EL PARQUE
por Esteban Fernández
Si usted lo desea, me puede llamar regionalista porque el parque de mi
pueblo me parece un millón de veces mejor que la mayoría de los de
aquí en Estados Unidos. Sí, señores, porque aquí los parques que yo he
visto -supongo que no todos, desde luego- son una basura. La primera
dificultad que nos encontramos cuando vamos a un parque es que no se
sabe quién es quién y el elemento que vemos pensamos que es mejor ni
conocerlo.
Recuerdo que en mi primer domingo en California me vestí lo más
elegante que pude y a las 8 de la noche le dije a mi amigo Fidelito
Gómez: "Me voy para el Parque MacArthur". Fidelito se echó a reír y me
contestó: "Muchacho, a esta hora te van a robar hasta los zapatos y
las medias"…
Como yo prácticamente nada más que conozco el Parque Central y el
Parque Martí de Güines, me encantaría que ustedes me ilustraran sobre
los parques de sus pueblos, y si tienen una opinión similar o
diferente de los parques de la Cuba de ayer, me la hagan llegar.
Nosotros conocíamos a todo el mundo que iba al parque de mi pueblo.
Usualmente, nuestra primera novia la conquistábamos allí, y se
aprendía más en el parque que en la Universidad de La Habana, porque
en cada uno de sus bancos se reunían expertos en diferentes materias.
Estaba el banco de los galleros, el banco de los políticos, el banco
de los pajareros, el de los peloteros, y el de los intelectuales y
muchos más.
Por ejemplo, si usted se acercaba al banco de los pajareros, usted
aprendía de canarios y de tomeguines del pinar. Si iba al banco de los
peloteros, lo mismo se enteraba de cuantos jonrones había pegado
Roberto Ortiz como quién jugaba la segunda base en el equipo del
Baltimore.
En el banco de los políticos estaban sentados desde el alcalde, hasta
el último sargento político del pueblo, y lo mismo hablaban de la
política local, como de la nacional y de la internacional. Cuando uno
se levantaba de ese banco tenía una idea clara de todo lo que estaba
sucediendo, no solamente en la Isla, sino en todo el continente
americano, en Europa y en África.
Si se acercaba al banco de los galleros, entonces aprendía lo que era
un gallo giro. Y si se iba al banco de los intelectuales, aprendía de
poesía, de arte, de cuadros, de pinturas, y en otro banco nos podíamos
encontrar con Efrén Besanilla hablando de teatro.
Allá nos emperifollábamos con nuestras mejores galas para ir al
parque. Los domingos, todo el mundo parecía un millonario ; los
guajiros parecían hacendados. Pero si usted se pone un traje y se
aparece en un parque en este país, la gente se va a reír y van a creer
que se ha escapado de un manicomio.
Si quería conocer a una muchacha que ya había visto y le era
agradable, el mejor lugar en toda la ciudad para poderla encontrar y
entablar una conversación, era en el parque. Pero si en Estados Unidos
a usted se le ocurre invitar a una joven a visitar un parque, pensará
que usted está loco. Aquí, cuando las muchachas pasan por un parque,
suben las ventanillas del carro por miedo a que un traficante se les
acerque y quiera venderles cocaína.
Jamás vi a nadie molestar a otra persona en un parque de Cuba. Allí se
iba nada mas que a pasar un buen rato, pero lo único que no se
perdonaba era ser pesado. Eso era un delito en los parques y la gente
les daba de lado a los bofes.
Las muchachas se estrenaban sus vestidos los domingos y los exhibían
en el parque. Ellas paseaban en una dirección, y los caballeros en
sentido contrario, así que nos encontrábamos al final de cada vuelta.
Si teníamos interes en alguna muchacha, le pedíamos con todo respeto
que nos permitiera acompañarla, y esa era la mejor forma de saber si
teníamos alguna esperanza de llegar a ser novios. Representaba un
enorme adelanto para el enamorado si la muchacha aceptaba la
invitación de caminar junto a ella.
Les juro a ustedes que lo más que yo extrañé, y extraño de Cuba, es el
parque de mi pueblo. Al llegar aquí, pensé que era igual que en
Güines, y ya les dije que quedé puesto y convidado, porque California
será uno de los mejores estados del país más rico y próspero del
universo, pero un banco destartalado del parque de mi pueblo era
superior a todos los parques juntos de esta gran nación.
Desde luego, como todas las cosas en Cuba, cuando el castrismo se
adueñó de la Isla, se acabó por completo la confraternidad en el
parque de mi terruño.
Parque Central de San Julián de los Güines
Nota: Este texto ha sido enviado por el autor, a quien agradezco su
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