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Marti por siempre!!

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domingo, 26 de enero de 2014

Del Discurso de Raúl Roa un 24/12/1960 al Totalitarismo Castrista Actual #CELAC

Fidel Castro, del humanismo al totalitarismo - La Cuba de Fidel Castro |Martí, Habana, dictadura, preso, miseria, racismo, crisis, educación, salud, revolución, socialismo, castrismo, castrista, izquierdista, mentira, derechos, tiranía, película



 EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO



La nueva Cuba
Raúl Roa García
Discurso en la ONU, 24 de diciembre de 1960
 
No es en cumplimiento de mero trámite ritual que comienzo mis
palabras expresando a usted, Sr. Presidente, en nombre del gobierno y
del pueblo cubanos, la más cálida felicitación por su elección
a la presidencia de la Asamblea en este período ordinario de
sesiones. Es con el legítimo orgullo y la clara alegría de quien siente
como propio tan señalado y merecido honor. Somos americanos de
la otra América y nuestros son los triunfos de sus hijos, como son
nuestros también los dolores, afanes y esperanzas de sus pueblos. En
usted, peruano ilustre que ha bregado sin tregua ni
vacilaciones por trasmutar en carne de realidad el espíritu de los
más altos principios de la convivencia internacional, la Cuba nueva se
siente satisfactoriamente representada en este parlamento
universal de naciones.
 
No resulta ocioso puntualizarlo: la Cuba nueva que tengo la honra de
representar ha mantenido, mantiene y mantendrá en sus proyecciones
internacionales una posición congruente con la naturaleza y
los objetivos nacionales de la Revolución que conquistó su plenitud
de albedrío político y está transformando su estructura económica y su
paisaje social. Cuba es hoy, por primera vez en su
historia, efectivamente libre, independiente y soberana y, en
consecuencia, su política internacional se ha emancipado de toda clase
de ataduras, supeditaciones y servidumbres. Durante el trágico
septenio en que ocupó esta tribuna su espolique de la dictadura
derrocada, el voto de Cuba se emitió, siempre, a dictado ajeno. Hoy Cuba
vota por cuenta propia y a tenor de su política
internacional propia. Lo demostró ya al discutirse la cuestión de
los Camerunes y acaba de corroborarlo, absteniéndose al votarse el
proyecto de resolución sobre el asendereado tema de la
representación de China. Digámoslo ya sin ambages: la colonia
sobreviviente en la República se extinguió, totalmente, con la fuga
vergonzante del ex dictador Fulgencio Batista y el
establecimiento del gobierno revolucionario. La alborada de
redención que se inició con el advenimiento del año de 1959 alumbra una
etapa nueva en la historia de América. No en balde la
Revolución Cubana aporta fórmulas autóctonas al nivel de los tiempos
para la solución de sus crónicos problemas, y restituye a la dignidad
humana valores universales escarnecidos en este
hemisferio y en otras latitudes.
 
De la hondura y el alcance de la Revolución Cubana da exacta medida
la campaña de falsedades, calumnias y vituperios de que viene siendo
objeto por agencias cablegráficas norteamericanas y
órganos de prensa de distintos países harto conocidos por su
espíritu reaccionario y pragmáticas proclividades. Los mismos intereses
que enmudecieron, por razones de pura conveniencia, ante los
crímenes horrendos cometidos por Batista son los que ahora, en
connivencia con algunos senadores y criminales de guerra cubanos, urden,
organizan y financian esta campaña, enderezada,
primordialmente, a suscitar un ambiente internacional propicio a las
invasiones contrarrevolucionarias, con centro de operaciones en Miami y
en la República Dominicana, como la recientemente
descubierta y aplastada, y, asimismo, a la intervención extranjera
so capa de la mendaz “infiltración comunista en las esferas oficiales”.
 
Pero ni esa aviesa campaña, ni esos descabellados proyectos, ni esa
amenaza de intervención extranjera, nos harán ceder un milímetro en la
defensa de la autodeterminación del pueblo cubano y del
desarrollo ascendente de la Revolución. Lo que supimos ganar como
hombres, lo conservaremos como hombres y, estamos seguros, con el apoyo
moral de los pueblos subdesarrollados de América, África
y Asia, ya que la derrota de la Revolución Cubana entrañaría su
propia derrota y, por ende, un ostensible retraso en el proceso
inexorable de su liberación. Y estamos seguros de que contaremos en
pareja medida con la simpatía de los pueblos desarrollados y, sobre
todo, del pueblo norteamericano, que forjó la libertad, el progreso y la
prosperidad que hoy disfruta en porfiada lucha contra
los obstáculos que se levantaron en su camino. La América de
Jefferson, Hamilton y Lincoln, aunque distinta por su origen, lengua y
trayectoria, es idéntica en sus aspiraciones humanas a la
América de Bolívar, Juárez y Martí.
 
