Fidel Castro y el vicepresidente de Cuba, flanquean a Raúl Castro (con los brazos extendidos) al ser elegido primer secretario del Partido Comunista de la isla. foto: efe
Rogelio Alaniz
Las esperanzas de disponer de una ley de migraciones como la que tiene cualquier país normal se las llevó el viento. Raúl Castro, a diferencia de su hermano, se ha dado cuenta de que el régimen necesita algunos cambios pero no está dispuesto a jugar con fuego promoviendo una ley que precipite el derrumbe del sistema que él y su familia controlan con mano de hierro desde hace más de medio siglo.
Como todos los déspotas "que en el mundo han sido", Raúl Castro tiene un olfato afinado que le permite registrar las mínimas oscilaciones que puedan poner en peligro al sistema. Con cinismo descarnado, no ignora que en las dictaduras comunistas la apertura de las fronteras producen estampidas en masa. Lo que ocurrió en Europa del Este puede replicarse perfectamente en Cuba. Los entendidos aseguran que de liberalizarse la ley de migraciones es muy probable que en la primera semana más de un millón de cubanos se vayan de la isla rumbo a cualquier parte, dominados por la certeza de que donde estén siempre van a estar mejor que en el ya célebre manicomio del Caribe.
Conciente de esos límites, Raúl Castro decidió no producir cambios y redujo todas las expectativas a liberar alrededor de tres mil presos comunes. Se trata en todos los casos de delincuentes que se hacinaban en las cárceles y que estaban generando serios problemas sociales. Los cubanos ahora deberán convivir con tres mil indultados, en la mayoría de los casos rateros y rufianes que abundan en esta isla que de manera perversa reprodujo los peores vicios de las dictaduras que en su momento dijo combatir.
La decisión de Castro, además de controvertida -porque dejar en libertad a delincuentes que están cumpliendo una condena es siempre riesgoso- es perversa, ya que pretende presentarse ante el mundo liberando presos comunes, mientras deja entre rejas a los presos políticos. Es el caso -por mencionar a los más conocidos- de Ivone Malleza, Ignacio Martínez e Isabel Alvarez Mosquera. Mientras que la noticia que se vendía en el mundo era la de la libertad de los detenidos y condenados, los presos políticos en serio, como los nombrados, eran trasladados a prisiones de máxima seguridad. Ivone e Isabel están en estos momentos en la cárcel de Manto Negro, una de las más aisladas y con un temible régimen carcelario, mientras que a Alvarez Mosquera lo han "alojado" en Combinado del Este, un presidio para presos de extrema peligrosidad.
Tampoco se ha dicho una palabra sobre las Damas de Blanco, la institución de derechos humanos creada por mujeres familiares de presos políticos y cuyo coraje civil es admirable por partida doble: porque lucha contra una dictadura que no vacila en movilizar a sus matones para agredirlas y porque libran una lucha ante el silencio cómplice de la mayoría de las instituciones de derechos humanos, instituciones que en las sociedades capitalistas protestan por las violaciones a la libertades cometidas contra la izquierda, pero se callan la boca cuando es esa misma izquierda en el poder la que mata, tortura y encarcela.
La presidente de esta institución, Laura Polián, murió el 14 de octubre del 2011, y a pesar de que los reclamos acerca de la necesidad de investigar su muerte son cada vez más amplios, el gobierno no ha dicho una palabra al respecto. Laura Polián se descompensó de la noche a la mañana y murió en el Hospital "Calixto García", donde fue internada y a sus familiares y compañeros les impidieron seguir de cerca las vicisitudes del tratamiento.
La sospechas de que a Laura Polián pueda haberle pasado algo diferente a una muerte "sorpresiva" son cada vez más amplias. Motivos hay para desconfiar. En Cuba, desde los tiempos de la revolución, las muertes sospechosas han sido constantes. Al respecto, conviene mencionar la de Camilo Cienfuegos, cuyo accidente aéreo nunca terminó de esclarecerse, como bien señala Carlos Franqui en su biografía. Otro tanto puede decirse del suicidio de Haydée Santamaría, uno de los mitos de la revolución. O de la sorpresiva y reciente muerte de José Abrantes, que en algún momento fue ministro del Interior del régimen hasta que cayó en desgracia.
