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El Partido fallido de la nación
Postergar las más urgentes preocupaciones ciudadanas pone de relieve el divorcio estructural entre el Partido Comunista y los ciudadanos cubanos
Las esperanzas alimentadas, más fuera que dentro de sus propios militantes, cerraron un ciclo de posibles conexiones políticas entre los ciudadanos cubanos y el partido único institucional. Los que cuelgan sus debates en los aleros del PCC por aquello de la realpolitik, y que hablaron de esta conferencia como última oportunidad histórica para este conglomerado político, se encuentran ahora a la intemperie frente a su propia incapacidad cultural de superar políticamente el despotismo ilustrado. No hay oportunidad histórica para quienes desdeñan la historia de las oportunidades políticas.
Los otros, los intelectuales orgánicos, que situaron sus ideas y opciones en la posible apertura democrática del partido fallido de la “revolución cubana”, deben haber quedado enmudecidos frente al mecanismo excepcional que piensa utilizarse esta vez como artificio de renovación: la cooptación, un dispositivo que niega estructuralmente la democracia en el mismo proceso en el que las elecciones debieron producirse. Donde deberían reemplazarse personas a través de la democracia, resulta remplazado el mecanismo mismo de la democracia. Interesante democratización.
Una muestra, por demás, de que no es visible el relevo político, de que se improvisó una conferencia sin preparación previa, de que se ha perdido todo sentido de propósito institucional y de que el proceso de elecciones que cada cuatro años se hace para la Asamblea Nacional constituye una mascarada paródica de la supuesta democracia a la cubana. Si la institución fundamental del Estado cubano, el PCC, ―fundamental en términos del socialismo real― no se toma ya el trabajo de guardar las formas democráticas, ¿de qué estamos hablando cuando se trata del Poder Popular? Los chistes políticos son, en segunda edición, realmente amargos.
Sin ilusiones, había dicho más o menos su secretario general. Y justificadamente. Despreciar a los cubanos como ilusos no es solo una falta de tacto político de alguien sin visión de Estado, sino el lujo exquisito que se pueden dar quienes gobiernan al margen de las esperanzas de sus ciudadanos. Magnifica revelación del subconsciente autocrático que ningún dirigente en los Estados modernos se permitiría: los gobiernos existen para satisfacer, aunque sea en las retóricas de entrada, la ilusión de su gente.
Pero en todo caso, no había motivo para ilusiones porque en un sentido institucional las conferencias de los partidos están concebidas para asuntos estatutarios, de organigramas, de renovaciones o remplazos de cargos, y de repartos en el poder. Meros asuntos internos. De soberanía ideológica. Nada más. Lo que hubiera sucedido en esta dirección podría haber sido realmente interesante. Por ejemplo, el nombramiento de un nuevo secretario general.
Para la definición o redefinición de los programas políticos, de las líneas estratégicas y de los contenidos ideológicos están los congresos. El del PCC se había efectuado en abril de 2011, a partir de unos Lineamientos, de interés más o menos general, y con la aprobación de más de 300 supuestas reformas. La conferencia, por su parte, se fundamentaba en unas Bases, de interés exclusivamente militante, que en sí mismas no preveían la discusión de algún paquete de transformaciones.
¿Por qué pensar que la conferencia nacional tenía que hacer lo que no le corresponde? ¿Es qué nadie se percató de que las “reformas” ya habían sido discutidas seis meses antes? ¿No está en marcha su proceso? ¿O es que todos están pensando, en el análisis final, que no son exactamente reformas lo que está haciendo el PCC?
Está claro que entre abril de 2011 y enero de 2012 creció más la desilusión del país y la de muchos observadores de buena voluntad. Quizá por eso se le prestó a la conferencia del PCC unos contenidos impropios, en un intento poco imaginativo de prolongar mentalmente un congreso concluso para sentencia, que provocó mucha desazón como debate y más inconformidad con sus puestas en escena.
