EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO
EL 5TO PODER MANIFESTADO A TRAVÉS DE WIKILEAKS. EL TEMOR DE LOS GOBIERNOS CON LAS REDES SOCIALES.
Los Secretos Peor Guardados del Mundo
7 Dic
El australiano Julian Assange lo ha conseguido: su portal Wikileaks es el titular estrella del momento. No creo que la historia de la política recoja otro incidente de naturaleza más exótica y hollywoodense, y donde a partir de revelaciones en torno a la diplomacia de un gobierno en específico, tantas naciones se entremezclen en una madeja que comienza a parecerse ya demasiado a un comadreo de traspatio.
Assange, que acaba de ser detenido en Londres y enfrentará próximamente unos oportunos y sospechosos cargos de abuso sexual y acoso en Suecia, ha relegado a Osama Bin-Laden al banco de suplentes en planos de enemistad con los gringos: se ha convertido en el enemigo público número uno, desde que un buen día anunciara que tenía bajo su manga 250 mil documentos de Estado. Y sobre todo: desde que despejara todas las dudas, y nos confirmara que no bromeaba.
Ahora que su portal le facilita a disímiles medios impresos documentación clasificada sobre las relaciones de Estados Unidos con el mundo, y que le ha movido a Hillary Clinton –y al parecer seguirá moviendo- el tablero de las relaciones exteriores, diversos aspectos resultan de un interés particular para sopesar el “caso Wikileaks” en su magnitud exacta.
Reacción internacional: a excepción de un puñado de gobiernos desaforados u oportunistas –de entre los cuales me gustaría excluir al de mi país, pero no puedo- que han recibido la noticia como kriptonita para su anti-americanismo voraz, la inmensa mayoría de las naciones han desaprobado la filtración de estos documentos, de forma más o menos pública, más o menos solapada.
No se trata, sin embargo, de una epidemia de moralidad. Las causas de este rechazo generalizado apuntan, más bien, al sentido común de los políticos: como ha dicho recientemente el ex embajador de México en Estados Unidos, Jorge Montaño, nada de extraordinario tiene el tono en que los diplomáticos estadounidenses se comunican con sus superiores sobre cualquier tema de interés “estratégico”. Cosas más duras, en lenguajes más directos, se manejan entre políticos de cualquier nación con una naturalidad doméstica. Y aquí, el que esté libre de pecado que lance la primera piedra: que nos muestre sus archivos.
La única diferencia entre la diplomacia americana actual, y la de todos nuestros restantes países, es que Julian Assange escogió como víctima a la nación más poderosa del mundo, y los trapos sucios de nuestros gobiernos –al menos de momento- siguen a la sombra. Elección esta, por cierto, más que razonable: no creo que ningún periódico del mundo habría dedicado su primera plana a filtraciones sobre la política exterior de Guinea Ecuatorial.
Dicho sea de paso, los cubanos atesoramos una wikiliada estupenda, precursora de esta recién estrenada: un par de años antes de abandonar –oficialmente- la presidencia de la república, nuestro ex mandatario Fidel Castro publicó de forma íntegra la conversación telefónica que sostuvo con el mexicano Vicente Fox donde aquel le conminaba, “diplomáticamente”, a abandonar su país para no provocar un incidente embarazoso cuando arribara George W. Bush a la Cumbre de las Américas. El Comandante fue, también esta vez, un iluminado precursor: el primer wikilista de la Historia.
Otro aspecto interesante en el caso de marras es el siguiente: desde el punto de vista de la libertad de expresión, ¿es respetable o censurable el hecho de ventilar informaciones de interés gubernamental?
Según el Presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa, Gonzalo Marroquín, consultado por CNN al respecto, es perfectamente respetable que un individuo, ejerciendo su derecho a la libre expresión –garantizada incluso por la Primera Enmienda americana- publique documentos de interés público que tiene en su poder. Sin embargo Marroquín debió reconocer que la investigación tiene que centrarse en determinar si Julian Assange, al acceder a esos informes, estaba violando alguna disposición legal tipificada y reconocida, y en ese caso pasaría a formar parte de un análisis jurídico, no periodístico.
Seamos claros: desde luego que no hay manera de apoderarse de 250 mil documentos de Estado sin incurrir en violaciones legales, a menos que exista un Departamento de Copias y Reproducciones de Documentos Diplomáticos, al cual se pueda llegar con una flash memory y decir: “Por favor…” Estas revelaciones de Julian Assange constituyen un desmán personal cuyas motivaciones aún desconocemos (¿lo revelará también el australiano alguna vez: cuáles son en verdad sus intenciones?), y que no puede ser mirado con aprobación, aunque sí con divertimento, por ciudadanos cívicos y conscientes.
Pero desde el punto de vista de los derechos universales que se respetan en las democracias, Wikileaks sí debería poder publicar estos expedientes sin recibir censura por ello, y sin que el server que sustenta al portal, según se gestiona en las altas esferas estadounidenses, sea puesto fuera de combate sólo porque alguien no quiere que determinados asuntos se sepan.
Por su parte y desde otra óptica, el gobierno americano ya va acumulando tantas lecciones de las que sacar enseñanza, que no le veo diferencia con un irresponsable chiquillo del kindergarten: debió “aprender” de los errores en materia de seguridad en lo relacionado a las Torres Gemelas; debió aprender del incidente protagonizado por una pareja de ciudadanos que se coló en la Casa Blanca y se tomó fotos con el Presidente Obama, dejando en ridículo a la seguridad presidencial; y ahora, debe aprender a guardar mejor sus secretos si no quiere que sean titulares mediáticos. La seguridad es hoy en Estados Unidos, de muchas maneras, una palabra con arterioesclerosis.
Sin embargo, hay que reconocer que dejando de lado la seriedad política, y dejando de lado también la expectación rufianesca de ver con qué nos sorprenderá pronto el Oráculo Wikileaks, un saldo positivo deja este escándalo inusitado: No sólo el Big Brother vigila a los ciudadanos. También los ciudadanos han aprendido a vigilar al poder.
Quién sabe si después de todo, estas mediáticas revelaciones generen entre los gobiernos del mundo un insospechado efecto secundario que, aunque molesto para los políticos, sería muy aplaudido por nosotros los ciudadanos: la obligación de jugar cada vez más limpio, cada vez más honesta y respetuosamente, por si acaso la costumbre Wikileaks se extiende por el mundo como otra plaga más.
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