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Castro, el socialismo y el 68 cubano
FERNANDO GARCÍA | 23/04/2010 - 19:30 horas
Desde la muerte de Orlando Zapata tras 86 días en huelga de hambre, las instituciones y los medios europeos han dado más cancha que nunca a la disidencia interna de Cuba. Las manifestaciones de las Damas de Blanco y el ayuno protagonizado por Guillermo Fariñas mantienen vivas las críticas y exigencias internacionales al tratamiento de los derechos humanos y a la situación de los presos políticos en la mayor de las Antillas: unas reacciones duramente replicadas por Raúl Castro y los medios oficiales de la isla.
Menos proyección están teniendo las crecientes críticas internas que, desde posiciones declaradamente "revolucionarias", le están lloviendo al régimen. O a su sector más duro y recalcitrante. Esto es, al menos, lo que sucede en teoría.
Artistas mundialmente reconocidos como Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, respetados académicos como Esteban Morales o Aurelio Alonso, e ideólogos marxistas como el historiador y ex diplomático Pedro Campos, por citar sólo algunos ilustres nombres, están cuestionando de manera pública -en algunos casos radical- el inmovilismo del Gobierno, los excesos de la censura, el estalinismo de los ortodoxos, los atropellos de la burocracia, las prohibiciones abusivas y los errores de los gestores económicos, así como el desbocamiento de la corrupción en todas las capas sociales, hasta alcanzar a una parte del núcleo.
Los reproches suelen tener altura y enjundia ideológica. Sus autores creen que los males que achacan al sistema dan alas al enemigo común. Lo que piden todos ellos es, en realidad, más socialismo. O un socialismo más verdadero.
Se esté o no de acuerdo con sus planteamientos y principios, lo que están afirmando y demandando merece tenerse en cuenta. Sobre todo porque, aunque no formen un frente unido ni un movimiento de oposición, es probable que ellos y quienes los apoyan tengan mucho que decir en el proceso de cambios al que Cuba parece abocada.
Es más: lo que a partir de sus quejas y demandas se dibuja como una ola de descontento desde una corriente "de dentro" presenta ribetes de doctrina oficiosa. O de preparación del terreno hacia una futura doctrina oficial del régimen. A ver, si no, por qué la peculiar ofensiva crítica o autocrítica ha venido a coincidir con dos importantes anuncios -uno a bombo y platillo y el otro a modo de aviso "confidencial" a embajadas y periodistas occidentales- que son como sendos puñetazos sobre la mesa de los burócratas, corruptos y privilegiados que al parecer frenan los ajustes en marcha, torpedean todo atisbo de reforma y amenazan la supervivencia del sistema mismo. Nos referimos, respectivamente: uno, a la batida que la nueva auditoría general del Estado creada por Raúl Castro acaba de lanzar para inspeccionar y en su caso meter en vereda a un total 750 empresas estatales (el 20% del total); y dos, a la celebración de un próximo congreso del PCC largamente aplazado y que tendría por objeto aprobar de una vez los cambios planeados por el presidente cubano para modernizar la economía, más allá de las insuficientes actuaciones, reformas cosméticas y experimentos ya puestos en marcha (entrega de tierras a particulares, supresión de comedores obreros en algunos ministerios, apertura de establecimientos en moneda nacional, privatización de peluquerías, libre alojamiento de hoteles turísticos, y venta de móviles y electrodomésticos hasta hace poco prohibidos).
A los pronunciamientos críticos de los artistas y académicos arriba mencionados, de los que este diario ha ido dando cuenta, acaba de sumarse un extenso artículo del prestigioso escritor, periodista y profesor universitario Guillermo Rodríguez Rivera, bajo el título de "Aquella ofensiva". La tesis principal del texto es que el Gobierno de Raúl Castro debería reparar hoy en lo posible, en aras de la pervivencia de la revolución, el "paso en falso" cometido a su juicio cuando, en 1868, Fidel Castro decidió intervenir y poner en manos del Estado todos los pequeños negocios de comercio, alimentación, reparación y servicios que hasta entonces funcionaban en Cuba.
El artículo comienza con una alusión al último disco de Silvio Rodríguez, titulado Segunda cita y cargado de guiños y cuestionamientos elípticos a la actual gestión política del país; a una revolución de la que habría que "superar la erre" para transformarla en evolución, según propone en una de las canciones. Pero no es ése el fragmento elegido por Rivera, sino la siguiente estrofa del tema que da nombre al disco: "Quisiera ir al punto naciente / de aquella ofensiva / que hundió con un cuño impotente / tanta iniciativa".
El escritor empieza por aclarar que la "ofensiva" a la que Silvio se refiere no es el triunfo en sí de la revolución en 1959 –como interpretó algún medio europeo-, sino la expropiación de los negocios familiares acometida en la primavera de 1968; la "liquidación –dice él- de toda actividad económica que no fuera la estatal: de las medianas empresas (las pocas que quedaban tras la nacionalización de principios de los 60), las pequeñas empresas y hasta el puro trabajo individual".
Con la enajenación de esos modestos negocios en favor del Estado y en perjuicio de las familias que subsistían gracias a ellos se llegó -afirma el escritor- "a unos extremos que jamás habían soñado Marx y Engels: la socialización del puesto de patatas fritas".
Los establecimientos en cuestión fueron asignados e entidades estatales que los reunieron por especialidades. "El humor popular hizo surgir entidades insólitas, como fue por ejemplo la ECOCHINTIM: Empresa Consolidada de Chichales y Timbiriches", añade con desenfado.
