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jueves, 5 de mayo de 2016

La prensa Castrista No justifica ni critica la presencia de Chanel ni la filmación de Rápido y Furioso en La Habana

EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO



Alejandro Gómez Gallo.

Chanel no tiene problemas políticos



El desfile de modas de Chanel y la filmación de la octava parte de
Rápido y Furioso en La Habana, entre otros acontecimientos de la Cuba
posterior al deshielo con Estados Unidos, no constituyen problemas
políticos en sí mismos; son, eso sí, preocupantes síntomas de una crisis
en la comunicación política.
La filmación de un blockbuster de
Hollywood, con helicóptero incluido, o cerrar el Paseo del Prado para
exhibir la colección crucero de la conocida casa francesa, difícilmente
logren tumbar una Revolución, mucho menos la cubana.
Pero la
forma en que se interpretan esos acontecimientos, dentro del proceso de
cambios que definirá el destino de 11 millones de personas, sí puede
trastocar el consenso social que ha sostenido el país por más de medio
siglo, que está en franco proceso de renegociación.
Toca primero
saltarse los prejuicios. No por caros, los vestidos de Chanel son más
capitalista que los trapos made in China del Tercer Mundo. Incluso la
“ropa de masas” asume los colores y formas que decide la alta costura de
Nueva York o Paris. Ser pobre no es antídoto para una globalización de
la identidad que se cuela por los poros. Para eso están las copias
baratas.
Karl Lagerfeld, nadie lo duda, es un artista. Sus
diseños pueden costar varias decenas de miles de dólares, por el mismo
mecanismo que una pintura expresionista vale millones. El dinero ama al
arte y también mata el arte.
Ahora, ni siquiera las personas de
clase media en los países desarrollados aspiran a tanto. Los desfiles
son siempre cotos cerrados para el 1 %. Pero si en Cuba es difícil
encontrar a alguien vestido de Chanel, lo es aún más definir ese 1 %.

Por eso los ojos no estaban solo en las modelos y los vestidos, sino en
los carros descapotables que trajeron al público desde el Hotel
Nacional y en los bancos del Prado, donde se sentaron los invitados
especiales.
Todos querían saber cuál era la profesión, la
billetera o el apellido correcto para clasificar en el evento del año de
la farándula nacional. Y es bueno eso de conocer las élites, la gente
tiene derecho, ya sea para amarlos o para lincharlos.
Poco
después, un espacio público de La Habana Vieja, la Plaza de la Catedral,
fue privatizado por algunas horas para la fiesta con los invitados de
Chanel. La Policía Nacional y otros órganos de seguridad se hicieron
cargo de blindar el área contra los curiosos.
Algunos sintieron
que el espectáculo, el primero de su tipo en América Latina, era un
golpe bajo contra la austeridad revolucionaria, que en más de una
ocasión se ha intentado vender como virtud en lugar de necesidad.

Había mucha gente en el Prado tratando de ver el desfile, pero había
aún más en las tiendas tratando de encontrar productos básicos recién
rebajados como pollo y aceite de cocina.
Todos saben lo que ganan
Chanel y Hollywood al escoger La Habana — la ciudad detenida en el
tiempo, con su destruida belleza; la capital prohibida donde se mezclan
el art deco y la Guerra Fría. La pregunta es ¿qué ganamos nosotros?

La ausencia de una respuesta pública y un debate al respecto es la raíz
del problema. Cualquiera puede intentarlo cuenta propia.
Por
ejemplo, aunque se desconocen los pormenores del guion, una franquicia
taquillera como la de Rápido y Furioso puede ayudar a cambiar la imagen
Cuba de más de un estadounidense y con ello acelerar la caída del
bloqueo a 200 millas por hora. Claro, también se puede estrellar contra
un poste.
El regreso de las celebridades a La Habana, por otra
parte, atrae un turismo de más recursos que necesita la economía
nacional para acabar de dar un salto que se sienta en la mesa y el
bolsillo de cada cubano.
En ambos casos, la parafernalia montada
debe salir cara y parte de ese dinero se quedará en el país. Nadie ha
dicho cuánto pagó Chanel por utilizar los espacios públicos o cuánto
tuvo que erogar Rápido y Furioso por dejar el transporte de parte de la
ciudad paralizado.
Saber en qué se utilizará el dinero recaudado
puede ser un alivio para quien siente que la ciudad ha hecho un
sacrificio. Quizás un parque, un edificio multifamiliar o pavimentar una
calle.
Así todos sabrían en qué se benefician y podrían sacar su
propia cuenta, lo cual no garantiza que estén dispuestos a aceptarlo
por igual.
Puede ser incluso que al final se construya el parque,
el edificio multifamiliar o se pavimente la calle, y nadie sepa que fue
con el dinero de Chanel y de Rápido y Furioso.
Pero en lugar de explicar y debatir, los políticos hacen silencio y exigen a su prensa (la de todos) que haga lo propio.

La política siempre ha sido el arte de convencer a los hombres. La fe
es una relación entre las personas y Dios, no la lógica que rige la
sociedad.
Están faltando aquellos políticos que van al futuro y
regresan a contarlo, o por lo menos los que lo intentan desde aquí con
franqueza. Y ese futuro no puede ser uno en el que todos visten de gris.
Ojalá sea uno, vaya utopía revolucionaria, en el que todos usan Chanel.

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