Por Mijail Bonito Lovio
Temas: Cuba, Libertad, Reforma
El sábado 24 de diciembre los cubanos despertaron decepcionados. El esperado anuncio de las reformas migratorias que terminarían con décadas de prohibiciones para viajar libremente al exterior y regresar a casa no tuvo lugar.
Siempre pensamos que el anuncio no se produciría, pero la propaganda creadora de la expectación provenía de periodistas oficialistas en fuerte campaña, elevando a símbolo de cambios en Cuba el hashtag #reformamigratoria en twitter. Menciones en medios oficiales de la Isla les respaldaban. Campaña silenciada de inmediato cuando Raúl Castro terminó su discurso señalando que se trabajará "sin prisa pero sin pausa" y que Cuba no aceptaría que le marcaran el ritmo de los cambios.
De lo planteado en la última sesión del parlamento cubano, la reforma migratoria era el único tema que interesaba a la población. La decepción es palpable, pero muy pocos la expresan públicamente. Ante eso, qué razón tendría el gobierno castrista para realizar algún cambio que solo podría resquebrajar su tan bien ensamblado sistema.
La prohibición de viajes de los cubanos al exterior comenzó con la Ley Nº 2 del Gobierno Revolucionario de fecha 9 de enero de 1959, un día después de la entrada victoriosa de Fidel Castro a la Habana. La razón expresada en uno de sus Por cuanto era evitar que personas comprometidas con crímenes durante el gobierno de Batista, pudieran evadir la acción de la justicia. Según datos oficiales del gobierno cubano, entre 1959 y 1962 abandonaron el país 274 mil personas, "en su mayoría asesinos, torturadores, y ladrones del gobierno de Fulgencio Batista". A juzgar por la cantidad y condición de los exiliados en esas fechas, dicha Ley o fue ineficaz en demasía o tenía otro fin que se ha mantenido por 53 años. Una nueva Ley perfeccionó el sistema en el año 1976, así como varios decretos que son desconocidos, por su secretismo, para el más avezado de los juristas cubanos. En ellos se establecen los aranceles, procedimientos y trámites de rigor para obtener los permisos.
Para que un cubano pueda viajar al exterior debe obtener, además del pasaporte y la visa del país receptor, una Carta de invitación ante notario de un ciudadano extranjero, autorización del Ministro de su ramo si es un profesional universitario, rendir una entrevista ante el órgano de Inmigración y Extranjería y recibir un Permiso de Viaje al Exterior. El permiso puede ser denegado sin explicación y no existe recurso alguno contra una resolución de esta naturaleza. Los cubanos esperaban la derogación de todas esas barreras en el último discurso de Raúl Castro.
Una reforma migratoria, desde el pensamiento oficial cubano, tiene varios puntos álgidos. El primero es la consideración de quién es apto para retornar al país o no. Las personas que no están de acuerdo con el régimen y se atreven a expresarlo seguirán siendo proscritas y no podrán ingresar a la Isla. Aquellos que han abandonado misiones gubernamentales tampoco, como ejemplo claro de que el compromiso con el Estado es inquebrantable, so pena de destierro absoluto. En el plano interno, aparecen los profesionales, médicos en primer lugar, que hoy tienen barreras administrativas y políticas gigantescas para salir de Cuba. Como colofón, se le presenta al gobierno cubano un tema económico trascendente. ¿Cómo sustituir los millonarios ingresos de trámites y permisos si estos fueran derogados? Un cubano autorizado a viajar, al regresar en tres meses, ha ingresado a las arcas la suma de cuatrocientos sesenta dólares.
La prohibición de viajar al exterior como regla general es parte consustancial del régimen, tal como la falta de libertad económica, el nulo acceso a la información, la falta de representación sindical y el partido único. El sistema tiene bases en las prohibiciones y no en las libertades, en la escasez y no en la abundancia. Todo eso alimentado por el miedo y el eficaz aparato represivo convierten al ciudadano cubano en un hombre masa que solo mira a su ombligo. Sus quejas son bajas y diletantes, su ímpetu menor y su compromiso consigo mismo y sus iguales, nulo. En otras palabras, al no existir Sociedad Civil el cubano promedio ha entregado la hegemonía a los que detentan el poder y ha pagado por ello el alto precio de su libertad. Considerar las reformas migratorias como una potestad del Estado y no como una exigencia que se le debe hacer como significado idílico de la libertad es un ejemplo de ello
Cambios importantes en la política migratoria como la suspensión de las Cartas de Invitación y de los Permisos de Viaje al Exterior generarían una avalancha de cubanos corriendo a las embajadas foráneas con sede en la Habana a solicitar visados. Pero no pensemos en cientos de miles. No hay cientos de miles de cubanos en capacidad de afrontar económicamente un viaje al exterior. Eso lo sabe claramente el gobierno de Cuba.
Lo que preocupa al gobierno cubano, además del déficit económico producido por la falta de ingresos es la sensación de libertad que genera. Miles de cubanos entrando y saliendo de la Isla sin cortapisas es una noción que no se identifica con el régimen. No pedir permisos equivale a pensar libremente, a vivir libremente o a tener una razón para hacerlo y eso es, en sí mismo, muy peligroso para el régimen.
Los cubanos que viven en el exterior con el comportamiento omisivo que el régimen exige ya vuelan a Cuba una vez al año a ver a sus familiares y envían remesas mensuales. Los que no lo hacen, seguirán fuera, por lo que la masa de emigrantes visitando familiares no debería aumentar en demasía.
La reforma migratoria es un peligro, muy diferente al de comprar o vender una casa o un auto, (prohibiciones levantadas hace unos pocos meses). En un sentido más trascendente es lograr la "libertad" misma. Lo importante del caso es que los cubanos no están decididos a luchar por ella y no tienen en cuenta que los derechos se exigen. La razón es muy simple: todo cubano aprende desde muy niño que no tiene derechos.
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