DE LA DICTADURA
A LA
DEMOCRACIA
Un Sistema Conceptual para la Liberación
por
Gene Sharp
Traducción al Español por Caridad Inda
APLICANDO
EL DESAFÍO POLÍTICO
En situaciones en que la población se siente impotente
y asustada,
es importante que las tareas iniciales
para el público sean acciones
de poco riesgo, que le desarrollen
la confianza en sí mismo.
Esta
clase de acciones—tales como vestirse
con atuendos diferentes—
puede interpretarse
públicamente como una opinión disidente
y
brindar una oportunidad para que el público participe
significativamente en un acto de disensión. En otros casos, una
cuestión no política de relativamente poca importancia (vista
superficialmente) como por
ejemplo la consecución de un suministro
de agua seguro, puede convertirse en un centro de acción grupal.
Los estrategas deben escoger un asunto cuyos méritos sean
ampliamente reconocidos y difíciles de rechazar. El éxito en tales
campañas limitadas puede
ser no sólo corregir
malestares específicos
sino convencer a la población de que en verdad tiene potencial para
ejercer el poder.
En una lucha a largo plazo,
la mayor parte
de las estrategias de
campaña no deben
tratar de alcanzar
la caída completa
e inmediata
de la dictadura, sino de lograr objetivos
limitados. Cada campaña
tampoco va a requerir
la participación de todos los sectores de la
población.
Al contemplar una serie de campañas específicas para
implementar la gran estrategia, los estrategas del desafío tienen que
considerar cómo las campañas del comienzo de la lucha, las de la
mitad o las ya próximas a su conclusión se diferenciarán
unas de otras.
Resistencia selectiva
En los momentos iniciales de la lucha las campañas separadas con
distintos objetivos específicos pueden ser muy útiles. Estas campañas
selectivas pueden hacerse
una tras otra. Ocasionalmente dos o tres
pueden ocurrir al mismo tiempo.
Al planificar una estrategia para la "resistencia selectiva" es
necesario identificar motivos
limitados y específicos o malestares
que simbolizen la opresión de la dictadura en general. Tales asuntos
pueden ser los objetivos estratégicos intermedios dentro de la gran
estrategia global.
Es necesario que estos objetivos estratégicos intermedios sean
alcanzables para la capacidad de poder,
actual o proyectada, de las
fuerzas democráticas. Esto
ayuda a asegurar una serie de victorias
que son buenas para levantar
la moral, y que también
contribuyen a
que se produzcan cambios
incrementales en las relaciones de poder
que resulten ventajosos para
una lucha a largo plazo.
Las estrategias selectivas de la resistencia deberán
concentrarse
en primer lugar
en cuestiones sociales, económicas o políticas. Estas
se pueden escoger
a fin de conservar alguna
parte del sistema
social
y político fuera
del control de los dictadores, para recuperar el con-
trol de alguna porción de este sistema
actualmente bajo el control de
los dictadores, o para negar a los dictadores algún objetivo en par-
ticular. Si es posible, la campaña de resistencia selectiva debe también
atacar una o más de las debilidades de la dictadura, tal como lo hemos
explicado. En consecuencia, los demócratas pueden
producir el
mayor impacto posible con la capacidad de poder que tengan a su
alcance.
Muy al principio, los estrategas tienen que planificar por lo
menos la estrategia para la primera campaña.
¿Cuáles han de ser
sus objetivos limitados? ¿Cómo
van éstos a ayudar a la realización
de la gran estrategia? Si es posible, sería prudente formular por lo
menos los lineamientos generales para una segunda y acaso hasta
una tercera campaña. Todas
esas campañas han de llevar a cabo la
gran estrategia escogida y operar dentro de los lineamientos
generales de ésta.
El reto simbólico
Al principio de una nueva campaña para minar la dictadura, las
primeras y más específicas acciones pueden tener un campo limitado.
Deben estar diseñadas en parte para probar el estado
de ánimo de la
población e influir
en él, y prepararla
para continuar la lucha a través
de la nocooperación y el desafío político.
La acción inicial podría tomar la forma de una protesta
simbólica o podría
ser un acto simbólico de nocooperación limitada
y temporal. Si el número de personas dispuestas a actuar es limitado,
entonces la acción inicial podría consistir, por ejemplo,
en depositar
una ofrenda floral en algún lugar de importancia simbólica. Por
otra parte, si el número de los dispuestos
a actuar es muy grande,
entonces podría hacerse un paro de cinco minutos en todas las
actividades u observar algunos minutos de silencio. En otras
situaciones, unos cuantos
individuos pueden ponerse
en huelga de
hambre, reunirse para una vigilia en un lugar de importancia
simbólica, practicar un breve boicot estudiantil a las clases,
o entrar
y sentarse en una oficina importante por un tiempo limitado. Una
dictadura probablemente reprimiría con crueldad las acciones más
agresivas.
