¿Cuántos
amigos y compañeros de trabajo se dijeron hasta alma mía, se odiaron
hasta la muerte y casi se fueron a las manos por un ventilador ruso, o
por cualquier otro artefacto, que en el mundo entero Ud. puede comprar
en la tienda. Pero en Cuba, había que ir al circo romano de las
asambleas a “matar a un amigo” con tal de tener el derecho de comprar
una lavadora rusa. Eso era odio y envidia solapados.
Pero ahí no para la cosa. Llegaron los acontecimientos de la Embajada del Perú. La frase del momento era gritarles “!Que se vayan!”, “Traidores”, “Gusanos”.
Miles fueron convocados por el gobierno cubano a cazar a todo aquél que
se oliera se iba del país para vociferarle la frasecita, caerle a
palos, y cortarle el agua y la luz, cuando se descubría su residencia.
Recuerdo en aquél año 80, como un tecnico de rayos x fue apaleado y
arrastrado por una turba por sus propios compañeros de trabajo del
policlinico Esperanza no recuerdo su nombre pero termino en el hospital
con derame de tantos huevos que le tiraron .Días después Fidel Castro en
un discurso aseguraba que a nadie se le había tocado ni un pelo. Todas
estas manifestaciones eran los resultados de la inducción masiva de odio
y de envidia en nuestro pueblo.
Llegaba agosto de 1994. El
Maleconazo ha sido uno de los capítulos más vergonzosos de Cuba cuando
miles de trabajadores de la brigada de construcción Blas Roca fueron
enviados de emergencia a apalear brutalmente a cientos que marchaban por
la calle Galiano, San Rafael, y el Malecón habanero gritando “Libertad,
Libertad”.
El odio y la envidia fueron las herramientas
básicas para demoler a quienes reclamaban. Nadie olvidará esos días,
donde el gobierno volvió a echar a pelear a su propio pueblo.
Pero ese odio ha llegado lejos, pues Castro se ha encargado de ello.
Cuando un cubano residente en el exterior pisa un aeropuerto de la isla,
la primera manifestación de esos viles pecados está en la Aduana
cubana. Los lectores saben cómo se comportan muchos de estos
funcionarios. Odian a los que tienen, porque ellos no tienen, una máxima
del castrismo. Y comienzan los abusos y las vejaciones. Nadie se puede
quejar.
Pero ese momento no es tan grave como cuando las turbas
callejeras golpean a las Damas de Blanco, a las mujeres y los hombres
de Palma Soriano, de Río Verde, del Parque de la Fraternidad, y de
Cuatro Caminos. Son las brigadas de Respuesta Rápida, integradas por
quienes consumen el veneno gubernamental.
Son sus propios
vecinos traicionados por el odio y la envidia inoculados en su sangre
por Castro, quienes arremeten contra estos pacíficos ciudadanos.
No queda mucho por decir. Hace más de 53 años muchos pensaron que todo sería mejor que antes, pero no fue así.
En Cuba ha crecido un cruel odio y una rabiosa envidia gracias a la
perversa estrategia de Fidel Castro, definitivamente un hombre que no
supo morirse a tiempo.
amigos y compañeros de trabajo se dijeron hasta alma mía, se odiaron
hasta la muerte y casi se fueron a las manos por un ventilador ruso, o
por cualquier otro artefacto, que en el mundo entero Ud. puede comprar
en la tienda. Pero en Cuba, había que ir al circo romano de las
asambleas a “matar a un amigo” con tal de tener el derecho de comprar
una lavadora rusa. Eso era odio y envidia solapados.
Pero ahí no para la cosa. Llegaron los acontecimientos de la Embajada del Perú. La frase del momento era gritarles “!Que se vayan!”, “Traidores”, “Gusanos”.
Miles fueron convocados por el gobierno cubano a cazar a todo aquél que
se oliera se iba del país para vociferarle la frasecita, caerle a
palos, y cortarle el agua y la luz, cuando se descubría su residencia.
Recuerdo en aquél año 80, como un tecnico de rayos x fue apaleado y
arrastrado por una turba por sus propios compañeros de trabajo del
policlinico Esperanza no recuerdo su nombre pero termino en el hospital
con derame de tantos huevos que le tiraron .Días después Fidel Castro en
un discurso aseguraba que a nadie se le había tocado ni un pelo. Todas
estas manifestaciones eran los resultados de la inducción masiva de odio
y de envidia en nuestro pueblo.
Llegaba agosto de 1994. El
Maleconazo ha sido uno de los capítulos más vergonzosos de Cuba cuando
miles de trabajadores de la brigada de construcción Blas Roca fueron
enviados de emergencia a apalear brutalmente a cientos que marchaban por
la calle Galiano, San Rafael, y el Malecón habanero gritando “Libertad,
Libertad”.
El odio y la envidia fueron las herramientas
básicas para demoler a quienes reclamaban. Nadie olvidará esos días,
donde el gobierno volvió a echar a pelear a su propio pueblo.
Pero ese odio ha llegado lejos, pues Castro se ha encargado de ello.
Cuando un cubano residente en el exterior pisa un aeropuerto de la isla,
la primera manifestación de esos viles pecados está en la Aduana
cubana. Los lectores saben cómo se comportan muchos de estos
funcionarios. Odian a los que tienen, porque ellos no tienen, una máxima
del castrismo. Y comienzan los abusos y las vejaciones. Nadie se puede
quejar.
Pero ese momento no es tan grave como cuando las turbas
callejeras golpean a las Damas de Blanco, a las mujeres y los hombres
de Palma Soriano, de Río Verde, del Parque de la Fraternidad, y de
Cuatro Caminos. Son las brigadas de Respuesta Rápida, integradas por
quienes consumen el veneno gubernamental.
Son sus propios
vecinos traicionados por el odio y la envidia inoculados en su sangre
por Castro, quienes arremeten contra estos pacíficos ciudadanos.
No queda mucho por decir. Hace más de 53 años muchos pensaron que todo sería mejor que antes, pero no fue así.
En Cuba ha crecido un cruel odio y una rabiosa envidia gracias a la
perversa estrategia de Fidel Castro, definitivamente un hombre que no
supo morirse a tiempo.
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