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Zapatero, Cuba y los Derechos (In)Humanos
LA MUERTE del disidente cubano Orlando Zapata tras 86 días en huelga de hambre en prisión muestra el verdadero rostro del régimen castrista. Zapata, albañil, de 42 años, fue enviado a la cárcel en 2003 junto a un grupo de más de 70 opositores. Su defunción es absolutamente injustificable y debió haberse evitado.
Las circunstancias que rodean la muerte de Zapata resultan además particularmente abominables. No era un gran líder de la disidencia: en principio, sólo se le condenó a tres años por desacato, y no por conspiración, como al resto. Vio cómo las autoridades multiplicaban de forma delirante su condena por supuesta desobediencia. Y en el momento de la agonía, cuando fue trasladado a La Habana al comprobarse su grave deterioro, ni siquiera dejaron a su madre que lo viera. ¿Cabe mayor inhumanidad?
El caso es tan repugnante que sorprende que Zapatero, en su intervención de ayer en la llamada Sala de los Derechos Humanos y la Alianza de las Civilizaciones de la ONU -decorada con la famosa cúpula de Barceló- no hiciese una referencia expresa o, cuando menos, mencionara la situación de Cuba. Resulta decepcionante la posterior aclaración de La Moncloa de que un párrafo genérico de su discurso que apelaba a todos los Estados a «respetar la vida» de sus ciudadanos era una alusión al régimen castrista. Cabe recordar que el presidente llegó a defender en su día el «valor supremo de la vida» para justificar una decisión extraordinariamente polémica como la de excarcelar al etarra De Juana Chaos. Cualquiera diría que los derechos humanos sólo son predicables para lo peor de nuestra especie.
De la misma forma, extraña que el Ejecutivo se haya limitado a «lamentar» lo sucedido, sin condenarlo, y que haya descartado casi de inmediato un cambio de política hacia Cuba, cuando ha sido, por ejemplo, tan rígido con Honduras, al punto de boicotear -en sintonía con las tesis chavistas- la toma de posesión de su nuevo presidente democrático. Y eso que el régimen cubano reaccionó ayer con más represión y detuvo a medio centenar de personas para evitar protestas en la calle. Amnistía Internacional, que tenía a Zapata en su lista de presos de conciencia, denunció ayer sin ambages la «crueldad» del régimen. A la frialdad de Zapatero y del resto del Gobierno se sumó el Grupo Socialista del Congreso, que rebajó una propuesta de declaración institucional presentada por el PP que condenaba la dictadura castrista, sustituyéndola por otra que se limita a manifestar la «honda preocupación» de España por la situación de los presos políticos en la isla.
La muerte de Zapata supone, por otra parte, una bofetada a la política del Gobierno hacia Cuba, basada en la idea de que la cooperación y la mano tendida son la forma para facilitar la apertura del régimen. Muestra del fracaso de nuestras autoridades es que, la semana pasada, en un encuentro bilateral entre delegaciones de ambos países celebrado en Madrid, se trató la situación de Zapata. La intercesión española no sirvió de nada.
Pero quizás lo peor para el Gobierno es el descrédito en el que este trágico desenlace le deja ante Bruselas, en un momento en que España preside la UE. Zapatero, siguiendo el criterio de su ministro Moratinos, ha tratado de convencer una y otra vez a los países europeos de la necesidad de cambiar la actual política hacia Cuba por otra de colaboración, aun cuando eso suponga hacer la vista gorda a la permanente violación de derechos humanos en la isla. Los hechos han demostrado, una vez más, que el diálogo y la tibieza no amansan a los Castro, que son capaces de dejar morir a un hombre en la cárcel con tal de no aflojar su yugo.
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