Rusia, un tigre de papel
Dr. Darsi Ferret
Miami, Florida. 22 de marzo de 2016.
El tropezar con la misma piedra, una, dos o muchas veces, parece que va inscrito en el código genético del pueblo ruso. De poco le ha servido a ese país ser el más extenso del mundo, y estar bendecido por una inmensa riqueza contenida en sus vastos yacimientos y recursos naturales. La impronta de su historia continúa atrapada en el ciclo maléfico de épocas de prosperidad, expansión y luego desplome.
Como otros grandes Imperios, la autocracia zarista rusa tuvo su esplendor a nivel mundial. Llegó a controlar amplios territorios de los continentes Europeo, Asiático y Americano. Precisamente su expansión y, sobre todo, el sustentar su enorme poder sobre una base económica atrasada de tipo feudal, que fue incapaz de evolucionar en sintonía con el desarrollo de la época, le carcomió los cimientos e hizo caer por su propio peso en 1917.
Algunos desencadenantes de su debacle fueron la vergonzosa derrota militar frente a Japón consumada en 1905, y el enorme desgaste político, militar y económico a consecuencia de su participación en la Primera Guerra Mundial.
La contienda contra el imperio nipón se debió al empeño zarista de expandirse en busca de controlar un puerto de aguas cálidas en el océano Pacífico, que no se congelara durante el invierno. Esta característica la tenía Port Arthur en el territorio chino, que le permitía estar operativo durante todo el año. La pretensión era complementar las capacidades comerciales y, a la vez, las militares. Cuando el Imperio Ruso se apropió de esa zona asiática, por supuesto, Japón asumió la presencia de la nación rival como un hecho intolerable y amenazante para su hegemonía en la región y seguridad nacional. El resultado fue la declaración de guerra y una costosa derrota para la monarquía rusa.
El zar Nicolás II de Rusia, tildado "Nicolás el Sanguinario" por las atrocidades que ordenó contra sus adversarios, en 1914 decidió declararle la guerra a los Imperios Austrohúngaro y al Alemán, instigado por su alianza estratégica con Serbia. El móvil de la conflagración mundial fue el asesinato del archiduque Fernando de Austria, a manos del atentado de un nacionalista serbio. El imperio austrohúngaro respondió atacando a Serbia y arrastrando en su acción al Imperio Alemán, y a partir ahí se fueron implicando en la guerra las demás potencias de la época divididas en dos formaciones.
Un bando estuvo constituido por la coalición Triple Alianza (Imperio Alemán, Imperio Austrohúngaro, Imperio Otomano, Reino de Bulgaria). Del otro estaba la Triple Entente (Francia, Reino Unido, Estados Unidos, Bélgica, Imperio Ruso, Imperio del Japón, Reino de Grecia, Reino de Italia, Reino de Rumanía, Reino de Serbia, Reino de Montenegro).
El mal manejo de la guerra por parte del gobierno zarista provocó un costo de millones de vidas al pueblo ruso. Las calamidades de todo tipo y la profunda crisis económico-social poco a poco atizaron el rechazo de la población a la monarquía. El resultado de estas condiciones llevó a la agitación y levantamiento popular forzando la abdicación de Nicolás II y dando paso a un Gobierno Provisional de facciones liberales y socialistas, presidido por Alexander Kerensky. En pocos meses esa revolución quedó abortada cayendo el poder en las garras de los Bolcheviques dirigidos por Vladimir I. Lenin.
El engendro comunista que terminó conformando la URSS se extendió ganando en hegemonía hasta encabezar la coalición anti occidental en un contexto bipolar, donde se disputaba el poder mundial con el bando liderado por EEUU. El mayor impulso de la expansión soviética se produjo con el reparto de fronteras luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial. El Kremlin de Moscú se anexó amplios territorios en Eurasia, además de controlar una variedad de naciones satélites que se regían mediante gobiernos títeres en función de los intereses de la URSS.