Decía que Raúl Castro, a diferencia de su hermano, percibe la necesidad de promover algunos cambios porque el sistema tal como está no da para más. Los cambios son tímidos, signados por las idas y venidas, los miedos y los periódicos rebrotes autoritarios. Fidel Castro, mientras tanto, se pierde progresivamente en las nieblas de la senilidad. Divaga en el aire, cuando se enoja promete el retorno al poder, él mismo se ha atribuido el rol de profeta internacional, pero a esta altura nadie en la claque del poder lo toma en serio.
Como su hermana Angela y su hermano Ramón, Fidel ha sido derrotado por el Alzheimer. O para ser más piadosos, por los años, por la vida. Lo que le sucede a él no es diferente a lo que le ocurre a cualquier mortal, pero la diferencia es que personalidades de este tipo se niegan a admitir que el tiempo implacablemente hace su trabajo y no distingue derecha o izquierda, revolucionarios y contrarevolucionarios. Al respecto, no deja de ser una ironía que un político que siempre dijo ser ateo como Fidel, se resista a admitir que los ciclos se cumplen, que si no hay eternidad en el cielo mucho menos la hay en la tierra, donde la muerte siempre llega.
Fidel Castro de hecho se ha ido, pero la dictadura que él ha montado se mantiene: resquebrajada, sin horizontes, sin ideales, pero allí está. A la mística de la revolución se le ha exprimido hasta la última gota de jugo. Hoy más que un mito es una caricatura, una caricatura de la que algunos se burlan y que otros padecen. Los primeros que no creen en ella son los jerarcas del partido, para quienes el problema se reduce a sobrevivir como pueden y a eludir las trampas que una burocracia perversa reproduce periódicamente. También, de ser posible, a beneficiarse con las oportunidades que brinda un régimen venal y corrompido.
Las salidas que se presentan hacia el futuro son diversas, pero en todos los casos lo que se mantiene intacto es el régimen totalitario. Un régimen totalitario sui generis, porque en Cuba nadie cree en nada o, para ser más preciso, nadie cree en la leyenda de la revolución, el hombre nuevo y la sociedad igualitaria. Hoy Cuba no sólo no es una sociedad igualitaria, tampoco es solidaria. No hay solidaridad, las libertades están ausentes y faltan oportunidades. Tampoco hay solidaridad cuando, como consecuencia de la dictadura, la sociedad se despolitiza.
Hoy, en Cuba, el hombre de la calle está preocupado por sobrevivir. La política no le interesa no sólo porque está apremiado por las necesidades, sino porque los únicos autorizados a opinar de política son los jerarcas del partido y el Estado. Una vez más es necesario insistir que la dictadura no sólo despoja de libertades y oprime, sino que impide la participación política. O la única que autoriza es la oficial, que al ser exclusiva ha dejado de ser política para transformarse en una burocrática administración de las cosas.
Desplazado Fidel, el poder en Cuba parece estar en manos de su hermano y en los círculos de la élite se habla de que, además, ya está designado el sucesor. Se trata de Alejandro Castro Espin, hijo de Raúl y supuestamente capacitado para tomar las riendas de la dictadura. Como en Corea del Norte, el comunismo sustituye el paradigma democrático de la modernidad por el despotismo y la monarquía absoluta.
Si el poder amenaza consolidarse en manos de una familia, el poder real sigue residiendo en las fuerzas armadas y el control de las empresas públicas. El Partido Comunista como tal hace rato que se ha reducido a una burocracia que cumple tareas simbólicas y administrativas. La dictadura es, por sobre todas las cosas, dictadura militar. Es allí, en sus feroces internas y sus oscuras y sórdidas conexiones con el poder económico, donde se resolverá el futuro de la isla. Las salidas visibles, de todos modos, no son una incógnita: o se ensaya una salida a la vietnamita con liberalización económica y dictadura política, o se hace una salida a la rusa, con una burocracia rapaz y corrupta que privatizará las empresas públicas y constituirá una oligarquía a cuyo lado los orondos burgueses de Miami no serán más que modestas y tiernas palomas.
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