Por: Iván García Quintero
Fingiendo no darle demasiada importancia, en el otoño de 2002, el autócrata Fidel Castro envió un mensaje de ida y vuelta a periodistas libres y opositores en un acto efectuado en un teatro habanero. Refiriéndose a la disidencia dijo: "No vamos a matar cucarachas a cañonazos".
Progresivamente, la escalada del miedo llegó hasta la sala de nuestros hogares. Una noche cualquiera, con una mirada agresiva y pasándose los dedos por la comisura de su boca, Castro leyó ante las cámaras de la televisión, los nombres de decenas de activistas de derechos humanos y periodistas independientes, a quienes 'acusaba' de haber asistido a una recepción en casa del embajador de la entonces Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana.
Fueron años duros. De acoso persistente de la Seguridad del Estado, que con el poder ilimitado otorgado por el régimen, detenía, abría expedientes, efectuaba registros en domicilios, organizaba actos de repudio y ocupaba dinero o una simple máquina de escribir a disidentes y periodistas alternativos.
En febrero de 1999, el monocorde parlamento, entonces presidido por Ricardo Alarcón, aprobaba la Ley 88 de Protección de la Independencia Nacional y la Economía de Cuba, más conocida como Ley Mordaza, la cual en su Artículo I expone:
"Esta Ley tiene como finalidad tipificar y sancionar aquellos hechos dirigidos a apoyar, facilitar, o colaborar con los objetivos de la Ley Helms-Burton, el bloqueo y la guerra económica contra nuestro pueblo, encaminados a quebrantar el orden interno, desestabilizar el país y liquidar al Estado Socialista y la independencia de Cuba".
Su contenido contempla sanciones de 20 años o más a periodistas independientes e incluso la pena de muerte. Aún está vigente. Ese fárrago jurídico fue el instrumento utilizado para condenar a 75 disidentes a muchos años de cárcel durante la fatídica Primavera Negra en 2003.
La guerra de Irak, iniciada el 18 de marzo de 2003, serviría como comodín perfecto para desviar de Cuba la atención mediática internacional hacia Cuba, pensaron Castro y la Seguridad del Estado. Pero se equivocaron. No sucedió.
La Unión Europea, Estados Unidos, gobiernos democráticos de distintos continentes, organismos que velan por el cumplimiento de los derechos Humanos y la libertad de expresión e intelectuales destacados alzaron su voz.
El Premio Nobel de Literatura y partidario del régimen, el portugués José Saramago, escribió una nota titulada Hasta aquí he llegado, donde condenaba la ola represiva y el fusilamientos de tres jóvenes negros que habían intentado secuestrar una lancha de pasajeros para huir a los Estados Unidos.
Con la llegada al poder de Raúl Castro, elegido a dedo por su hermano Fidel tras un enfermedad que lo apartó del gobierno, la autocracia verde olivo cambió de estrategia.
En el verano de 2010 liberó a los presos de conciencia de la Primavera Negra y gradualmente introdujo leves reformas económicas, que le permitieron al régimen inhalar una cuota importante de oxígeno político.
Ese oxígeno político le permitió a Castro II orquestar una bien planificada campaña internacional en pro de levantar el embargo económico y financiero de Estados Unidos y derogar la Posición Común de la UE.
El colofón fue el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos, tras año y medio de negociaciones secretas, el 17 de diciembre de 2014. Cuba comenzó a ser titular de prensa y pasarela de extranjeros famosos.
Algunos cubanos pensaron que se iniciaba un ciclo histórico que culminaría con reformas políticas y una apertura democrática. Pero en pocos meses se pasó de las expectativas exageradas al peor de los pesimismos.
Creció el flujo de inmigrantes y ahora mismo existe un retroceso en las reformas económicas. La creación de nuevas cooperativas no agropecuarias está detenida. A principios de 2016, medios locales de prensa iniciaron una campaña satanizando a los intermediarios y carretilleros, culpándolos de los elevados precios de los productos agrícolas.
Pero el parteaguas que originó la reaparición de los dinosaurios, talibanes y conservadores en la política criolla, fue el discurso de Barack Obama en el Gran Teatro de La Habana, el lunes 20 de marzo.
El pistoletazo de arrancada a la retranca política la inició Fidel Castro, con una impresentable nota en el periódico del partido comunista. Luego se sumaron decenas de análisis de ventrílocuos y amanuenses que escriben por encargo.
La actual etapa de austeridad, provocada por la crisis política, económica y social de Venezuela, es la causante del nuevo agujero que los cubanos debemos abrir en nuestros cinturones. Otro más.
Fuentes de instituciones estatales, dignas de todo crédito, señalan que para los meses de septiembre, octubre y noviembre se espera aplicar otros paquetes de recortes en el sector estatal que perjudicarán a la ciudadanía.
Ante esa disyuntiva, el gobierno busca controlar los daños. Cualquier vestigio de pensamiento libre fuera del marco oficial es considerado cuando menos sospechoso.
El 'enemigo' puede ser cualquiera: taxistas privados, periodistas oficiales que escriben en medios foráneos o alternativos y, por supuesto, la disidencia. Da igual.
Paulatinamente se ha reforzado el acoso contra los opositores al regreso de sus viajes del extranjero y se mantienen las brutales golpizas a las Damas de Blanco.
Desde el pasado 24 de agosto, la prensa oficial comenzó a acusar de subversiva una conferencia sobre la libertad en el uso de internet que el 12 y 13 de septiembre se celebrará en Miami, patrocinada por la Oficina de Transmisiones a Cuba, encargada de supervisar Radio y Televisión Martí.
El evento parece ser un pretexto ideal para desengrasar la maquinaria represiva contra la disidencia y el periodismo independiente y utilizarlo como cortina de humo ante el sombrío panorama que se avizora en Cuba.
Por sus actos sinuosos, ambición de poder y escasa predisposición a cumplir con las reglas democráticas, la comunidad internacional debiera tomar nota sobre las recientes directrices de política interna y exterior del castrismo.
¿Puede una crisis económica de envergadura contribuir a aumentar la represión contra disidentes y periodistas que escriben por su cuenta? Desde luego que sí. El delicado estado de cosas en la Isla siempre será una lija de fósforo que al menor roce puede incendiarse.
Al régimen también le preocupa, y mucho, que la oposición pueda tener puentes con los emprendedores privados y la gente de a pie. Si en algo son eficientes los sistemas totalitarios es en el arte de reprimir y prevenir conflictos sociales.
No por gusto llevan casi seis décadas gobernando.
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