La ambición hegemónica llevó a la URSS a construirse un poderío militar y dotarse de una alianza económica cuya MECA fue el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME). Y todas estas herramientas sostenidas por una industria totalmente ineficaz y económicamente incompetente. También la Guerra Fría y la costosísima carrera armamentística y espacial, protagonizada contra EEUU y Europa, se convirtió para los soviéticos en un insaltable agujero negro.
Las consecuencias fueron que en medio de la crónica recesión económica, cuando Mijail Gorbachov intentó poner un poco de orden y encauzar en dirección de la funcionalidad al depauperado sistema soviético mediante reformas estructurales, como la Perestroika y la Glasnost, toda la madeja comunista se vino abajo y sin necesidad de disparar un tiro.
Hoy, Vladimir Putin, con la asistencia de Dimitri A. Medvedev, está conduciendo a Rusia por la misma vereda del descalabro, aunque aparente lo contrario. El primer error garrafal e insalvable del presidente de Rusia fue no esforzarse por recomponer las relaciones políticas con EEUU y el Bloque europeo. El salto al vacío de Putin lo constituye el desafiar a Occidente arrogándose o tratando de forjar un papel de potencia internacional que le queda super grande y no tiene como consolidar en el mediano y largo plazo.
Por su localización geográfica, Rusia no puede extender su dominio e influencia hacia el Asia porque choca con un rival tan poderoso como China, que es la verdadera potencia natural de esa región. Tampoco puede competir en hegemonía con la India. Hacia el lado Europeo menos posibilidades posee de hacerse de influencia y hegemonismo, más allá de la bobería de presionar de cuando en vez con el chantaje del abastecimiento de su gas a las naciones europeas.
El jueguito geoestratégico de Putin lo llevó primero a invadir Georgia en 2008, donde por la vía militar provocó el desmembramiento de los territorios separatistas prorrusos de Osetia del Sur y Abjasia. Luego continuó con la reciente anexión de Crimea, también por la vía militar, y la tutelación de las milicias rebeldes prorrusas del Este de Ucrania. Y en el Medio Oriente se aventuró a entrar en la guerra siria, con tropas de la aviación, la marina y efectivos terrestres, en su aspiración de mantener en el poder al genocida Bashar al Assad.
La guerra contra Ucrania respondió al objetivo de conservar a como diera lugar la base militar ubicada en Sebastopol en la Península de Crimea, que es donde se asienta la Flota rusa del mar Negro y representa su única salida al mar Mediterráneo. El régimen sirio de Bashar al Assad es la única conexión que le queda a Rusia en el Medio Oriente, además de contar en Siria con la estratégica Base naval de Tartus, que es una instalación militar de la Armada rusa.
La prepotencia y el creciente nivel de protagonismo y desafío internacional de Rusia, se sustenta sobre una base económica precaria, con patrones de país tercermundista, pues basa su dinámica en la exportación de materias primas. O sea, el enorme complejo militar industrial ruso, sus intervenciones militares, los territorios anexados y las milicias rebeldes que apadrina constituyen un cheque sin fondo que debe costear la medio quebrada economía rusa.
Y la pésima situación económica de Rusia es el resultado del atraso tecnológico, la limitación de libertades a las que está sometido el pueblo, el secuestro de una parte fundamental del aparato productivo nacional por parte de grupos mafiosos ligados al poder, además del efecto devastador de las sanciones económicas-financieras-comerciales que le ha impuesto Occidente por su conducta beligerante e irrespetuosa del derecho internacional.
En estos momentos, la puñalada en el pecho de la economía rusa es la estrepitosa caída del precio del petróleo, cuya exportación representa su principal renglón de entrada de divisas al país. La caída del precio de las materias primas en general se sobre añade a la problemática que padecen sus finanzas.
En conclusión, podemos asegurar que cuanto más veamos a Rusia expandir su pretendida actuación como potencia hegemónica, más estrepitoso será su desplome como resultado de la implosión y colapso económico. Ese es su Talón de Aquiles.
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