Afronta hoy la humanidad una coyuntura en que se entremezclan y
confunden vagidos y estertores, polaridades y distensiones, luces y
sombras, ilusiones y agonías. No podía ser de otro modo en una
fase transicional en que se disputan el cetro de la historia que es a
la par flujo y rebalse, nuevas y viejas concepciones, métodos, valores y
rutas. Una de las dualidades más dramáticas de esta
hora decisiva es que, en tanto las grandes potencias invierten
fabulosas cantidades en medios de destrucción y se aprestan audazmente a
la conquista del cosmos, millones de seres desamparados se
levantan con el sol y se acuestan con el hambre. La desproporción
entre el ritmo del progreso técnico y del ritmo del progreso social es,
en verdad, alarmante. Crece la penuria a medida que el
hombre desencanta la naturaleza. Sobra la libertad interplanetaria y
falta en este planeta. Mengua la dignidad humana mientras aumenta el
saber científico. El mundo de las cosas, controlado por
minorías privilegiadas, se sobrepone ya, e intenta uncirlo y
degradarlo, al mundo del espíritu. Los gobiernos aparecen vertebrados en
bloques hostiles y nunca ha sido más íntima la
interdependencia, y más apremiante la necesidad de entendimiento y
compenetración entre los pueblos, a merced de la chispa que los suma en
pavorosa conflagración nuclear. Y, mientras su tranquilo
satélite se aproxima cada vez más en condición de tributario, la paz
se aleja cada vez más del globo terráqueo.
 
Esas hirientes dualidades, surgidas de la forma en que se ha usado y
suele usarse el poder, la riqueza y la cultura, son las que urge
superar en una síntesis en que los medios de destrucción se
truequen en medios de producción y el hombre advenga raíz y ápice de
la organización política, económica, social y cultural de la
convivencia nacional e internacional. La gran tarea y el gran
deber de las Naciones Unidas es, acorde con sus normas y postulados,
contribuir incansablemente a la sustitución del mundo edificado para la
muerte en que moramos, por un mundo construido para la
vida.
 
La política internacional del gobierno revolucionario de Cuba
responde, cabalmente, al sentido humano que configura y rige su política
nacional, hechura de las necesidades y aspiraciones del
pueblo que la sustenta. Desgraciadamente, es un hecho como puño que
el mundo se halla hoy dividido en dos grandes grupos, conducidos,
respectivamente, por los Estados Unidos de América y la Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas, ambas armadas hasta los
dientes, y un tercer grupo, con mucha más fuerza moral que material, que
pretende servir de puente entre aquellos. Cuba figura, por
su tradición histórica, su localización geográfica y sus
obligaciones internacionales, en el grupo denominado occidental. Pero el
gobierno revolucionario de Cuba no admite ni acepta dilemas
falsos ni disyuntivas prefabricadas. Esto quiere decir, en términos
concretos, que no admitimos ni aceptamos que haya ineluctablemente que
elegir entre la solución capitalista y la solución
comunista. Hay otros caminos y otras soluciones de limpia textura
democrática; y Cuba ya encontró su propio camino y la solución propia de
sus problemas, que es el camino y la solución de los
pueblos latinoamericanos y que es, en última instancia, con las
naturales diferencias de matices, lo que le acerca y vincula a los
pueblos subdesarrollados de África y Asia, en la denodada
búsqueda de su propia expresión. El papel de Cuba en el mundo es
llegar a ser quien es y, en ningún caso, ya lo señaló José Martí, servir
de arria de una parte de él contra otra o de otra contra
una. En el juego de ajedrez de la política de poder, no se nos
encontrará nunca fungiendo de dócil peón. Tiempo es ya de que las
grandes potencias dejen de administrar, a su arbitrio, la suerte
de las naciones pequeñas. La acción compulsiva en Guatemala,
Guayana, Hungría, Argelia y el Tibet no debe repetirse.
 
