LA SANGRE CAERÁ SOBRE SUS CABEZAS.
Por Alfredo M. Cepero.
Todo parece indicar que quienes aspiramos a una Cuba soberana, libre y justa seguimos embargados por el mismo dolor y paralizados por la misma inercia de los últimos 52 años. Desde que el moribundo tiranosaurio transfirió los poderes a su ridículo e inepto aprendiz de tirano, los miembros de la oposición—tanto dentro como fuera del país, con contadas y honrosas excepciones—nos hemos limitado a la vergonzosa actitud de esperar porque el diablo se lo lleve y nos resuelva el problema.
Nuestro ancestral síndrome de dependencia nos ha llevado a pedirle a la Providencia lo que antes le pedíamos a los americanos. Y así como ya sabemos que a los americanos les importa un bledo la libertad de Cuba; también deberíamos aprender de una vez por todas que la Providencia solo presta atención a quienes se ayudan a sí mismos. Que es hora que apliquemos el sabio refrán de "a Dios rogando y con el mazo dando".
La única beneficiaria de nuestra actitud plañidera y contemplativa ha sido la tiranía. Mientras tanto, millares de compatriotas desesperados siguen muriendo en el Estrecho de la Florida en busca de la libertad que les niegan en la patria, los presos políticos son obligados al destierro como condición para su excarcelación, nuestras Damas de Blanco son atropelladas por esbirros de la tiranía, Orlando Zapata Tamayo ofrece su vida en el altar de la patria para orgullo de todos los cubanos y vergüenza de sus opresores, Gloria Amaya muere viendo como le torturan a sus hijos y dando gritos de Viva Cuba Libre y Juan Wilfredo Soto García es asesinado a plena luz del día en el Parque Vidal de Santa Clara.
Todo sigue igual en el infierno diseñado y administrado por los hermanos Castro. Y para ganar tiempo, el tiranosaurio afirma en reflexiones redactadas por sus escribanos que renuncia al poder, el aprendiz de tirano estimula a una población suspicaz e incrédula por tantos años de engaños a que exprese sin temor sus criticas al gobierno y arriesguen sus magros ahorros en empresas de las que pueden ser despojados si logran demasiada prosperidad y el Congreso del Partido ratifica en el poder a una gerontocracia cavernícola que pretende enterrar con ellos toda esperanza de libertad para el pueblo de Cuba.
Todo esto después de pasar mas de medio siglo sin celebrar elecciones, de fusilar, encarcelar y perseguir a todo el que no pensara como ellos, de reprimir en forma despiadada a los homosexuales y de condenar a los cubanos a una dieta mas baja en calorías que la de los esclavos durante la colonia. Cualquier cosa con tal de ganar tiempo para poner a buen resguardo en playas lejanas el producto ilícito de su corrupción y de sus fechorías.
Desde luego, que eso no inhibe en lo más mínimo a los seudo-analistas que aún a estas alturas hablan de un Raúl más pragmático que el moribundo tirano, ni a los mercaderes que siguen dispuestos a hacer negocios con la tiranía para aumentar su lucro adelantándose al cambio que ya se acerca, ni a los ilusos que siguen soñando con una transición pacífica, ni a los hipócritas que se rasgan las vestiduras ante la posibilidad de cualquier derramamiento de sangre, ni a los oportunistas que hablan de un borrón y cuenta nueva.
Ahora bien, quienes de verdad queramos no sólo acelerar la transición a la democracia sino consolidarla para muchas generaciones futuras, tenemos que entender sin la mas mínima duda que los cánones básicos de la justicia moral estipulan que los delincuentes no deben disfrutar del fruto de su delito, que una cosa es aplicar el "borrón y cuenta nueva" a deudas financieras y otra muy distinta a los verdugos que derramaron la sangre de Virgilio Campanería, de Plinio Prieto, de Rogelio González Corso, de los inocentes del Remolcador 13 de Marzo o de los tripulantes de las avionetas de Hermanos al Rescate.
Tenemos que estar conscientes de que hay altas probabilidades de que, en la locura de una sublevación popular propulsada por la desesperación, se produzca un lamentable derramamiento de sangre. La experiencia de estos 52 años demuestra hasta la saciedad de que Raúl y su camarilla son unos carniceros embriagados de poder y cegados por la arrogancia que jamás renunciaran a sus privilegios por medios racionales ni pacíficos. Esa la única verdad que han dicho estos miserables centenares de veces y ya es hora de que les creamos.
Debo confesar que en el curso de este largo y alucinante viaje he albergado a veces la esperanza de que el torrente atronador de las balas cediera el paso a la dulce sinfonía de la palabra. ¡Que hermosa y edificante habría sido la transición pacífica por la que han arriesgado bienestar, seguridad y vida nuestros heroicos compatriotas de la oposición interna! Una transición similar a la de Checoslovaquia o la de Polonia.
Pero, por inexplicables designios del destino, ni los cubanos somos checos ni los Castro son el General Jaruselzki quién, a la hora de las definiciones difíciles y peligrosas, optó por ser polaco antes que comunista, por ser patriota antes que opresor de su pueblo. Si buscamos un paralelo para estos engendros maléficos que contaminaron con su nacimiento la tierra de Birán lo encontraremos en la demencia de Nerón, la compulsión sanguinaria de Hitler o la contumacia de Ceausescu. Y ya sabemos como terminaron esos tres personajes.
Por lo tanto, me temo que nuestro camino hacia la libertad tendrá que ser regado con la sangre de nuevos mártires. Ese será el precio que nos obligarán a pagar los monstruos que han querido convertir una nación en su feudo particular y a todo un pueblo en una cuadrilla de esclavos. No tengo facultades de taumaturgo para poder predecir de donde saldrá la bomba ni cual será el detonador. Pero estoy convencido de que el pueblo de Cuba no aguanta más. Que ese pueblo no está únicamente en el exilio, en las cárceles o en la oposición interna. Ese pueblo es también parte de las fuerzas armadas, del partido y hasta de la policía política.
Ese pueblo se va a levantar un día—mas pronto de lo que pueden vislumbrar nuestros enceguecidos opresores—y va a decir: "¡Basta ya de miseria, opresión e ignominia!". Entonces se hará la libertad con la misma espontaneidad con que un día se hizo la luz comandada por el Comandante de todos los comandantes. Aquel que nació en Belén y derramó su sangre en el Gólgota para salvación de toda la humanidad. Esa sangre, al igual que la de nuestro pueblo, caerá sobre las cabezas de nuestros opresores.
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