigos de los Estados Unidos.
Fue muy similar la reacción que hizo que, durante muchos años, los abusos del comunismo protegido por el Muro de Berlín se considerasen travesuras. ¡Los americanos eran peores! La crítica abierta a la dictaduras del otro lado del telón de acero se consideraba un favor al detestado yanki, algo que la propaganda soviética supo utilizar con simpar maestría.
De haber sido por la opinión progresista y liberal de occidente, la cerca seguiría en pie. Pero ese márquetin de las dictaduras no era eficaz dentro porque los habitantes de la RDA, Hungría o Rusia sabían lo que estaba pasando; nadie les podía convencer de que su opresión de siempre y sus penurias cotidianas eran producto de informaciones propagadas por la CIA.
Con el castrismo ocurre otro tanto. Es suficiente con que se enfrente a Washington. A partir de ahí, la disidencia es traidora y cualquier idea democratizadora, una conjura contra los avances del régimen. En el caso de España, hay en esta cobertura que se presta al Muro cubano una clara reminiscencia franquista que tal vez haya quedado en el subconsciente colectivo.
¿Acaso no se parecen los complós anti-cubanos que sirven de excusa a los Castro a los famosos contubernios judeo-masónicos? ¿No razonan igual que los franquistas esos defensores del comunismo caribeño que disculpan la carencia de libertad, diciendo que allá existe una buena sanidad pública y una excelente educación?
Ese trozo de Muro instalado en el Malecón de La Habana está construido con los mismos materiales que el original. Pervive porque en muchos predomina ese rencor irracional hacia todo lo norteamericano, y una visión etnológica del castrismo. Sí, el régimen cubano como una curiosidad que se visita y analiza como quien va a un zoológico a contemplar especies peligrosas, pero enjauladas. Lo malo es que, en este caso, en la jaula hay gente.

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