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viernes, 9 de septiembre de 2011

Cachita se desencadena | Penúltimos Días

Cachita se desencadena | Penúltimos Días

EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO

Cachita se desencadena

September 9, 2011· Sin Comentarios

No es paranoia, es hiperplasia patria. Toda vez que te has visto rodeado por ellos, presionado por ellos, monitoreado al descaro por los paparazzi de la parapolicía política, el resto de la población cubana te parece que es de ellos también. Y lo es, al seguro. Déjenme delirar en paz y pagar los platos rotos de acusar a inocentes ciudadanos de civil (no hay nada más civil que la Seguridad del Estado). Además, no los acuso: los uso. Basta de abuso.
Las procesiones religiosas no son ni remotamente la excepción. Al contrario, el espíritu devoto de este pueblo se mantiene gracias a los seguratas, que repletan las iglesias y calles, que corean con los ojitos en blanco sus avemarías y todo, que te retratan como curiosos turistas preferiblemente con credenciales de prensa free-lance, que hablan olímpicamente por celular (aunque aún no saben twittear en vivo, los muy torpes), pero que se reorganizan y se convierten en fieras en un dos por tres, gritándole obscenidades a mujeres vestidas de blanco o despingando a patadas a un disidentico de cartel muchas veces con faltas de ortografía.
Ayer 8 de septiembre los vi al por mayor (las fotos de este post fueron tomadas durante la cumbancha de La Caridad, pero no guardan relación con mi post, son solo ejemplos de fisionomías típicas cubanas: lo advierto desde ya, para los que gustan de incriminarme enseguida por difamación). Había más fideles que fieles. Tipos reportando para nadie, acaso para mi expediente penal. Cagándose en la madre de dios con su mascarada de pulovitos del mismo corte o color. Camajanes fuertotes de regurgitar a diario sus buenos bistecs (exhiben sus bíceps de búfalo). Homúnculos en dialoguito de señas con los uniformados de la Policía Nacional Revolucionaria, que a ratos los acatan sin chistar y a ratos los desprecian más que los propios disidentes.
No sé a dónde iba con esta trova. Hubo su conato de guerrita incivil ayer, por cierto. En la esquina de Galiano y Reina, donde se pudrió y ya no hay ni restos de la pancartona de un Fidel sonriente, viví una estampida al estilo del 5 de agosto de 1994. No tuve miedo. Pero la adrenalina se me disparó. Parecían caballos. Lo eran. Es tan fácil matar en esas condiciones de bestialidad. Pensé que el que lance a este pueblo a semejante debacle, es limpiamente un criminal. Pensé que la misión de la Seguridad del Estado es fingir el repudio, teatralizarlo como exorcismo social, inventarse una corrida de toros con sangre de tramoya para impedir que la caldera reviente con un sobrevoltaje de verdad.
Por un segundo viví en una revolución espontánea. Oí gritos, gente recogiendo sus puestos de fritangas en un segundo. Rumores falsos: una bronca…, la gente no respeta ni a dios…, fueron dos pero ya los cogieron…, y un set planificado a priori de mentiritas consolatorias. Policías corriendo Reina arriba con las manos en la cartuchera. Y un Geely rojo con chapa del MININT pitando en la misma dirección. La estrategia fue empujar hacia los portales. Dejar la calle libre para que la Virgen de la Caridad (esa muñequita de plástico que da tanta guerra por gusto) siguiera avanzando en hombros de hombres píos (presuntamente informantes) y ni se enterara de quién será siempre el dueño de este país.
En medio minuto nada había pasado. Un micro-acto de repudio, ignoro si con arrestos. Un bit de barbarie. Estos órganos de la policía secreta tienen vocación de arte minimal antes que de ponerse a matar ante las cámaras de ellos mismos (ya se sabe que la prensa internacional en Cuba está conVINCENTemente maniatada).
Igual la adrenalina nunca se me calmó. El corazón a bocanadas de tun-tún, quién es, cierra la muralla, que es la parafernalia del G-2 (ninguno de mis colegas escritores sabe qué significa este código DavinChe). Los curitas con sus prédicas melodiosas sobre el asfalto. La realidad rugiendo en otra cuerda mucho menos armónica por las aceras. Los cubanos son una mierda. Los cubanos necesitan arnés. Los cubanos en la calle: no, no, no…
Por primera vez pensé que había presenciado una ruptura definitiva, que ese conato de represión en el parque El Curita iba a ser el germen de una tsunami, que la Iglesia Católica tendría que replicar en voz alta y que hasta Pablo Milanés y Silvio Rodríguez iban a coincidir en que se nos fue el país de las manos (¡y sin ministro de las Fuerzas Armadas para sacar o guardar los tanques!). Un instante después, todo había sido una ilusión. Los cientos que corrieron ya estaban de vuelta o eran parte de una coreografía gigante modelo Corea del Norte. Una tabla gimnástica que casi me parte en dos el corazón. Juro que vi humo (se me subieron los humos). No sé si fue un efecto de la serie Lost o de ver los documentales occidentales sobre el genocidio de Tianamén.
Lo cierto es que algo en mi rosto me delató. Comenzaron a sacarme más fotos que lo habitual. No sonreí, aunque lo hubiera deseado. Por ahí debo de andar, en el Photoshop represivo de alguna escuela convertida en cuartel, con mi cámara en ristre y mi barba de alzado. A lo mejor hasta me ponen un numerito debajo.
No sé a dónde voy con esta trova. Pobre la gente enferma que vi. La mayoría no sobrevivirá al Jubileo 2012 de nuestra endémica Cachita (hasta el Cardenal está tirado en cama con una gripe del diablo). Estaban vendados. Con cicatrices. Sucios, ajados. Prendiendo velas y comprando flores carísimas (el día de la virgen cubana es un holocausto de pétalos amarillos para las pobres flores, también luego vendrán los no pocos sacrificios de los pobres animalitos). ¿Por qué toda esta pobre gente tan solitaria no está en un hospital? (Yo sé la respuesta: los hospitales son de mal agüero en estos tiempos, pues hay un pedido grande de almas para reforestar el cielo y la gerencia terrenal de nuestro Ministerio de Salud intenta sobrecumplir con el Vaticano.)
No sé. Sentí pena por los pocos que estaban allí por fe o por dolor. Todos me recordaron a mi madre María allá tan sola en Lawton, trepando con su enfisema las escalinatas de la iglesia del barrio para asistir a otra misa tan vigilada y falsa como la de Manrique y Salud. Pobre iglesita de dios, pobre mi mamá (yo la amo aunque ya no puedo decírselo, apenas abrazarla), pobre país (yo lo amo y mientras más se lo digo por escrito, él más me abraza con odio a mí), pobre palabra que sirve sólo para dar la orden del corretaje, no para comunicarnos ni un tin.
Pobre yo, pobre tú. No puedo ser feliz. No lo puedo olvidar. Siento que me perdí.

Orlando Luis Pardo Lazo
La Habana

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