EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO
Hay veces que lo absurdo se nos antoja ireal e imposible, pero la realidad nos despierta y golpea fuerte.
Nacionalizando el Síndrome de Estocolmo
Por: Ernesto Morales, desde Bayamo, Cuba
                      14                      Nov                     
No se  trata de humor negro esta vez: la Central de Trabajadores de Cuba  (CTC), luego de concluir una sesión ampliada el pasado 1ro de noviembre,  puso en tinta firme su maridaje incondicional con el Gobierno, ahora  ante el inminente despido de medio millón de “no idóneos” antes del  abril próximo.
Y como era de esperar, lo hizo sin rubor.
Salvador  Valdés Mesa, el secretario general del único sindicato del país, afirmó  que los trabajadores respaldarán estas medidas de reorganización  laboral, y que lo harán de forma consecuente y masiva. Incrédulos de  medio mundo, desconfiados permanentes: podrá parecerles surrealista,  pero está recogido en nuestra prensa de papel, y nuestra prensa digital.  Pueden correr a leerlo.
Traduciendo  los hechos, diríamos que la organización cuya esencia y definición es  la defensa a ultranza de los derechos de los trabajadores, levanta una  mano, pone la otra en la Biblia, y jura fidelidad al desempleador en  contra del desempleado.
¿Habrá otro país donde semejantes absurdos acontezcan con tanta celeridad?
No  nos puede tomar por sorpresa. La misma Central de Trabajadores de Cuba,  en un comunicado reproducido en nuestros medios, fue la portavoz oficial  de los despidos que bajo el eufemismo de “proceso de idoneidad” ya  comenzaron en todo el país.
Por  cierto, el actual tablero de ajedrez nos ha entregado otro aporte al  argot revolucionario: sucede que en Cuba, en lo adelante, no habrá  despedidos ni desempleados. Habrá “no idóneos” y “disponibles”. Así lo  decidió la dirigencia iluminada, así lo materializará nuestra prensa  obediente.
Sin  embargo, lo más interesante que acontece por estos días en los centros  laborales cubanos, lo digno del teatro bufo, son las reuniones que los  propios sindicatos locales están sosteniendo con sus miembros, los  trabajadores corrientes.
Se trata de encuentros preparatorios, donde se efectúa un lobby  a lo que vendrá, y se explica lo más dramáticamente posible el estado  comatoso de la economía nacional. (Léase: el estado comatoso al que  nadie más que el propio Gobierno ha conducido a la economía nacional).  El segundo paso es convencer a los despedidos potenciales de la  necesidad de sacarles del juego. Y en función de ello, se les pide no  que acepten la realidad, sino que la apoyen y promuevan.
Veamos  un referente útil: la más famosa novela sobre el totalitarismo de la  literatura universal. ¿Alguien recuerda cómo termina el 1984 de George Orwell?, pues con la “vaporización” del librepensador Winston Smith por parte de los representantes del poder.
Pero  antes de deshacerlo como ser social, individual y biológico, los  represores se tomaron un trabajo especial: convencerlo de su error,  mostrarle la falacia de discrepar con el Gran Hermano, y conseguir que  terminara amando al líder. Después de purificada su alma, se le  desaparecía.
Creo  que no hay metáfora más exacta de lo que ocurre hoy en nuestro país que  aquella invención novelada: el Gobierno ha decidido poner de patitas en  la calle a 500 mil cubanos, pero no de cualquier forma, sino de tal  manera que esos cubanos respalden la misma resolución que les convierte  en “disponibles”.
El  principal escollo de estas reuniones de los sindicatos con los  trabajadores ha radicado en un aspecto puntual: cómo convencer a los  futuros desvinculados de que en verdad podrán ganarse la vida a partir  de las nuevas opciones que el Estado acaba de concretar.
No se  necesita de un cerebro privilegiado para comprender que casi ninguna de  las 178 actividades económicas que recién se legalizaron, permite una  subsistencia medianamente decorosa, por no hablar de prosperidad o  calidad de vida.
La  razón es primaria: no hay manera de sobrevivir cortándole el pelo a los  perros, o cuidando parques o baños públicos, en un país donde se paga el  240 porciento de impuestos por los productos de primera necesidad, y  donde cada día el valor real de la moneda se devalúa frente a los  precios de la electricidad, el transporte público, y la alimentación.  (El pasado 29 de octubre la Empresa Eléctrica anunció otro aumento de su  ya altísima tarifa para quienes consuman más de 300 kWh por mes.)
Peor  aún, lo que pocos parecen haber notado es que las nuevas oportunidades  que supuestamente el Estado ofrece, son en verdad nuevas formas de  vaciar los esquilmados bolsillos de nuestros compatriotas.
Veamos:  mientras hasta hace poco un infeliz desmochador de palmas, o un  repasador de matemáticas, podía hacer su trabajo sin tener que rendir  cuentas a nadie por ello, ahora no sólo ganará la misma miseria que  antes, sino que estará obligado a sacarse una patente, y pagar impuestos  fijos por su pequeña actividad. El panorama, aunque ellos mismos no lo  comprendan todavía, es desolador.
Entonces,  de cara a un proceso donde los obreros no han sido otra cosa que  víctimas de la ineficacia del sistema que se les ha impuesto, donde han  caído en la red de improductividad inherente a las economías  centralizadas, y donde nadie más que la clase gobernante tiene culpas en  este enredo al que se le busca solución, ¿qué hace el único asidero al  que supuestamente podría aferrarse el desempleado?, ¿qué hace el  sindicato al que debe tributarle un porciento de su salario cada mes? No  lo abandona a su suerte. Peor: lo lleva de la mano, dulcemente, rumbo  al precipicio.
Creo  que pocos ejemplos confirman de mejor manera el daño visceral que causan  los regímenes totalitarios a la institucionalidad y a las  organizaciones. Esto que el Gobierno cubano ha puesto en práctica  desacredita aún más, pervierte aún más, y diluye aún más la esencia de  una organización que en otras partes del mundo constituye el principal  dolor de cabeza de empresarios y políticos, por cerrar filas con las  víctimas en contra de sus victimarios.
¿Podría  haber tenido -¡incluso dentro de este mismo sistema!- otra función más  decorosa el Sindicato de Trabajadores de Cuba? Para mí, sí. Podría haber  sido, al menos, el negociador público de las condiciones de estos  despidos, podría haber “regateado” el número de plantillas por  desinflar, o podría haber presionado a los dirigentes para que esos  desempleados tuvieran en lo adelante reales opciones de ganarse la vida  en negocios privados, como no fuera forrando botones o creando una  pareja de baile “Benny Moré”.
Pero  el papel que se ha reservado para la organización, y que esta ha  aceptado sin rechistar, es el más bochornoso de todos los posibles:  “tome usted esta daga, clávesela en el pecho, y sonría por favor”.
El  Síndrome de Estocolmo, una de las patologías más sui géneris entre los  trastornos psíquicos del hombre, describe el comportamiento de un  secuestrado que termina por solidarizarse con el captor y llega a  colaborar con este en su propio cautiverio.
Nuestro  Ministerio de Relaciones Exteriores le otorgó recientemente a la  guayabera el título de prenda diplomática oficial. Que a nadie tome por  sorpresa si en breve la Sociedad Cubana de Psiquiatría (a solicitud de  la  Central de Trabajadores, claro está) proclama al Síndrome de  Estocolmo como la patología nacional.
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