Ciertas acciones simbólicas como la ocupación física del
territorio frente al palacio
del dictador o de los cuarteles de la policía
pueden incurrir en un gran riesgo; por lo tanto, no son recomendables
para iniciar una campaña.
Las primeras acciones de protesta simbólica a veces han
suscitado una gran atención nacional e internacional, como las
demostraciones masivas en Birmania en 1988 o la ocupación y huelga
de hambre por los estudiantes de la plaza de Tiananmen en Beijin
en 1989. El elevado número de víctimas entre los manifestantes en
ambos casos subraya el gran cuidado que tienen que tener los
estrategas cuando planifican las campañas. Aún cuando estas
acciones tengan un tremendo
impacto moral y sicológico, por sí
mismas no es probable que hagan caer la dictadura, porque
permanecen dentro de lo simbólico y no alteran
la posición de poder
de la dictadura.
Por lo general no es posible negarles por completo a los
dictadores el acceso a los recursos de poder al principiar la lucha.
Para eso haría
falta que prácticamente toda la población y casi todas
las instituciones de la sociedad—las cuales desde antes
les han estado
muy sometidas—rechazaran absolutamente al régimen
y que de
pronto lo desafiaran mediante
una fuerte y masiva nocooperación.
Eso todavía no ha ocurrido,
y alcanzarlo sería sumamente dificíl.
En la mayoría de los casos, por consiguiente, una rápida campaña
de completa nocooperación y desafío no sería una estrategia realista
para una campaña inicial contra la dictadura.
Distribuyendo las responsabilidades
Durante una campaña
selectiva de resistencia, ciertos
grupos de la
población son los más castigados. En una campaña posterior con
un objetivo diferente, el peso de la lucha se desplazará
hacia otros
grupos. Por ejemplo,
los estudiantes pueden irse a la huelga por
una cuestión referente a la educación, los dirigentes religiosos y los
fieles pueden concentrarse en el tema de la libertad de cultos, los
trabajadores de los ferrocarriles pueden observar tan
meticulosamente las regulaciones de seguridad que lleguen a
retardar en extremo todo el sistema ferroviario,
los periodistas
pueden desafiar la censura publicando un espacio en blanco en el
periódico donde hubiera
correspondido un artículo prohibido, la
policía una y otra vez puede errar y no localizar ni detener a los
miembros de la oposición democrática que buscan.
El escalonar las
campañas de resistencia según
los motivos y el sector
de la población
que ha de actuar les permitirá a otros sectores descansar un poco
mientras la resistencia prosigue.
La importancia de la resistencia
selectiva consiste en defender
la existencia y autonomía de los grupos
políticos, económicos y
sociales así como a las instituciones fuera
del control de la dictadura,
como lo mencionamos antes. Estos
centros de poder proporcionan
las bases institucionales desde las cuales la población
puede ejercer
presión o resistirse
a los controles dictatoriales. En la lucha,
es pro-
bable que sean los primeros en
ser golpeados por la dictadura.
Apuntando al poder del dictador
A medida que la lucha a largo plazo se desarrolla más allá de las
estrategias iniciales hacia fases más ambiciosas y avanzadas, los
estrategas han de calcular cómo limitar más las fuentes
de poder del
dictador. El objetivo será usar la nocooperación popular
a fin de
crear una nueva situación estratégica más ventajosa para las fuerzas
democráticas.
A medida que las huestes democráticas cobran fuerza, los
estrategas organizan
formas de nocooperación y de desafío
más
ambiciosas para negarle
a la dictadura los recursos del poder, para
propiciar una parálisis
política y por último el fin de la dictadura y
su desintegración.
Será necesario planificar con cuidado cómo podrán las huestes
democráticas debilitar el apoyo que personas y grupos hayan
ofrecido a la dictadura
previamente. ¿Se resquebrajará este apoyo
cuando les revelen las brutalidades perpetradas por el régimen,
cuando les expongan
las desastrosas consecuencias económicas de
las políticas del dictador, o cuando tengan nuevos elementos para
comprender que se puede acabar
con la dictadura? Hay que llevar
a los defensores de la dictadura por lo menos
a permanecer neutrales,
a no tomar partido o mejor a convertirse en defensores activos del
movimiento por la democracia.
Durante la planificación e implementación del desafío político
y la nocooperación, es muy importante prestar
atención a todos los
defensores y auxiliares de los dictadores, inclusive a su camarilla
interna, al partido político, la policía y la burocracia, pero
especialmente al ejército.
Haría falta calcular bien el grado de lealtad a la dictadura
de
las fuerzas militares, tanto
soldados como oficiales, y determinar si
son susceptibles de ser influidas por las fuerzas democráticas.
¿Pudieran los soldados comunes y corrientes ser unos presos
descontentos y asustados del régimen? ¿Se
podría poner en contra
del régimen a muchos de los soldados y oficiales por razones
personales, familiares o políticas? ¿Qué otros factores harían a los
soldados y oficiales vulnerables a la subversión democrática?