Dentro de ese complejo cuadro de factores, el gobierno
revolucionario de Cuba ha mantenido, mantiene y mantendrá una política
propia, dictada por los superiores intereses del pueblo que
representa y de los pueblos de su estirpe y afines. Aunque alentamos
el hermoso sueño de un mundo libre y democráticamente unido en su
diversidad, y entendemos que la perspectiva universal se
impone en nuestra época, y es esta, justamente, una institución que
se ocupa y preocupa por el mejoramiento de las relaciones humanas en el
ámbito internacional, es obvio que nos sintamos
entrañablemente ligados, por comunidad de vocación, historia,
cultura y destino, a los pueblos latinoamericanos y, codo a codo,
libremos con ellos la ingente batalla de nuestra América contra el
subdesarrollo económico, que la deforma, enfeuda y empobrece, y que
es la verdadera fuente de los trastornos políticos y de las dictaduras y
tiranías que hemos padecido y de las que aún
padecemos.
 
Ni capitalismo en su acepción histórica, ni comunismo en su realidad actuante.
 
Entre las dos ideologías o posiciones políticas y económicas que se
están discutiendo en el mundo ―ha precisado Fidel Castro, líder máximo
de la Revolución Cubana y Primer Ministro del Gobierno―,
nosotros tenemos una posición propia. La hemos llamado humanista por
sus métodos humanos, porque queremos librar al hombre de los miedos,
las consignas y los dogmas. Revolucionamos la sociedad
sin ataduras, sin terrores. El tremendo problema del mundo es que lo
han puesto a escoger entre el capitalismo, que mata de hambre a los
pueblos, y el comunismo, que resuelve los problemas
económicos pero que suprime las libertades, que son tan caras al
hombre. Los cubanos y los latinoamericanos ansían y quieren una
revolución que satisfaga sus necesidades materiales sin sacrificar
sus libertades. Si logramos esto por métodos democráticos, la
Revolución Cubana pasará a ser clásica en la historia del mundo. Y
nosotros no entendemos las libertades como las entienden los
reaccionarios, que hablan de elecciones, pero no de justicia social.
Sin justicia social, no hay democracia posible, ya que los hombres
serían esclavos de la miseria. Por eso hemos dicho que
estamos a un paso más de la izquierda y de la derecha, y que esta es
una revolución humanista porque no deshumaniza al hombre, porque tiene
al hombre como su objetivo fundamental. El capitalismo
sacrifica al hombre; el estado comunista, con su concepción
totalitaria, sacrifica los derechos del hombre. Por eso no estamos con
ninguno de ambos sistemas. Cada pueblo tiene que desarrollar su
propia organización política, extraída de sus propias necesidades,
no impuesta ni copiada; y la nuestra es una revolución autóctona,
cubana, tan cubana como nuestra música. ¿Se concibe que todos
los pueblos escuchen la misma música? De ahí que yo dijera que esta
revolución no es roja, sino verde olivo, porque el verde olivo es
precisamente el color nuestro, de la revolución que salió del
Ejército Rebelde, de las entrañas de la Sierra Maestra.
 
Esta posición no es tercera, ni cuarta, ni quinta posición: es
nuestra posición, la indoblegable posición del gobierno revolucionario y
del Movimiento 26 de Julio, que equidista de las
estructuras totalitarias y seudodemocráticas del poder, y se traduce
en régimen de opinión pública en lo interno y en diplomacia de puertas
abiertas en el externo.
 
El humanismo, como idea, remonta su genealogía a la antigua Grecia.
Afloró en la espléndida madurez del siglo de Pericles en apotegma ya
consagrado por la posteridad: “El hombre es la medida de
todas las cosas.” En aquella sociedad fundada en la esclavitud, el
único hombre que pudo ser medida de todas las cosas fue el propietario
de ilotas. Esta idea se enriquece, siglos después, al
postular el Cristianismo, en una sociedad fundada en la servidumbre,
la inviolabilidad de la conciencia humana como salvaguarda de la
dignidad de la persona. El humanismo renacentista, flor
exquisita de la más prodigiosa primavera del espíritu que registra
la historia, ensayó en vano, en aquella sociedad emergente y fragmentada
en intereses, fuerzas, relaciones y valores
contrapuestos, hacer de lo humano el común divisor de todos los
grupos, oficios y clases, confiando, ingenuamente, la supresión de los
desniveles sociales a un acto de voluntad individual. El
humanismo rebrotó, impetuosamente, como idea, con la Ilustración y
ya como actitud durante la Revolución Francesa, bajo la célebre divisa
“igualdad, libertad y fraternidad”. Pero, si bien es
cierto que el derrocamiento del absolutismo, las invenciones
mecánicas y las revoluciones emancipadoras de América tendieron a soldar
el hiato entre la idea y la realidad, no lo es menos que
aquél se ensancha y profundiza por el predominio del régimen de
lucro, la patológica desviación de la técnica y la irrupción de la
estatolatría, con la consiguiente declinación de los fueros de
la persona, la mecanización de la miseria y el empleo del genio
humano en la fabricación de armas devastadoras.
 
