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Niños que estudiaron y se prepararon en Cuba regresan a su tierra natal ya transformados por la idiosincracia cubana
«Cubarauis», la realidad oculta del Sahara
Miles de refugiados saharauis regresan al desierto para luchar por la independencia tras años acogidos en Cuba. Dejan atrás incluso hijos
Día 08/05/2012 - 06.07h
Ayub Ali Mohamed, un refugiado saharaui acogido con una beca de estudios en Cuba, recoge sus pertenencias después de más de una década en la isla caribeña. Todo lo que se lleva le cabe en una pequeña maleta. Pero con él no van de vuelta a los campamentos de Tinduf (sur de Argelia) ni la hija que ha tenido en Cuba ni la madre de esta.
La despedida es durísima por su sencillez y su crudeza. «¿Me voy a quedar sin papá?». La pregunta de la pequeña es una puñalada que en cierta medida se encarga de responder el documental «El maestro saharaui. Océanos de exilio», de Nicolás Muñoz, que estos días se ha proyectado en el Festival Internacional de Cine del Sahara (Fisahara). Ayub es uno de sus protagonistas, uno de los integrantes de la conocida como generación «cubaraui». Casi ninguno de ellos pone los pies de nuevo en Cuba después de regresar.
Tocado con un sombrero de paja y hablando en perfecto «cubano» volvió hace un par de años a la durísima vida en la «hamada», el inhóspito pedregal del desierto argelino que acoge desde hace más de tres décadas a los refugiados que huyeron del Sahara Occidental cuando en 1975 España abandonó el territorio y lo ocupó Marruecos.
La película de Muñoz no se ha llevado ninguno de los galardones del Fisahara, lo que ha dejado mal sabor de boca a más de uno, pero seguramente haya sido la que más debates ha abierto. «Es un asunto sensible y espinoso», reconoce el realizador. Desde esa década de los setenta unos 10.000 saharauis han estudiado, aprendido una profesión y vivido en Cuba. Pero la crisis impide ahora viajes masivos como antes y hoy apenas son unos cuantos los que logran la deseada invitación.
A pesar de este intenso movimiento de población, un tupido velo cubre muchos aspectos de la estancia de la inmensa mayoría de ellos en la isla. De lo que no se habla es como si no hubiera ocurrido, piensan muchos. Por eso Ayub es un valiente, según Muñoz. Por dejar que se grabara con la cámara lo que muchos ni si quiera se atreven a comentar.
«La película no refleja bien lo duro que es irse. Mi llegada fue durísima», reconoce Salek Mohamed Lamín, de 35 años, que pasó en Cuba desde los once hasta los 28 años. Es el mayor de tres hermanos que se quedaron huérfanos pronto. «Mi tía no podía con todos nosotros y a mí me mandaron allí, sin familia, sin saber el idioma…».
Choque cultural y religioso
Basta ver el documental para hacerse una idea del enorme choque que supone sacar a un niño de unos diez años de familia musulmana de una tienda de campaña en el desierto, sin agua ni luz, montarlo en un barco ruso –como viajaban los primeros años- y asentarlo a miles de kilómetros al otro lado del Atlántico. Y en Cuba.
«A mí me encanta bailar, pero traemos de vuelta una cultura ajena, todo lo contrario a nuestras costumbres aquí. Para los saharauis lo que traemos de Cuba son irregularidades y falta de respeto», añade Sale después de ver «El maestro saharaui» junto a este enviado especial.
Algunos de los «cubarauis» con los que ha podido hablar ABC calculan que, como la hija de Ayub, podría haber entre 200 y 500 hijos de saharauis en Cuba sin que apenas se sepa de su existencia. «Creo que es exagerado. Me extrañaría que fueran más de cien», señala Muñoz sin embargo. «Si hubiese tal cantidad me hubiera costado menos encontrarlos para el documental», añade.
Ayub, como muestran las imágenes de la película, fue recibido con enorme cariño por su familia en el campamento 27 de Febrero de Tinduf. Pero su padre, muy tradicional y piadoso, no entiende que haya tenido un hijo con una cubana y menos fuera del matrimonio. «El padre no lo acepta para nada y le pide a su hijo que se olvide. Pero Ayub está tratando de volver a Cuba, sobre todo por su hija», explica Nicolás Muñoz.
Vivir bajo el qué dirán
Slaka Gasuani también tuvo un hijo en Cuba. Y allí lo dejó cuando tenía seis meses para volver a lo que la inmensa mayoría de saharauis consideran que es su obligación por encima de todo, a veces incluso de la familia, que es luchar por la independencia de su pueblo.
Muñoz conoció al hijo de Slaka durante el rodaje y llevó una carta que éste, de 18 años, escribió a su padre. La lectura de la misiva fue el empujón que necesitó el refugiado saharaui para ir a conocer a su hijo durante una veintena de días antes de retornar de nuevo al campamento Dajla, donde se ha celebrado Fisahara. El emocionante encuentro entre ambos, otra afirmación de esa realidad negada, también fue filmado por Muñoz.
La crisis ha obligado a La Habana a dar por cerrado casi definitivamente el programa de becas, pero en los campamentos es fácil encontrarse con «cubarauis». Algunos bailaban la otra noche en El Palmeral, un chiringuito al aire libre convertido en el único sitio de ocio del campamento Dajla. Son capaces de forzar su acento hasta el punto de no poder distinguir si son verdaderos cubanos. Y menos si los ves bailar bachata y merengue agarrados de las manos y las caderas de algunas de las extranjeras que acuden al festival de cine.
«Allí eres totalmente libre. Aquí vivimos siempre pendientes del qué dirán», concluye Salek Mohamed Lamín.
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