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martes, 21 de enero de 2014

Bohemia carta Miguel Angel Quevedo. Culpable fuimos Todos!!

bohemia carta miguel quevedo



EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO



  El Mea Culpa de Miguel Ángel
Quevedo, antes de suicidarse


Propietario y Director de la revista Bohemia de
Cuba, la cual fue robada por los comunistas.



Sr. Ernesto Montaner
Miami, Florida
12 de agosto de 1969
 
Querido Ernesto:
Cuando recibas esta carta ya te habrás enterado por la
radio de la noticia de mi muerte. Ya me habré suicidado
¡al fin! sin que nadie pudiera impedírmelo, como me lo
impidieron tú y Agustín Alles el 21 de enero de 1965.
 
Sé que después de muerto llevarán sobre mi tumba
montañas de inculpaciones. Que querrán presentarme como
"el único culpable" de la desgracia de Cuba. Y
no niego mis errores ni mi culpabilidad; lo que sí niego
es que fuera "el único culpable". Culpables
fuimos todos, en mayor o menor grado de responsabilidad.
 
Culpables fuimos todos. Los periodistas que llenaban mi
mesa de artículos demoledores, arremetiendo contra todos
los gobernantes. Buscadores de aplausos que, por
satisfacer el morbo infecundo y brutal de la multitud,
por sentirse halagados por la aprobación de la plebe.
vestían el odioso uniforme que no se quitaban nunca.
 
No importa quien fuera el presidente. Ni las cosas buenas
que estuviese realizando a favor de Cuba. Había que
atacarlos, y había que destruirlos. El mismo pueblo que
los elegía, pedía a gritos sus cabezas en la plaza
pública.
 
El pueblo también fue culpable. El pueblo que quería a
Guiteras. El pueblo que quería a Chibás. El pueblo que
aplaudía a Pardo Llada. El pueblo que compraba Bohemia,
porque era vocero de ese pueblo. El pueblo que acompañó
a Fidel desde Oriente hasta el campamento de Columbia.
 
Fidel no es más que el resultado del estallido de la
demagogia y de la insensatez. Todos contribuimos a
crearlo. Y todos, por resentidos, por demagogos, por
estúpidos o por malvados, somos culpables de que llegara
al poder. Los periodistas que conociendo la hoja de
Fidel, su participación en el Bogotazo Comunista, el
asesinato de Manolo Castro y su conducta gansteril en la
Universidad de la Habana, pedíamos una amnistía para
él y sus cómplices en el asalto al Cuartel Moncada,
cuando se encontraba en prisión.
 
Fue culpable el Congreso que aprobó la Ley de Amnistía.
Los comentaristas de radio y televisión que la colmaron
de elogios. Y la chusma que la aplaudió delirantemente
en las graderías del Congreso de la República.
 
Bohemia no era más que un eco de la calle. Aquella calle
contaminada por el odio que aplaudió a Bohemia cuando
inventó "los veinte mil muertos". Invención
diabólica del dipsómano Enriquito de la Osa, que sabía
que Bohemia era un eco de la calle, pero que también la
calle se hacía eco de lo que publicaba Bohemia.
 
Fueron culpables los millonarios que llenaron de dinero a
Fidel para que derribara al régimen. Los miles de
traidores que se vendieron al barbudo criminal. Y los que
se ocuparon más del contrabando y del robo que de las
acciones de la Sierra Maestra. Fueron culpables los curas
de sotanas rojas que mandaban a los jóvenes para la
Sierra a servir a Castro y sus guerrilleros. Y el clero,
oficialmente, que respaldaba a la revolución comunista
con aquellas pastorales encendidas, conminando al
Gobierno a entregar el poder.
 
Fue culpable Estados Unidos de América, que incautó las
armas destinadas a las fuerzas armadas de Cuba en su
lucha contra los guerrilleros.
 
Y fue culpable el State Department, que respaldó la
conjura internacional dirigida por los comunistas para
adueñarse de Cuba.
 
Fueron culpables el Gobierno y su oposición, cuando el
diálogo cívico, por no ceder y llegar a un acuerdo
decoroso, pacífico y patriótico. Los infiltrados por
Fidel en aquella gestión para sabotearla y hacerla
fracasar como lo hicieron.
 
Fueron culpables los políticos abstencionistas, que
cerraron las puertas a todos los cambios electoralistas.
Y los periódicos que como Bohemia, le hicieron el juego
a los abstencionistas, negándose a publicar nada
relacionado con aquellas elecciones.
 
Todos fuimos culpables. Todos. Por acción u omisión.
Viejos y jóvenes. Ricos y pobres. Blancos y negros.
Honrados y ladrones. Virtuosos y pecadores. Claro, que
nos faltaba por aprender la lección increíble y amarga:
que los más "virtuosos" y los más
"honrados" eran los pobres.
 
Muero asqueado. Solo. Proscrito. Desterrado. Y
traicionado y abandonado por amigos a quienes brindé
generosamente mi apoyo moral y económico en días muy
difíciles. Como Rómulo Betancourt, Figueres, Muñoz
Marín.. Los titanes de esa "Izquierda
Democrática" que tan poco tiene de
"democrática" y tanto de
"izquierda".
 
Todos deshumanizados y fríos me abandonaron en la
caída. Cuando se convencieron de que yo era
anticomunista, me demostraron que ellos eran
antiquevedistas. Son los presuntos fundadores del Tercer
Mundo. El mundo de Mao Tse Tung.
 
Ojalá mi muerte sea fecunda. Y obligue a la meditación.
Para que los que pueden aprendan la lección. Y los
periódicos y los periodistas no vuelvan a decir jamás
lo que las turbas incultas y desenfrenadas quieran que
ellos digan. Para que la prensa no sea más un eco de la
calle, sino un faro de orientación para esa propia
calle. Para que los millonarios no den más sus dineros a
quienes después los despojan de todo. Para que los
anunciantes no llenen de poderío con sus anuncios a
publicaciones tendenciosas, sembradoras de dio y de
infamia, capaces de destruir hasta la integridad física
y moral de una nación, o de un destierro. Y para que el
pueblo recapacite y repudie esos voceros de odio, cuyas
frutas hemos visto que no podían ser más amargas.
 
Fuimos un pueblo cegado por el odio. Y todos éramos
víctimas de esa ceguera.
 
Nuestros pecados pesaron más que nuestras virtudes. Nos
olvidamos de Nuñez de Arce cuando dijo: "Cuando un
pueblo olvida sus virtudes, lleva en sus propios vicios
su tirano".
 
Adiós. Éste es mi último adiós. Y dile a todos mis
compatriotas que yo perdono con los brazos en cruz sobre
mi pecho, para que me perdonen todo el mal que he hecho.
 
Miguel Ángel Quevedo

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