Nunca antes régimen social alguno deshumanizó al hombre en tal grado
y medida. Pero nunca antes, tampoco, aparece el humanismo en su
significado ideal y en sus implicaciones reales como la
Revolución Cubana. La idea de que el hombre es el capital más
preciado y a la efectiva satisfacción de sus necesidades biológicas y
espirituales deben subordinarse el poder, la riqueza y la
cultura, es la fuerza motriz de la Cuba nueva que se está erigiendo,
a contrapelo de prejuicios, privilegios, resistencias y conjuras. Y,
para “poner la justicia tan alta como las palmas y al
cubano en el pleno goce de sí mismo”, la revolución ha modificado el
régimen de tenencia de la tierra, la organización fiscal, el sistema
arancelario, los métodos educativos y aún el estilo de
vida, sentando así las bases del ulterior desarrollo industrial, sin
sacrificar una sola de las libertades individuales y públicas. Se
gobierna hoy, por primera vez, en nombre del pueblo, por el
pueblo y para el pueblo. O para decirlo más exactamente: quien
gobierna es el pueblo, ya que el poder revolucionario es su poder y, por
serlo, goza de la investidura plausible. Pero, precisamente
por ser una revolución de hondas raíces y vastas proyecciones
democráticas, no persigue ni teme a ninguna idea y ampara la libre
expresión de todas las ideologías, por reaccionarias o extremistas
que sean. El respeto al criterio ajeno y a la dignidad de la persona
es la clave profunda del sentido humanista de la Revolución Cubana.
 
Si incluso el hombre común de las grandes potencias sueña hoy con la
paz perpetua a precio de coexistencia, con mayor razón el pueblo
cubano, que por su pequeñez e indefensión la necesita para
pervivir y la requiere para la construcción de una vida más libre,
más justa y más bella. Somos, pues, partidarios fervientes de cuantos
esfuerzos se realicen para aliviar las grandes tensiones
existentes, garantizar el derecho de los pueblos subdesarrollados a
su libre desenvolvimiento y establecer los fundamentos de una paz sólida
y duradera. En ese sentido, las conferencias
efectuadas recientemente en Europa y las conversaciones en curso del
Presidente de los Estados Unidos de América y del Presidente del
Consejo de Ministros de la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas constituyen síntomas alentadores. Consideremos, empero,
muy poco halagüeño que estas conversaciones se hayan concebido y
concertado sin tomarse en cuenta la opinión de las naciones
pequeñas y, particularmente en nuestro caso, de las que forman la
comunidad latinoamericana, que representa la fuerza moral, política,
económica y cultural de doscientos millones de personas. Esa
comunidad regional tiene derecho, aunque no fuese más que por su
cuantioso peso específico en la comunidad internacional, a que se le
informe y consulte en cuestiones que le afectan directamente.
Dirimirlas a sus espaldas resulta, cuando menos, incorrecto. O somos
iguales jurídica y moralmente como estados en esta Asamblea y los
problemas que atañen a la guerra y a la paz se discuten en
su seno, o esa igualdad jurídica y moral es solo un enunciado
retórico.
 
Cuba quiere dejar también constancia de su absoluta disconformidad
con la sustracción, de hecho, a la jurisdicción de la Asamblea, de tema
tan capital como el desarme. No queda otra alternativa
que aceptar el informe que se confeccione por el denominado Comité
de los Diez, al cual han investido de facultad decisoria las cuatro
potencias.
 
Interesada vitalmente en la terminación de la guerra fría y en la
consolidación de la paz, Cuba considera indispensable que se llegue,
rápidamente, a un eficaz y perdurable acuerdo sobre el
desarme. Nada bueno augura la desenfrenada carrera de armamentos que
han emprendido las grandes potencias. Es hora ya de elaborar fórmulas
aceptables que le pongan fin, o al menos la frenen o
encaucen.
 