En lugar de estar controladas por una familia, cada una de las unidades de esos conglomerados debía contar con al menos un administrador, un responsable de mantenimiento y un auxiliar de limpieza. Así, el negocio del que antes vivían Pepe López, su mujer y sus hijos tenía que alimentar a partir de entonces a los propios López –si es que Pepe no había tirado la toalla- más a los Rodríguez, los Pérez y los García, por decir algunos apellidos tan españoles como cubanos. Decenas de miles de pequeños negociantes en toda la isla se vieron ante el abismo. Unos se fueron y otros resistieron como mejor pudieron.
Sostiene Rivera que la Cuba de los años 1961 a 1968, es decir la que transitó entre la nacionalización de las grandes compañías y la estatalización de los pequeños y medianos negocios, era "más socialista" que la del 68 hasta hoy. Porque aquélla "no adolecía de los males que sólo aparecieron o se recrudecieron intensamente después del paso en falso que fue la Ofensiva de marzo de 1968".
Para explicar unos de esos males -por decirlo pronto y claro, el robo de mercancías del Estado- el escritor recurre a una de sus propias experiencias cotidianas. La escena trascurre en la panadería de su barrio, la cual seguramente perteneció a un señor López antes de la "Ofensiva" criticada. Muchos años después de su conversión en establecimiento del Estado, Rivera solía comprar allí el pan que él y los suyos debían consumir por varios días. El autor elegía siempre las pequeñas piezas que le vendían a tres pesos cada una, "de contextura suave, más fáciles de conservar y de mayor calidad que el habitual pan de 10 pesos que se vende en la misma cadena y al que no ponen la grasa que debe llevar".
La última vez que visitó la tienda, Rivera se encontró con que los mostradores donde hasta entonces se colocaban sus panecitos de tres pesos contenían una especie de micropanes, de casi la mitad del tamaño acostumbrado, los cuales "debían tener otro precio", pensó él. Se equivocaba. "Cuando pregunté, el panadero me informó de que esos panes también valían tres pesos". Una estafa en toda regla. Según sus cálculos y deducciones, el administrador y demás trabajadores están embolsándose el 40% de ganancias así saqueadas "al pueblo".
No es un caso excepcional sino bastante generalizado. Con bajísimos sueldos y nulos o magros incentivos, la libreta de abastecimiento, las subvenciones en los servicios básicos y la gratuidad de la sanidad y la enseñanza no bastan para que el cubano medio llegue a fin de mes. Así que, para completar los insuficientes ingresos y ayudas que el Estado les proporciona, gran parte de los trabajadores recurren a pequeños o grandes fraudes, desvíos de mercancías o simplemente al robo de mercancías. No todos lo hacen. Millones de cubanos reciben remesas de sus familiares emigrados o exiliados; otros viven decentemente gracias a los privilegios que la autoridad les concedió un día por sus méritos revolucionarios –y ahí hay de todo-; a los "estímulos" o complementos salariales que obtienen del propio Estado y de sus empresas mixtas con compañías extranjeras. Y otros se conforman con lo poco que tienen y van tirando o malviviendo, muchas veces con el inestimable apoyo de algún pariente, vecino o amigo.
La ineficiencia del sistema tiene uno de sus exponentes en las "plantillas infladas" que, en gran medida creadas a raíz de la "ofensiva" del 68, el mismísimo Raúl Castro denunció en su último discurso, cuando dijo que en la isla sobran alrededor de un millón de puestos de trabajo, sobre una población activa de cinco millones. Es otro de los puntos que Rivera toca en su artículo. Él lo atribuye a la tendencia del socialismo cubano a "poner la carreta antes de los bueyes", en este caso al apresurarse en su momento a garantizar el pleno empleo sin tener en cuenta "que muchos de los puestos de trabajo creados no tenían correspondencia en la producción o la actividad en los servicios que prestaban quienes los ocupaban".
Para desinflar las plantillas y reactivar la economía, el escritor propone recuperar las pequeñas y medianas empresas, así como el trabajo individual, fórmulas productivas que considera "imprescindibles para el socialismo cubano". Rivera apuesta por empezar creando cooperativas que sirvan de rampa de lanzamiento de esos negocios hasta que puedan sostener de forma autónoma y aportar los impuestos que el país tanto necesita.
El texto de Rivera no ha salido en el Granma. Un amigo suyo nos lo envió por si lo juzgábamos interesante. No obstante, el diario oficial cubano sí publicó, ayer mismo, la opinión de un joven universitario que, para defender las privatizaciones en algunos sectores económicos de la isla, citaba una frase de Marx: "La propiedad privada del trabajador sobre sus medios de producción es la base de la pequeña industria, y ésta una condición necesaria para el desarrollo de la producción social y de la libre individualidad del propio trabajador". El texto apareció dentro de una sección semanal de cartas últimamente plagada de pronunciamientos a favor y sobre todo en contra del rescate y creaciones de negocios al margen del Estado.
El tema es árido, pero vale la pena seguirlo. Porque puede que por ahí vengan los tiros del que tal vez sea el último intento del régimen cubano para salvarse o al menos resistir. Es probablemente lo que, junto con el problema de la corrupción y el de qué hacer para combatir a la disidencia interna, más ocupa y preocupa a los dirigentes cubanos: los del Partido y los de las fuerzas armadas, éstos últimos con un poder político que excede el que se supone a los generales de un ejército convencional.
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