Orlando Zapata: Indoblegable
Para deslegitimar a sus opositores, el régimen cubano los acusa sistemáticamente de mercenarios y de que su único móvil es el dinero. No es un argumento muy novedoso. Pinochet también lo usaba contra quienes luchamos por la democracia. “Vendidos al oro de Moscú”, clamaba el capitán general. “Mercenarios del imperialismo”, acusan los comandantes. Es que en el discurso de las dictaduras no es posible aceptar que el adversario persiga legítimamente otra concepción de sociedad y gobierno.
Pero hay casos de personas que con su valor y sacrificio son capaces de cerrarle la boca al más fiero de los dictadores y dejarlo sin argumento alguno, desnudo en su brutalidad. Generalmente, más que grandes prohombres, son personas sencillas, pero de una voluntad indoblegable. Fue el caso, en Chile, de Sebastián Acevedo, un obrero de la construcción que por amor a sus hijos capturados por la CNI, prendió fuego a su cuerpo en la Plaza de Armas de Concepción en 1983, exigiendo su liberación. Pinochet quedó mudo y los hijos de Sebastián Acevedo fueron liberados.
Orlando Zapata Tamayo, a sus 42 años, murió en huelga de hambre exigiendo respeto a su dignidad y exigiendo su libertad y la de los otros 54 presos de conciencia reconocidos como tales por Amnistía Internacional.
Ahora, otro albañil, muy lejos, en Cuba, fue capaz, también al precio de su vida, de cerrarle la boca a Raúl Castro. Orlando Zapata Tamayo, a sus 42 años, murió en huelga de hambre exigiendo respeto a su dignidad y exigiendo su libertad y la de los otros 54 presos de conciencia reconocidos como tales por Amnistía Internacional.
Orlando Zapata estaba encarcelado desde marzo de 2003, cuando fuera detenido mientras realizaba un ayuno por la libertad de otro opositor previamente encarcelado. Antes ya lo habían detenido en al menos dos oportunidades, pero no había escarmentado. Ahora le decían que la cosa iba en serio y lo condenaban a tres años de cárcel. Tres años por actos no violentos de oposición política.
Pero la condena de tres años no fue suficiente para doblegar a Zapata. Siguió su lucha en prisión, exigiendo respeto a su condición de preso de conciencia. Fue nuevamente condenado en el año 2005 a quince años adicionales por diversos actos de desobediencia a las órdenes de sus carceleros. Se había transformado en un “plantado”. El término viene desde 1964, cuando a los presos políticos de Isla de Pinos se les quiso aplicar la pena adicional de trabajos forzados. Los presos se negaron a trabajar, “plantaron” el trabajo. Fueron aislados en celdas de castigo y sufrían múltiples otras represalias. Muchos no cedieron. Fueron “los plantados”.
Ahora, 45 años después, Zapata tampoco cedía. Nuevamente lo condenaron en el año 2006 a siete años más. En total, sumó condenas por más de 25 años. Y Zapata continuó su desafío al régimen desde la cárcel. Declaró su huelga de hambre en diciembre del año pasado. Raúl Castro, por su parte, tampoco cedía. No quería dejar de manifiesto la justicia del reclamo del albañil. Confiaba en que Zapata cedería, confiaba en poderlo doblegar. Hubo un momento en que Zapata pudo retroceder y salvar su vida. No lo hizo. Siguió adelante, murió y con su muerte infligió un golpe moral descomunal a la dictadura cubana. ¿Dirán ahora también que lo hizo por los dólares norteamericanos?
Uno de los grandes filósofos griegos distinguió tres componentes en el alma humana: Una parte sensual (epithymos), que lo lleva desear cosas placenteras, como comer, beber, unirse sexualmente. Una parte racional (noos), que lo hace calcular cuál es la mejor manera de conseguir los objetos de su deseo, y una parte pasional (thymos), que lo impulsa a exigir el reconocimiento de su dignidad. Cuando un ser humano siente su pecho inflamado ante la injusticia, cuando siente que no se le respeta, es capaz de despreciar lo sensual y lo racional, que lo llaman prioritariamente a conservar la vida, y enfrentar cara a cara cualquier riesgo, hasta la misma muerte. El thymos, que además es muy contagioso, constituye una energía política formidable. Eso es algo que los dictadores suelen no entender, hasta que es demasiado tarde.
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