Cuba propugna el cese definitivo de las pruebas de armas
termonucleares y se opone al proyecto de Francia de realizarlas en el
Sahara. Los millones de seres que correrían peligro de muerte por
las precipitaciones radiactivas valen más que el prestigio
científico o militar de Francia o de cualquier otro país.
 
Pueblo el nuestro laborioso y pacífico aspira a convivir y comerciar
con todos los pueblos de la tierra y, preferentemente, con los de este
hemisferio. A tal punto ama la paz, que está
convirtiendo sus cuarteles en escuelas y sus tanques en tractores.
Y, porque ama la paz y quiere vivir en paz, el gobierno que lo
representa reitera su decidido propósito de apoyar los acuerdos
que se adopten sobre el desarme y la supresión total de las pruebas
termonucleares.
 
El único país con el cual Cuba ha roto sus relaciones diplomáticas y
comerciales es con la República Dominicana, y a ello se vio obligada,
no solo por las repetidas agresiones de que fueron
víctimas sus representantes diplomáticos y su contubernio con los
criminales de guerra cubanos allí refugiados, sino por la comisión de
delitos internacionales incompatibles con los compromisos
interamericanos contraídos sobre la materia. Pero abrigamos la
esperanza de que esta forzada ruptura, que no alcanza ni puede alcanzar
al pueblo dominicano, sea un breve paréntesis, ya que,
desaparecidas las causas, desaparecerán los efectos.
 
El ocaso del sistema colonial en Asia y África, secular reservorio
de materias primas de las estructuras imperiales de poder, es uno de los
hechos más promisorios que brinda el enconado panorama
internacional. Millones de hombres, sometidos durante siglos a la
coyunda extranjera, han entrado ya en la categoría política de
ciudadanos en condiciones de autogobernarse y decidir su propio
rumbo en el concierto de los estados. Cuba, nación que durante
largas centurias sufrió en su carne y en su espíritu las afrentas,
exacciones y menoscabos del yugo colonial, saluda jubilosa este
despertar de África y Asia, y la constitución en naciones libres y
soberanas de muchas de sus regiones otrora avasalladas y exprimidas. Su
incorporación a la Organización de las Naciones Unidas
es un aporte valiosísimo a la causa del entendimiento y la
cooperación internacional y, por tanto, del equilibrio y de la paz del
mundo.
 
La emancipación de los territorios dependientes y de las naciones
aún sojuzgadas en África contribuiría, sin duda, a acelerar y fortalecer
el régimen de seguridad y convivencia que todos
anhelamos. Algunas de esas naciones y territorios, como el Camerún
bajo administración francesa, la Somalia bajo administración italiana,
el Togo bajo administración francesa y Nigeria, están ya
en proceso pacífico de constitución como estados independientes.
Otros, como Argelia, se han visto compelidos a afirmar su voluntad de
ser libres y soberanos mediante el ejercicio de la
violencia, siempre justa para resistir el mal, la injusticia y la
opresión. Este valeroso pueblo se ha ganado ya, en épica contienda, el
derecho a ingresar en la comunidad internacional y, por
eso, Cuba votará a favor de la independencia de Argelia.
 
Pero la independencia política, sin una firme y variada estructura
económica nacional, suele ser, por lo común, ilusoria y, a veces,
vestidura formal de un protectorado efectivo. De ahí que la
estabilidad y el progreso de los pueblos emancipados de África y
Asia dependan estrechamente de su desarrollo económico. Ese es,
asimismo, el problema que encaran, en circunstancias y planos
diversos, los pueblos latinoamericanos.
 
