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miércoles, 17 de agosto de 2011

El Triunfo de Cristina y la Esperanza de los argentinos

En el presente análisis faltó el enfoque internacional y las buenas
relaciones entre la mandataria y Hugo Chavez, lo cual genera muchas
expectativas de progreso, seguridad y bienestar en la población
suramericana.
N.E

ompartir

Misterios electorales a la luz del Yin y el Yang

Jorge Raventos

Miércoles, 17 de agosto de 2011


Los argentinos quieren una democracia fuerte (votan masivamente hasta
en una encuesta a cielo abierto como las primarias) pero  no
encuentran consistencia en los partidos: el oficialismo es,
básicamente, el partido del gobierno nacional; los otros,  carecen de
vida, son pobres de conceptos, giran alrededor de personalidades
fuertes o, en el mejor de los casos, son expresión de gobiernos
provinciales.


El sábado 13, uno de los encuestadores serios que el  oficialismo
consulta (para  enterarse de la realidad que otros encuestadores
suelen dibujar), adelantó que la señora de Kirchner podía alcanzar los
50 puntos en las primarias del domingo 14. Leído el lunes 15 ese
estudio parece visionario, pero el  sábado, cuando el entorno de la
candidata lo examinó, algunos de los miembros de ese círculo estimaron
que se encontraban ante "una exageración",  "un delirio", incluso.

Ni los propagandistas más febriles de la tesis de que "Cristina ya
ganó" que venía esgrimiendo el oficialismo imaginaban la oleada de
votos  sobre la que surfeó la señora de Kirchner por todo el
territorio nacional (con excepción de la San Luis de los Rodríguez
Saa). El domingo, ya cerrado el comicio, los medios oficialistas sólo
se atrevían a hablar de "un porcentaje superior a los 40 puntos".

Más allá de las prevenciones que el gremio de los encuestadores ha
suscitado, por sus debacles, en todos sus clientes, aquel escepticismo
tenía su justificación. No parecía plausible pronosticar aquel
porcentaje (y mucho menos la cifra absoluta de sufragios que alcanzó
la señora de Kirchner: más de 10 millones) a la luz de antecedentes
cercanos: el voto del campo y del peronismo en Santa Fe y Córdoba
había castigado a la política y los candidatos del oficialismo
nacional.

Además, hasta que se empezaron a contar los votos, después de las seis
de la tarde del  domingo, en el gobierno temían que durante la jornada
se hubiera materializado la revancha de los jefes territoriales del
conurbano bonaerense. Se maliciaba una "traición de los barones". Que
no ocurrió: basta observar las cifras que la Presidente obtuvo en los
partidos del Gran Buenos Aires y compararla con  los votos que
cosecharon los intendentes peronistas a nivel local para verificar
que, salvo excepciones, coinciden. El fantasma del corte de boleta
para vengar las ofensas recibidas en la confección de listas no se
produjo.

El otro fantasma –el voto del campo- tampoco se hizo presente, No en
la provincia de Buenos Aires: en Carmen de Areco, Chacabuco,
Chivolcoy, González Chávez la señora de Kirchner superó con holgura
el 50 por ciento de los votos y , nunca con menos de 40, ganó en todos
los pueblos agropecuarios de la provincia.

Pero también triunfó en los  pueblos santafesinos y cordobeses (en
rigor: en casi todos) que  una o tres semanas atrás castigaron a sus
candidatos y votaron por  hombres y mujeres que rechazan su política
(y específicamente su actitud hacia el campo desde el año 2008).

¿Cómo explicar esa aparente contradicción?  Haría falta acudir a ese
principio básico de la filosofía taoista que explica la convivencia y
complementación de los contrarios, la unidad del yin y el yang ("Todo
tiene dentro de sí ambos, yin y yang y de su ascenso y descenso
alternados nace la nueva vida").

Lo cierto es que, en un estudio de opinión pública de hace un mes, una
empresa muy sería descubría que el 70 por ciento de los entrevistados
expresaba su acuerdo con la idea de que "se necesita un gobierno
nacional fuerte, que resista presiones" y una cifra idéntica afirmaba
que "se necesita una oposición fuerte que no se deje llevar por
delante por el gobierno nacional".

Esa combinación de respuestas también parecía contradictoria, salvo
que uno las interpretara así: los entrevistados estaban señalando la
necesidad de tener –simultáneamente- un gobierno nacional y una
oposición fuertes. Es decir, aspiraban a un sistema político fuerte.

No estaría mal  recordar que los argentinos aún llevan en sus retinas
la memoria de la crisis del 2001, cuando el país orilló la anarquía y
los partidos políticos volaron por los aires.

Lo que hoy está a la vista es que los partidos políticos no se han
reconstituido. Los argentinos quieren una democracia fuerte (votan
masivamente hasta en una encuesta a cielo abierto como las primarias)
pero  no encuentran consistencia en los partidos: el oficialismo es,
básicamente, el partido del gobierno nacional; los otros,  carecen de
vida, son pobres de conceptos, giran alrededor de personalidades
fuertes o, en el mejor de los casos, son expresión de gobiernos
provinciales.

Si es posible encontrar una opción fuerte del lado del gobierno
nacional, el arco partidario opositor defraudó a la sociedad por su
impotencia para  expresar fuerza, para balancear el sistema y
controlarlo: había yin, pero no había yang.

El eje  ejecutivo-gobierno / oposición legislativa-control  perdió
relevancia. La adquirió, en cambio, el eje poder central
unitario-poder federalista-provincias. En verdad, ese eje ya adquirió
actualidad  en 2008, cuando el a la luz del conflicto del campo el
federalismo fue la bandera frente a la concentración de recursos en la
caja central.

Miradas desde esa perspectiva (y con la ayuda del yin-yang), las
contradicciones entre los comicios de distrito y la elecciones
primaria encuentra una lectura diferente: las sociedades que este
domingo votaron a Cristina Kirchner expresaron su deseo de un
Ejecutivo fuerte, que pueda garantizar gobernabilidad. Las mismas
sociedades respaldaron gobiernos provinciales fuertes y autónomos,
observaron en ellos el poder capaz de balancear a un poder central que
puede tentarse (ya lo ha hecho) con un desborde que asfixie las
producciones y lógicas locales.
Si esta fuera una interpretación cercana a la realidad, lo que se
espera de unos y otros es la convivencia y la construcción de un poder
en el que los dos principios (el poder y el control, el gobierno y la
participación) se potencien y complementen. Que haya gobernabilidad y
equilibrio.

El poder federalista se expresa hoy de un modo plural: hay
gobernadores (y los habrá en mayor cantidad cuando termine el proceso
electoral de las provincias) de diferentes signos partidarios
(peronistas, socialistas, provincialistas, radicales, Pro). El sistema
de partidos necesita renovación (es de esperar que ocurra, tras el
golpe sufrido por la mayoría de las fuerzas opositoras, donde el
sector de Binner y el Partido Obrero de Altamira aparecen hoy como
módicas excepciones).

Entretanto,  la sociedad parece derivar a los poderes territoriales la
tarea de fortalecer la República y controlar al centralismo, mientras
con su voto a CFK subraya la necesidad de un poder que gobierne.
Quizás, entre otros mensajes, la elección  primaria del 14 dejó este.
Hay que leerlos todos con mucha atención.

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