La lectura oficial de este desconcierto tuvo una doble respuesta monárquica: la posible incorporación del tema LGBT en la discusión, en una especie de satisfacción a la malcriadez dentro de la corte mediante un tema de sensibilidad social y cultural, y la mención de un asunto de evidente peligro estratégico como es el tema racial. Dos cuestiones importantes pero de escasa preocupación social. Ni los derechos LGBT ni el racismo constituyen, para las mayorías, parteaguas sociales. Probablemente lo sean, pero no son percibidos así.
Estos mismos asuntos incorporados revelan, precisamente, lo que me parece clave en la política cubana de este minuto: la pérdida de legitimidad y legitimación del PCC. No por gusto muchos militantes abandonan un partido que todavía se da el lujo, por otra parte, de expulsar a su gente deshonrosamente.
Postergar las más urgentes preocupaciones ciudadanas a favor de problemas que requieren más que nada un cambio de enfoque cultural, y que se sitúan por tanto en el largo plazo, pone de relieve el divorcio estructural entre el Partido Comunista y los ciudadanos cubanos. Nadie debe alarmarse ante el escaso interés social que despertó la conferencia nacional entre los cubanos ―una prueba evidente de ilegitimidad. El poder de los medios para crear la realidad pública se demostró con fuerza en este caso. En la calle nadie hablaba del PCC; en los medios, tanto internos como externos, Cuba parecía una nación de comunistas preocupados por su destino.
Y la prueba agregada de desconexión e ilegitimidad social es esta: 45 propuestas hechas para el congreso fueron rechazadas antes de ser discutidas. Ninguna de ellas tuvo que ver con aquellos temas sociales sugeridos en la conferencia nacional. Todas, con la suerte económica de la clase ex trabajadora.
Partido fallido, partido de dominación. Las consecuencias políticas de esta conferencia van en una dirección clara: la de un partido que desde el poder trata de conquistar el poder. Rencontrar su lugar en la sociedad cubana no fue posible después de su congreso de 2011, y ya no es posible una vez finalizada su conferencia nacional. Sin ideología, sin democracia interna, sin relevo, sin actualización y sin debate político fundamental al Partido Comunista de Cuba solo le queda, como opción ideológica en los términos del comunismo occidental de hoy, el de Izquierda Unida en España por ejemplo, la opción de reinventarse una vez que llegue la democracia.
¿De qué se trató entonces con esta conferencia? De garantizar el control físico de la ciudadanía para reconstruir el poder: piense, pero no actúe; esa no es su misión, solo una ilusión que no estamos dispuestos a permitir, se le dice al ciudadano. Por eso no importa la obscenidad del mensaje político que supone la cooptación en una época de híper democracia e indignación. Y no importa tampoco que la respuesta política a la problemática racial deje claro que para el Gobierno las personas negras son únicamente invitadas del poder, nunca sus hacedores. ¿Cómo no darse cuenta que cooptarlas es la mejor revelación de ese otro subconsciente racista del poder? Por tino cultural, nunca debió vincularse la cooptación política con la lucha contra los “prejuicios” raciales.
De modo que lo que interesa es dejar las condiciones de dominación listas para el reciclaje, posiblemente como nuevo Estado petrolero ―el petróleo no exige plasticidad económica o política―, tras el fracaso evidente de la modernización interna de la economía. Visto el hecho de que las “reformas” no funcionan hasta donde lo permite su propia naturaleza política inflexible, el PCC decide reatrincherarse frente a la sociedad. No hacia atrás, como recuperación de la ideología-base sino hacia dentro, reconcentrado el poder en estratos sin futuro ni rumbo. Entropía como terminación.
Al final, el partido único constitucional se ha liquidado a sí mismo, descoyuntando las articulaciones sensibles de la nación cubana y dando golpes de Estado a la sociedad a través del Estado. Mis sinceras condolencias a los comunistas auténticos.
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