Cuba ha adoptado ya las medidas de orden interno encaminadas a
cimentar la estructura de una economía propia y diversificada y con
autonomía de movimiento en el mercado mundial. A ese efecto, ha
proscrito el latifundio y ha emprendido un amplio plan de reforma
agraria, que, aunado a un adecuado sistema fiscal, arancelario y
crediticio, constituye el supuesto indispensable de un
desarrollo industrial. Es difícil, sin embargo, alcanzar en poco
tiempo tan alto objetivo sin una cuantiosa cooperación internacional de
capital público. Las inversiones privadas extranjeras,
útiles y deseables si contribuyen al desarrollo nacional, y las
instituciones internacionales de crédito no están en condiciones de
proporcionar ni siquiera el mínimo de recursos económicos que
se necesitan. La Operación Panamericana, iniciativa del presidente
de Brasil, Juscelino Kubitschek, constituye, indisputablemente, uno de
los proyectos de mayor envergadura en ese campo. En la
reunión de la Comisión de los 21, efectuada en Buenos Aires a
principios de 1959, el Primer Ministro de Cuba, Fidel Castro, demandó de
los Estados Unidos de América, como solución efectiva del
problema del subdesarrollo en la América Latina, un financiamiento
público de 30 000 millones de dólares en un plazo de diez años. Ninguna
vía más idónea que esa para extinguir de raíz la
inestabilidad política latinoamericana y asegurar el perenne
florecimiento de la democracia representativa. Cuba renovará esta
demanda en la Conferencia Interamericana de Quito. Ni hay otra vía
que esa para consolidar el futuro de los países emancipados de
África y Asia. Las Naciones Unidas, comprometidas a velar por ese
futuro, están obligadas a proporcionarles la ayuda económica y la
asistencia técnica que requieren dichos países para acelerar sus
retrasadas economías y levantar sus niveles de ingresos y de empleo.
 
Cuba, parece obvio decirlo, se opone a toda discriminación por
motivos de raza, sexo, ideología o religión y, por ello, hace constar su
más severa protesta contra la política del apartheid y
contra todo tipo de persecución por disidencia ideológica o
confesional, aquende y allende las barreras que separan al mundo
oriental del mundo occidental.
 
Es oportuno recordar aquí, con honda amargura, la callada por
respuesta que dio esta organización a los angustiosos pedimentos de las
instituciones cívicas, profesionales, culturales y religiosas
de Cuba, para que, en nombre de la conciencia universal ultrajada,
se impusiera un alto a los desafueros, torturas y crímenes impunemente
perpetrados por la cruel dictadura de Batista.
 
En el ámbito regional, las repúblicas americanas han arrostrado
diversos problemas y situaciones conflictivas, localizadas
geográficamente en el área del Caribe. La V Reunión de Consulta de
Ministros de Relaciones Exteriores de las Repúblicas Americanas, que
tuvo su sede en Santiago de Chile, fue convocada oficialmente para
examinar las “tensiones” en dicha área. No cabe duda de que
los enemigos internacionales de la Revolución Cubana aspiraban a
sentar a Cuba, cuya actitud frente a las dictaduras residuales en el
hemisferio es bien sabida, en el banquillo de los acusados,
es decir, convertirla de agredida en agresora. Cuba aceptó el envite
planteado en la Organización de los Estados Americanos, como tema
central de la agenda, las relaciones entre el subdesarrollo
económico y la inestabilidad política. A nuestro juicio la reunión
de cancilleres solo tendría sentido y eficacia si iba, derechamente, a
determinar la causa profunda de las tensiones existentes
en el área del Caribe y en toda la América Latina, ya que
confinarlas a una región resultaba tan arbitrario como falso. La causa
profunda de las tensiones y trastornos políticos y sociales en la
América Latina, agudizados sobremanera en el área del Caribe por el
entronizamiento de estructuras autoritarias de poder, es el
subdesarrollo económico, con sus inevitables corolarios:
concentración de la propiedad rural, penuria masiva, analfabetismo,
insalubridad, dependencia comercial, capital absentista y despotismo
político. El tema, al cabo incluido en la agenda, tras
contumaz y absurda renuencia, fue tratado detenidamente en la
reunión de cancilleres, adoptándose, en la resolución correspondiente,
nuestro punto de vista, generalizado a toda la América Latina.
Cuba obtuvo, también, que la reunión se celebrase a puertas
abiertas, y, ante la opinión pública continental, lidió, tenazmente, por
el principio de no intervención, el respeto a los derechos
humanos, la intangibilidad del régimen de exiliados, la
incompatibilidad de las dictaduras con el sistema jurídico
interamericano y el derecho de todo estado a rechazar cualquier
investigación de
sus asuntos internos. Cúpole, igualmente, a Cuba, derrotar, en toda
línea, el proyecto de resolución creando una policía internacional que
violaba el orden constitucional americano y servía,
exclusivamente, los intereses de las dictaduras y de los consorcios
económicos que las apoyan. La posición internacional de Cuba salió
vigorosamente afirmada de la V Reunión de Consulta de
Ministros de Relaciones Exteriores.
 