Desde el inicio
en la lucha de liberación debe desarrollarse
una
estrategia especial para comunicarse con las tropas y funcionarios
del dictador. Mediante palabras,
símbolos y acciones,
las fuerzas
democráticas pueden informar a las tropas que
la lucha de liberación
va a ser vigorosa, decidida y persistente. Las tropas han de saber
que la lucha va a tener un carácter especial
destinado a socavar
la
dictadura, pero que no amenaza su vida. Tales esfuerzos aspiran en
última instancia a minar la moral de las tropas del dictador y
finalmente a subvertir su lealtad y obediencia a favor del movimiento
democrático. Se debe intentar llegar
a la policía y a los funcionarios
con estrategias similares.
El intento de ganar simpatías
entre las fuerzas del dictador y
eventualmente a inducirlas a la desobediencia no debe interpretarse,
sin embargo, como una invitación a que las fuerzas militares
produzcan una rápida interrupción de la dictadura
mediante una
acción militar. Una acción
semejante no es posible que dé paso a
una democracia que funcione, porque, como ya hemos
explicado,
un golpe de estado sirve de poco para cambiar
el desequilibrio de
las relaciones
de poder entre el pueblo y los gobernantes. Por
consiguiente, es necesario
planear cómo puede hacérseles entender
a los oficiales militares que simpatizan con los demócratas que ni
un golpe militar ni una guerra civil son necesarios o deseables.
Los oficiales simpatizantes pueden jugar papeles
vitales en la
lucha democrática tales
como difundir entre las fuerzas militares el
descontento y la nocooperación, alentando las deficiencias
deliberadas y calladamente hacer caso omiso de las órdenes,
manteniéndose firmes en su decisión
de no reprimir. El personal
militar puede también
brindar varias formas
de asistencia noviolenta
y positiva al movimiento democrático entre las que se incluye facilitar
el paso seguro, información,
comida, suministros médicos y otros.
El ejército es uno de los recursos
de poder más importantes de
los dictadores porque éstos pueden usar las unidades militares
disciplinadas y su armamento para atacar directamente a la
población desobediente y castigarla. Los estrategas
del desafío deben
recordar que va ser extraordinariamente difícil, si no imposible, desmantelar
la dictadura si la policía,
la burocracia y las fuerzas armadas
se mantienen
plenamente leales
y obedientes en el cumplimiento de sus órdenes.
Las
estrategias orientadas a subvertir la lealtad de las huestes del dictador
deben gozar de una prioridad especial de parte
de los planificadores
democráticos.
Las fuerzas democráticas deben recordar
que el descontento y
la desobediencia entre las fuerzas armadas
y de la policía pueden
resultar altamente peligrosas para los miembros de esos grupos.
Pueden esperar penas muy severas por los actos de desobediencia,
y la muerte por ejecución
en caso de amotinamiento. Las fuerzas
democráticas no deben pedirles a los soldados
y oficiales que se
amotinen inmediatamente; en lugar de eso, donde
sea posible la
comunicación, debe aclarárseles que hay multiples formas de
"desobediencia disimulada" que sí pueden ser practicadas desde
el
principio. Por ejemplo, los
policías o los soldados de tropa
pueden
entorpecer el cumplimiento de las órdenes de distribución, no acertar
a encontrar a las personas buscadas, advertir a los de la resistencia
acerca de las órdenes de represión
que se han dictado contra ellos
así como de los arrestos y deportaciones, y pueden dejar
de transmitir
información importante para sus oficiales
superiores. Por su parte,
los oficiales descontentos con el régimen
pueden no transmitir, o
demorar la transmisión de las ordenes de represión a los mecanismos
encargados de ejecutarlas. Pueden disparar por encima de las
cabezas de los manifestantes. Los funcionarios del estado pueden
perder o traspapelar las instrucciones, trabajar
deficientemente, o
"enfermarse" para tener que permanecer en casa hasta
"curarse".
Cambios en la estrategia
Los estrategas del desafío político
tienen que estar constantemente
evaluando cómo la gran estrategia y las estrategias de campañas
específicas se están implementando. Es posible por ejemplo, que la
lucha no marche tan bien como se hubiera
esperado. En ese caso
hay que pensar qué cambios
se necesitan en la estrategia. ¿Qué
podría hacerse para aumentar la fuerza del movimiento y retomar
la iniciativa? En una situación así habrá que identificar el problema,
volver a realizar el cálculo estratégico, si es posible, darle la
responsabilidad de la lucha a un sector distinto
de la población,
movilizar recursos adicionales de poder y desarrollar acciones
alternativas. Cuando esto se hubiere hecho, el nuevo plan se
implementará inmediatamente.
Si, por el contrario, la lucha ha marchado mucho mejor de lo
previsto y la dictadura está desmoronándose
antes de lo que se había
calculado, ¿cómo podrán las fuerzas
democráticas capitalizar esas
victorias inesperadas y avanzar hacia
la paralización de la dictadura?
Exploraremos esta problemática en el capítulo siguiente.
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