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sábado, 13 de febrero de 2016

Darsi Ferret. Hablando de Dictaduras Caducadas, añejadas y la que viene naciendo en #Venezuela

Los Castro no son birmanos. Maduro no es cubano, sí colombiano  

Dr. Darsi Ferret
Miami, Florida. 13 de febrero de 2016.

El precedente de las aperturas económicas del modelo chino y vietnamita mantiene eclipsado el auto-desmonte de la sangrienta Junta Militar de Myanmar, hecho increíble que se menciona poco en los medios informativos y pasa desapercibido como referencia. Estos uniformados mandamases usurparon el poder por más de medio siglo, y en 2011 decidieron entrar en un proceso de negociación que los llevó a dar un paso al lado, entregar las riendas del poder a un gobierno civil, y conservar amplios privilegios y prerrogativas que manejan desde los espacios de sus instituciones castrenses. La Junta Militar de La Habana tiene similitudes con la birmana pero también notables diferencias.
La etapa de Myanmar bajo el estricto control de los militares se caracterizó por el sometimiento de la población mediante férreos mecanismos represivos y de control social. La carencia de libertades y derechos individuales, la corrupción galopante y el aislamiento internacional condujeron a un progresivo retraso en el desarrollo y a la multiplicación de la miseria, a pesar de los abundantes recursos naturales del país. También esas pésimas condiciones sirvieron de desencadenantes del descontento popular y de masivas manifestaciones en reclamos de mejoras.
Aún se recuerda la mano de hierro que aplicó la Junta Militar para responder a las protestas antigubernamentales de cientos de miles de birmanos, que en 2007 fueron encabezadas por monjes budistas, jóvenes estudiantes y otros opositores al régimen. La conocida como Revolución Azafrán dejó un saldo de miles de muertos, encarcelados políticos y agresiones a los manifestantes. Anteriormente, en 1988, había estallado otra rebelión masiva, que se dio a conocer como Levantamiento 8888, y la dictadura militar la aplastó aplicando una brutal represión.
La historia de vejámenes padecidos por la reconocida opositora y Premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, representa otro testimonio del carácter despiadado del gobierno militar birmano. Esta luchadora pacífica, al frente de su organización "Liga Nacional para la Democracia", ganó las elecciones amañadas que los gobernantes militares se atrevieron a organizar en 1990 y luego desconocieron los inesperados resultados. Además, la obligaron a permanecer por más de 20 años en condición de presa domiciliaria, en ocasiones custodiada frente a su casa hasta con tanques de guerra.
Todo cambió en 2011, cuando de repente los recalcitrantes militares comenzaron a tomar medidas como la puesta en libertad de Aung San Suu Kyi, quien fue llamada posteriormente para sostener encuentros privados con algunos representantes de la Junta. También los uniformados sostuvieron negociaciones tras bambalinas con las autoridades de EEUU, que facilitaron la visita oficial a la nación asiática de la Secretaría de Estado en funciones, Hillary Clinton. Y hubo otras acciones como la excarcelación de presos políticos, autorización del retorno de los exiliados, mejoras en la libertad de prensa y hasta elecciones parlamentarias con participación de las fuerzas opositoras disputando algunos curules. Envueltos en esa deriva de reformas, el pasado noviembre se celebraron elecciones parlamentarias y el partido de la Liga Nacional de Suu Kyi logró una victoria aplastante ganando más de dos tercios de los escaños en el Parlamento que se necesitan para elegir presidente.
¿Cuáles fueron las razones de esta asombrosa transformación de la élite militar gobernante? Una clara motivación lo constituyó el temor al contagio con la onda expansiva de rebeliones y protestas populares que desató la Primavera Árabe iniciada en 2010, con sus réplicas en Medio Oriente, partes de África y de Asia. También la necesidad imperiosa de conseguir financiamiento e inversión extranjera para paliar la grave crisis interna. Y, sobre todo, el estímulo de la garantía de amnistía para todos sus crímenes y delitos, exigida como condición en la mesa de negociaciones.
Como queda explícito, hay semejanzas entre la Junta Militar Birmana y la de Cuba, consistentes en que ambas han gobernado de modo dictatorial, sustentado el control del poder durante décadas mediante la implementación del terror y causaron sufrimientos y retrocesos al desarrollo de sus pueblos. De igual manera, las diferencias son marcadas. El alto mando militar birmano proviene de una tradición castrense, y se distinguen por su nivel cultural y profesional resultado de la formación en academias. De hecho, aunque tuvieron cierta influencia y vinculación con algunas naciones como China, durante el periodo en que gobernaron el país mantuvieron un elevado nivel de independencia nacional, y poca participación tomando parte en los asuntos internacionales.
El alto mando militar cubano, comenzando por los hermanos Fidel y Raúl Castro, junto con los comandantes Guillermo García Frías, Ramiro Valdés Menéndez, el fallecido Juan Almeida Bosque, y demás panda de esa cúpula opresiva, nunca superaron las barreras de llegar a ser otra cosa que unos matones de barrio, atracadores y delincuentes de baja categoría. Ninguno es o fue militar de carrera. Jamás estudiaron en academias militares. Y la cultura y tradiciones que arrastran es la mafiosa, gansteril y con doctorados en manipulación, traición y el engaño. Estas son las cualidades responsables de que la Junta Militar incrustada en el poder en Cuba desde hace más de medio siglo, nunca tendrá la capacidad política, cultural, intelectual o estratégica de fabricarse una salida al estilo de los uniformados birmanos. Ni siquiera cuentan con el talento de llegar a implementar en la isla medidas de aperturas al estilo chino o vietnamita, aunque algunos cubanólogos no se aburren de colgarles un supuesto pragmatismo reformista de última hora. Es pura falacia.



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