La labor realizada por las Naciones Unidas en el campo económico,
social y educativo es digna de toda loa. En prueba de reconocimiento a
sus óptimos frutos, Cuba ha aumentado considerablemente,
este año, su contribución a los servicios de ayuda técnica. Y ha
cooperado económicamente, asimismo, al Año Mundial de los Refugiados,
aunque considera que la filantropía internacional es
insuficiente para resolver tan agudo y patético problema.
 
La nueva Cuba tiene aún fe en la misión confiada por los pueblos a
la Organización de las Naciones Unidas. Esta misión se resume en una
palabra: paz. Pero para merecer la paz hay que
conquistarla, y solo cabe conquistarla mediante un ahincado esfuerzo
a favor del entendimiento, la cooperación y la solidaridad
internacionales, fundados en el respeto a los fueros de la persona,
en el acceso del hombre común a los bienes que engendra con su
trabajo y en el señorío del espíritu sobre la técnica. Pan con libertad, pan sin
terror
, es el sustentáculo más firme de la paz sólida y perdurable que todos ansiamos.

La amnistía que causó
la devastación de Cuba
 
A
Rafael Díaz-Balart –cuñado por entonces de Fidel Castro- se le atribuye
haber pronunciado un discurso en la Cámara de
Representantes de Cuba en 1955, en contra de la amnistía que
finalmente se concedió a Fidel Castro y sus seguidores, encarcelados por
los sangrientos sucesos del 26 julio de 1953.

 
De ser cierto que pronunció ese discurso, hay que reconocerle que sus palabras resultaron proféticas. Esa amnistía
causó la devastación de Cuba.

 
Señor Presidente y señores representantes:
 
He
pedido la palabra para explicar mi voto, porque deseo hacer constar
ante mis compañeros legisladores, ante el
pueblo de Cuba y ante la Historia, mi opinión y mi actitud en
relación con la amnistía que esta Cámara acaba de aprobar y contra la
cual me he manifestado tan reiterada y enérgicamente. No me han
convencido en lo más mínimo los argumentos de la casi totalidad de
esta Cámara a favor de esa amnistía. Que quede bien claro que soy
partidario decidido de toda medida a favor de la paz y la
fraternidad entre todos los cubanos, de cualquier partido político o
de ningún partido, partidarios o adversarios del gobierno. Y en ese
espíritu sería igualmente partidario de esta amnistía o de
cualquier otra amnistía. Pero una amnistía debe ser un instrumento
de pacificación y de fraternidad, debe formar parte de un proceso de
desarme moral de las pasiones y de los odios, debe ser una
pieza en el engranaje de unas reglas de juego bien definidas,
aceptadas directa o indirectamente po r los distintos protagonistas del
proceso que se está viviendo en una nación.



Y esta amnistía que acabamos de votar desgraciadamente es todo lo
contrario. Fidel Castro y su grupo han declarado reiterada y
airadamente, desde la cómoda cárcel en que se encuentran, que
solamente saldrán de esa cárcel para continuar preparando hechos
violentos, para continuar utilizando todos los medios en la búsqueda del
poder total al que aspiran. Se han negado a participar en
todo proceso de pacificación y amenazan por igual a los miembros del
gobierno que a los de la oposición que deseen caminos de paz, que
trabajen a favor de soluciones electorales y democráticas,
que pongan en manos del pueblo cubano la solución al actual drama
que vive nuestra patria.



Ellos no quieren paz. No quieren solución nacional de tipo alguno,
no quieren democracia, ni elecciones ni confraternidad. Fidel Castro y
su grupo solamente quieren una cosa: el poder, pero el
poder total, que les permita destruir definitivamente todo vestigio
de Constitución y de ley en Cuba, para instaurar
la más cruel, la más bárbara tiranía,
una tiranía que enseñaría al pueblo el verdadero significado de lo
que es la tiranía, un régimen totalitario, inescrupuloso, ladrón y
asesino
que sería muy difícil de derrocar por
lo menos en 20 años. Porque Fidel Castro no es más que un psicópata
fascista, que solamente podría pactar desde el poder con las fuerzas del
comunismo internacional, porque ya el fascismo fue
derrotado en la Segunda Guerra Mundial, y solamente el comunismo le
daría a Fidel el ropaje pseudo-ideológico para asesinar, robar, violar
impunemente todos los derechos y para destruir en forma
definitiva todo el acervo espiritual, histórico, moral y jurídico de
nuestra República.



