EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO
CADA VEZ QUE EL REGIMEN VEA O SIENTA EN PELIGRO SU PODER IRÁ CEDIENDO!!
NO ES POR ACTO DE HUMANIDAD, NI POR AMOR AL PRÓJIMO
SU ESENCIA TOTALITARIA NO CAMBIARÁ POR QUIEN HA VIVIDO 52 AÑOS DE ELLO.
SIGAMOS EMPUJANDO EL MURO, YA LE FALTA POCO!!
ENTRE CORRUPCIÓN Y REPRESIÓN, LA DEMOCRACIA ES LA SOLUCIÓN
Los Jeroglíficos de Raúl
He esperado algunos días a que la efervescencia mediática por las declaraciones del General Presidente sobre la política migratoria cubana bajara de tono, y la noticia abandonara los titulares. He preferido husmear en las reacciones, leer entre líneas, preguntar, preguntarme, antes de elaborar el merecido artículo en torno a tan sensible y medular tema. La política migratoria cubana no es un punto más. Es, a mi juicio, una de las piedras angulares de lo indefendible, un rezago de la más cavernícola cerrazón que ha padecido la Isla en su último medio siglo, por lo cual todo lo que bordee el tema, lo que lo enfrente, se convierte en material de primerísimo interés para los cubanos de cualquier orilla.
Por eso saber a Raúl Castro inmerso en revisiones sobre cómo entran o salen los cubanos de su país; escucharlo afirmar que serán modificadas ciertas prácticas que perduraron innecesariamente en el tiempo; y sospecharlo preparando el terreno para el regreso de “otros” exiliados, me pareció -y hoy, a la distancia de algunos días aún me parece- una de las más importantes noticias que han salido de Cuba en mucho tiempo. Y no soy demasiado dado a los hurras presurosos.
¿Por qué me parece trascendente este anuncio? En primer lugar, porque no imagino qué otra actualización podría inyectársele a la política migratoria cubana para hacerla más viable, más factible, como no sea eliminar la jurásica tarjeta blanca que tanto coste político le ha traído a Cuba en estas décadas.
Y en segundo lugar, porque toda vez que hoy los “simples emigrados económicos” pueden regresar a Cuba cada vez que lo deseen, la afirmación del General Presidente de que casi todos preservan su amor por la familia y por la Patria, solo me conduce a un destino: eliminar la prohibición que pesa sobre cientos de miles de exiliados, que sea porque escaparon en una balsa, o porque no simpatizan políticamente con el régimen, han sido despojados del derecho a visitar a los suyos.
Y si esto por fin ocurre, si agónica y temblorosamente, pero se eliminan muchas de estas injustificables trabas para la entrada y la salida, creo que el gobierno de la Isla plantea un nuevo escenario digno de atención, al menos por parte de los críticos honestos. Descuento de antemano a quienes en ambos lados engrosan sus bolsillos con el conflicto; a quienes hacen jugosa política con el distanciamiento; y a quienes el odio les llena de pústulas el cerebro y les impide mirar los hechos con un prisma justo.
Aunque a paso de galapágo centenario, ¿se ha movido o no se ha movido el país en los últimos cinco años, los cinco años de mandato del hermano menor? Creo que no exagero si digo que el triple de lo permitido por el primogénito.
Para mí, vaporizar prohibiciones que jamás debieron existir como las referentes a celulares, DVDs, entrada de nacionales a los hoteles; empecinarse en descentralizar la economía, (con más traspiés que aciertos, con más temblores que pasos firmes, pero abrazando al menos una filosofía anti-estatismo); aceptar pública y notoriamente que el enemigo número uno del país no es “el Imperio ni su bloqueo”, sino la corrupción, la ineficiencia, y las ilegalidades enquistadas a la sociedad; y sobre todo: vaciar las cárceles de un número considerable de presos políticos que, después lo comprobamos, no fueron en verdad desterrados (quienes exigieron permanecer en su país allí están); son para mí pruebas razonables de que Cuba se mueve. De que el piso cambia, cobra nuevos matices, nace una perspectiva inexistente hasta hace muy poco, y que gústenos o no, decidan algunos obviarla o no, está llegando de la mano pragmática del hermano menor.
Si entonces aparece un nuevo horizonte migratorio, creo que la mesa está servida para preguntarnos: ¿está poniendo Raúl Castro la bola de este lado de la red? ¿Estamos ante un panorama aprovechable, necesario, útil, o es preciso desentenderse de él como se hace con los espejismos engañosos?
Personalmente no creo que tras estas reformas exista una voluntad demasiado altruista. Un país desangrado por el hambre, por las restricciones, por prácticas impositivas, por la asfixia burocrática, no es obra de la casualidad o del embargo: es el resultado de una pésima administración que ya pasa de las cinco décadas. Y Raúl lo sabe. Sabe, además, que si de alguna manera se pretende contener, retrasar o evitar el colapso estruendoso de un modelo implantado a sangre y fuego, es preciso engrasar el mecanismo. Des-ideologizar el funcionamiento de un país donde hasta los orgasmos debían tener espasmos socialistas.
Alejado de las epopeyas idílicas de Fidel Castro; poseedor de un consabido pragmatismo, y quizás más dado a la eficiencia que el caudillo que, en lugar de dedicar sus horas a pensar un país más habitable, las empleaba en discursos Premios Guinness, Raúl Castro ha empezado a soltar el lastre.
Y por esto, siguiendo esta misma lógica, es que me parece que la desaparición del cínico y siniestro Permiso de Salida, junto a la posibilidad de que regresen muchos de los que hasta ahora no lo podían hacer, son más que razonables: son medidas inminentes.
¿Perderá la maltrecha economía cubana la entrada de 150 CUC por cada tarjeta blanca? Antes, formulemos otra pregunta: ¿por qué se “quedan” los cubanos en otros países? Simple: porque la complejidad para viajar desde Cuba es tal, que nunca se sabe si podrá repetirse. Con cada cubano que trabaja algunos meses en Holanda, Chile o Ecuador, y no regresa a la Isla, la economía nacional pierde importantes entradas de capital exterior. Pero estoy seguro: un inmenso por ciento de los emigrantes definitivos volverían a su país, si pudieran viajar desde él cuando y cuanto quisieran. La entrada económica que se recibiría por este concepto, pulverizaría los reducidos 150 pesos convertibles de la tarjeta blanca.
No, este no es el discurso tradicional. De la mano de necesidades imperiosas, espoleado por la subsistencia del modelo, por demasiadas causas distantes del aliento en verdad democrático, pero lo cierto es que Raúl Castro está hablando un idioma que, si lo despojamos de su mala dicción y sus tonos militares, nos impulsa directo a un razonamiento: es momento de fusión de ideas, no de desidias. Es momento de Santo Tomás, no de Aristóteles o San Agustín. Son tiempos de Martí, no de Díaz-Balart.
Por eso creo que vale la pena aguzarnos el olfato, sacudirnos el oído, si de verdad queremos empujar el muro, apurarle el fin a una historia que ha costado demasiadas lágrimas, sangre, rencores, y que si miramos bien, podría estar a punto de naufragar.
No es la primera vez que intuyo, tras las reformas raulistas, un interés relativamente certero de devolverle al país fragmentos de una libertad escamoteada, lo mismo en su economía que en su idiosincrasia. Pero sí es la primera vez que sospecho que tras los jeroglíficos con que Raúl escribe su historia a toda prisa, podremos descifrar mejores augurios para un futuro con demasiada tendencia al presente.
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