Editorial: Cenizas de un opositor y de un ministro
Félix Bonne Carcassés y Carlos Fernández Gondín murieron a fines de la semana pasada, con pocas horas de diferencia, en La Habana. El primero fue profesor titular de la Universidad de La Habana durante 20 años, expulsado por sus opiniones políticas y encarcelado por "sedición y acciones en contra de la seguridad del Estado cubano". El segundo, general de división, fue ministro del Interior desde 2015. Ambos fueron incinerados.
Las honras fúnebres de Fernández Gondín se celebraron con toda ceremonia: urna expuesta en el Panteón de los Veteranos del Cementerio de Colón hasta su inhumación en el mausoleo del Segundo Frente. Las de Bonne Carcassés, en cambio, consistirían en el esparcimiento de las cenizas en el mar, en un rincón tranquilo del Malecón. Tan simple ceremonia fue prohibida por las fuerzas del ministerio que Fernández Gondín dirigiera hasta su fallecimiento, que arrestaron a los amigos y colegas que iban a rendirle un último homenaje a Bonne Carcassés.
Hay un miedo extendido entre la nomenclatura del régimen cubano que recomienda la cremación del cadáver de cada dirigente fallecido. Ese miedo hace que el régimen persiga y reprima una simple ceremonia en torno a las cenizas de un opositor. Es miedo al futuro. A la profanación de los cadáveres, miedo a terminar como cadáver.
Por eso se han producido, en simultáneo con las detenciones por el sepelio de Félix Bonne Carcassés, arrestos y registros y amenazas policiales en muchos otros puntos del país. Por eso la escalada de la represión contra los opositores. No es, como podría pensarse, producto de la tensión creada por Donald Trump, el nombramiento de cubanoamericanos en su equipo de transición y la revisión de la política de Washington hacia Cuba que ha prometido el flamante secretario Tillerson.
El aumento en la represión dentro de Cuba empezó, no hace unos pocos días, no motivado por declaraciones de Trump o su equipo, sino durante la administración de Barack Obama. Era el ministro Fernández Gondín quien la dirigía. Remitir el origen de la represión en Cuba a recientes amenazas exteriores resulta un subterfugio. El origen de la represión está muy dentro de ese régimen: en el miedo al futuro que sienten sus jerarcas, en el miedo a ser cadáver y a recibir el castigo que temen incluso después de muertos.
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