Haití: el infierno de este mundo (IV)
Leticia Martínez Hernández Fotos: Juvenal Balán (Enviados especiales)
Y mientras nosotros corríamos, en la Plaza de Marzo, Jeoncajó Magda alzaba sus manos al cielo y ponía sus rodillas en tierra. Pedir a Dios que la salvara de este nuevo temblor era lo único que le quedaba.
Así, con las manos alzadas y clamando, la encontramos horas después frente a las sábanas que conformaban el quimbo que habitaba desde la noche del martes 12. El día del terremoto había perdido a tres de sus hijos, y luego de la réplica de ayer daba gracias por continuar viva.
Lo mismo hizo la pequeña Joanny Susel, despierta desde las cuatro de la madrugada en la plaza, llena hoy de miles de personas sin casas. Dice que sintió cómo todo se sacudía esta mañana y clamó entonces a Jesús. Cuenta la pequeña que desde hace días se baña en la calle y cuando su mamá va a buscar comida, ella y sus hermanos la siguen por todo Puerto Príncipe.
El día del terremoto Joanny estaba en la escuela, cursaba el cuarto grado, y su mamá la fue a buscar más temprano. Salió con vida del colegio, pero sus compañeros de clases no tuvieron la misma suerte. Con una inocencia que duele, esta niña dice que su ciudad está llena de muertos y que nadie ha venido a ayudarlos.
Pero Joanny es solo uno de los miles de niños que sufren en Haití, el infierno de este mundo. Entre ellos estuve hoy, y mi corazón se estremeció cuando varios me rodearon para decir que tenían hambre. En el bolsillo llevaba dos caramelos, pero ellos pasaban de cinco. Esto ha sido lo más triste que hasta hoy he vivido aquí.
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