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Limpiar la sangre de La Cabaña
Ni un millón de Ferias del Libro limpiarán la sangre de los fusilados en las paredes de la vieja fortaleza de La Habana
LA HABANA, Cuba -Hace días terminó en la Fortaleza de La Cabaña la
XXIV Feria Internacional del Libro, donde fueron fusilados cientos de
cubanos a partir de 1959. El lugar menos idóneo para comerciar libros,
de difícil acceso, donde hay que caminar un kilómetro para entrar a él y
con una terrible historia de muerte.
En cambio, por los años cincuenta del siglo pasado, las Ferias del
Libro se celebraban a lo largo del Paseo del Prado. Eran verdaderas
Ferias del Libro, en las que participaban todas las editoriales del
país, las librerías particulares y cualquier ciudadano que quisiera
vender sus propios libros. Allí compré Mi vida, de Adolfo Hitler y La
nueva clase, de Milován Djilas.
Son muchos los ex presos políticos que han escrito sobre lo que
ocurrió en La Cabaña, cuando era prisión particular de Fidel Castro. Sus
libros están prohibidos en Cuba, prueba irrefutable de cómo el régimen
viola la libertad de expresión. En las ferias sólo se venden los títulos
que el régimen aprueba.
Ni siquiera los más renombrados y traducidos a numerosos idiomas:
Contra toda esperanza, de Armando Valladares, Veinte años y cuarenta
días, de Jorge Valls, Rehenes de Castro, de Ernesto Díaz Rodríguez y
Cómo llegó la noche, de Huber Matos, se han vendido en ninguna de las
veinticuatro ferias organizadas por la dictadura castrista.
Sus autores, fundamentales para conocer la verdadera génesis de la
tiranía castrista, narran cómo fue que pudieron sobrevivir en los
calabozos subterráneos de La Cabaña.
El poeta Jorge Valls estuvo preso allí a partir de 1964. Todos
dormían amontonados en el piso, sobre trozos de cartón, cerca de un
túnel horadado en el grueso muro, con mucha humedad. La entrada estaba
cerrada con una gruesa puerta de acero. La misma noche que llegó
fusilaron a su mejor amigo.
¨La prisión –escribió- es el único territorio libre de Cuba, donde ya
no podías temerle al arresto policial. Podían ejecutarte, pero
estábamos acostumbrados a la idea de la muerte¨.
Huber Matos llegó a La Cabaña el 29 de mayo de 1966, junto a 160
presos plantados. ¨Nos hacen requisa con violencia -escribe-, nos
despojan de las fotos familiares, las rompen, las tiran al suelo, las
pisotean. Duele más que los golpes físicos¨.
El Comandante Matos sobrevive en una celda de castigo construida en
los tiempos coloniales, un hueco oscuro sin cama, sucio, lleno de
ratones y cucarachas. Cuando suena el cañonazo, duerme en el piso, los
zapatos de almohada. Pierde la cuenta de los días que lleva sin bañarse.
Eran miles de presos plantados en todo el país. Pero el pueblo no
tenía cómo saberlo. Los medios de prensa eran propiedad estatal y la
prensa extranjera dejó de venderse en los estanquillos del país en 1959.
Ernesto Díaz Rodríguez todo lo cuenta en detalles: las golpizas, el
hambre, los fusilamientos, el hacinamiento de La Cabaña, donde cada
galera albergaba un promedio 280 ó 300 prisioneros, todos sin ropa,
cuando su capacidad era apenas de 60. La población penal era de 3 mil
500 presos políticos durante la primera mitad de la década del sesenta.
Muchos estaban enfermos, o eran ancianos del Ejército de Batista que
cumplían condenadas de 20 y 30 años.
Allí, ¨se fusilaba a todo el que se opusiera a la Revolución¨, como respondió en 1961 el Che Guevara a periodistas de la ONU.
El 26 de julio de 1972, visité, con mi hijo que entonces tenía diez
años de edad, a los presos plantados de La Cabaña. El quería ver a su
padre, Guillermo Rivas Porta, condenado a 30 años por razones aún no
aclaradas, quien cumplió 22 en prisión y murió en el exilio en 1999.
El recuerdo de aquel lugar es demasiado doloroso para mí. Nunca pude
borrar de mi mente aquel espectáculo tan desgarrador. Ese día descubrí,
sin duda alguna, la verdadera naturaleza de Fidel Castro: monstruosa,
vengativa, perversa y cruel.
Si les preguntáramos a los ex presos políticos plantados que quedan
vivos en el exilio, por qué una fiesta de libros se realiza en ese
lugar, responderán:
Ni un millón de ferias limpiarán de sangre las paredes de La Cabaña.
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