Desgraciadamente hay quienes, desde nuestro propio gobierno tampoco
desean soluciones democráticas y electorales, porque saben que no pueden
ser electos ni concejales en el más pequeño de
nuestros municipios. Pero no quiero cansar a mis compañeros
representantes. La opinión pública del país ha sido movilizada a favor
de esta amnistía. Y los principales jerarcas de nuestro gobierno
no han tenido la claridad y la firmeza necesarias para ver y decidir
lo más conveniente al Presidente, al Gobierno y, sobre todo, a Cuba.
Creo que están haciéndole un flaco favor al Presidente,
sus ministros y consejeros que no han sabido mantenerse firmes
frente a las presiones de la prensa, la radio y la televisión.



Creo que esta amnistía, tan imprudentemente aprobada, traerá días,
muchos días de luto, de dolor, de sangre y de miseria al pueblo cubano,
aunque ese propio pueblo no lo vea así en estos
momentos.



Pido a Dios que la mayoría de ese pueblo y la mayoría de mis
compañeros representantes aquí presentes, sean los que tengan la razón.
Pido a Dios que sea yo el que esté equivocado. Por
Cuba.


El informe secreto de Jruschov
Tania Díaz Castro
10 de septiembre de 2007
 
Leer
el informe secreto contra José Stalin, escrito y leído por Nikita
Jruschov el 25 de febrero de
1956 ante el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética
(PCUS) pone los pelos de punta a cualquiera. Jruschov puso al
descubierto ante los marxistas-leninistas del mundo las víctimas
que ocasionó Stalin mediante el sistema de terror que implantó en su
país.

 
Aún así, los guerrilleros al mando del gobierno cubano, a partir de 1959, hicieron oídos sordos a tan
lúgubre y espantosa historia y proclamaron a la Isla fiel seguidora de las ideas y el ejemplo soviéticos.

 
El
Informe de Jruschov no fue tan secreto, aunque le diera lectura en
sesión cerrada y no formara parte
de las resoluciones emitidas por los congresistas en aquella
ocasión. Numerosas copias fueron distribuidas a los niveles intermedios
del PCUS y otras enviadas a numerosos gobiernos extranjeros,
incluyendo Washington. Sin embargo, el texto íntegro del informe fue
conocido por los ciudadanos soviéticos en 1988.

 
El
informe revela con lujo de detalles las persecuciones en masa, los
métodos crueles utilizados contra
los llamados “enemigos del pueblo”, cuya única prueba de
culpabilidad era la confesión, obtenida por medio de torturas físicas y
psicológicas.

 
Señala
el informe cómo Stalin descartó el método de lucha ideológica, e
implantó el sistema de
violencia administrativa, las detenciones y deportaciones de miles
de personas, las ejecuciones sin previo juicio y sin una investigación
formal, sobre todo contra miembros del Comité Central,
ocasionando la muerte de mucha gente inocente. Los estimados
difieren, los más conservadores le atribuyen a Stalin alrededor de
veinte millones de víctimas y los más altos, alrededor de 60,
incluyendo las muertes por hambrunas innecesarias, en campos de
concentración, ejecuciones por motivos políticos, etc.

 
Cuando
la viuda de León Trotski supo del famoso informe, declaró a la prensa
europea en junio de 1956:
“Como Jruschov y Bulganin acusan a Stalin de ser un asesino, se
están acusando a sí mismos, puesto que fueron sus cómplices”.

 
Y
era cierto. Nikita Jruschov fue organizador del Partido Comunista en
1921, miembro del Comité Central
en 1934, primer secretario del Comité de Moscú en 1935, miembro
pleno destinado al Soviet Supremo en 1939 y primer secretario del Comité
Central y jefe de gobierno desde 1953 hasta 1964. Desde
todos esos cargos participó en las purgas estalinistas y contempló
en silencio sus crímenes.

 
Igual
que José Stalin, Jruschov practicó el culto a la personalidad y cometió
graves errores económicos
y políticos, tales como la desorganización económica de la antigua
URSS, razones por las que fue acusado en 1964 y expulsado en 1966 del
Partido Comunista. En sus últimos años de mandato mantuvo
muy buenas relaciones de amistad con Fidel Castro. Se encontraron
por primera vez en el hotel Theresa, en Harlem, New York, en 1960, y más
tarde en Moscú, donde el líder guerrillero permaneció
más de un mes, compartiendo cenas, cacerías y paseos en compañía del
soviético, quien le ofreció jugosos créditos al régimen de la Isla.

 
Junto a José Stalin, Nikita Jruschov fue, sin duda, fuente de inspiración para el régimen
castrista.

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