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¿Cómo sacar al policía que llevo en la cabeza?
Desde que nací, un pequeño ser conocido como “el policía imaginario” ha vivido en mi mente. Es un señor que está en todas partes, que todo lo escucha y lo sabe. Lee mis correos electrónicos, mis mensajes de texto; está atento a todas mis llamadas telefónicas y graba todo lo que hablo en casa mediante micrófonos. Mi policía imaginario me vigila cuando salgo y me sigue a todos esos lugares donde voy. Cuando camino por las calles me observa por las cámaras y me rastrea hasta que llego a mi destino. Siempre se enfurece cuando hago un comentario que políticamente le haga sentir incómodo. A mi amigo imaginario le he llamado: Alberto el policía.
Alberto a veces me habla y hasta me prohíbe cosas. El otro día no quiso que yo fuera a una reunión de opositores. Su forma de decirme las cosas curiosamente se manifiesta en mi cerebro con forma de pregunta: “¿Y si ella me ve?”, “¿Y si se enteran que soy yo?”, “¿Qué pasará si descubren lo que hago?”, “¿Por qué me meto en estas cosas?”. Alberto es como el grillo de Pinocho, pero en este caso es rojo y su función es la anti-conciencia.
A veces soy rebelde y le sigo la contraria, pero en ese tiempo que dura mi rebeldía lo tengo encendido a todo volumen repitiéndome las mismas preguntas. Incluso, él está cuando no hay nadie más a mi alrededor. En mi viaje a Europa estuve en un valle solitario, donde en varios kilómetros de radio no había un solo ser humano. Me dije: “Voy a gritar ¡Abajo Fidel!”. Quería probar el eco del lugar y además sentirme libre de chillarlo a los cuatro vientos. ¡Mira que estaba lejos! Pero Alberto no me dejó, no pude, estuve a punto de sacar las dos palabras de mi boca, pero me quedé bloqueado. Alberto también andaba por ahí escondido en uno de esos árboles esperando que yo gritara.
Ese pequeño ser inanimado que vive en nuestras mentes va creciendo a medida que conocemos mejor la realidad cubana. Nuestro método congénito para no enfadarle se resume en la autocensura. Nosotros mismos cortamos nuestras alas. Luego crece con el miedo que nos inculcan nuestros padres y conocidos: “no te metas en candela”, “no confíes en nadie”, “cuidado con fulanito que es de la seguridad”; y así nuestro apéndice maldiciente se va arraigando en nuestra razón.
¿Cómo sacar al policía que llevo en la cabeza?
Primeramente, deja que ese que nos sigue y nos controla haga su trabajo. No se lo pongas tan fácil con amigos imaginarios realizando su función. No existen tantos de ellos en la calle. Sé claro, firme y honesto. Sé libre. No se puede luchar por la libertad si uno no es libre de su propio cerebro. Olvida que tu vecino te espía, y si algún día detectas que lo hace, invítale a que se saque su policía imaginario de la cabeza también. Rompe las cadenas que censuran tus ideas, tus palabras y tus acciones. Sé precavido no obstinado. Habla de lo que quieras y de lo que entiendas porque nadie te puede obligar a no hacerlo. No creas que por dar tu criterio “alguien puede resultar herido”.
Hagamos nuestro trabajo más sencillo. Despojemos a Alberto de nuestras cabezas. Nuestros amigos se darán cuenta que hemos vencido esta enfermedad. ¡Ayúdales también a ellos a superarla! Sólo así, dentro de lo que cabe, seremos más felices y útiles. Ahora conoces a mi policía imaginario. ¿Ya identificaste al tuyo?
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