Un joven camina desnudo y herido. La cabeza inclinada, los hombros
rígidos. Se cubre con las manos los genitales. Hay en su imagen, una
fragilidad que resulta trágica,
dolorosa, implacable. Esa soledad de la victima, ese silencio roto del
que sufre la herida y no puede ocultar. Camina por un paisaje que
resulta conocido para muchos venezolanos, un lugar donde aprendieron el
valor del aprendizaje, la moral y la capacidad para aprender: La
Universidad Central de Venezuela.
Desnudar a un ser humano es
un gesto de humillación de una crueldad inaudita. Y es probablemente esa
imagen, la de un estudiante Venezolano desnudo y golpeado en el mismo
lugar que debió protegerle, en el símbolo mismo del corazón académico
del país, la que mejor demuestre que la violencia en nuestro país cruzó
una linea que empuja al país a un abismo imprevisible, a un riesgo de
una tragedia de proporciones imprevisibles. Más allá de toda ideología,
simpatía política y opinión, se encuentra el odio, el imperdonable, el
que abre heridas incurables, cicatrices imborrables. Hablamos de una
visión de país deplorable, que se derrumba en medio de la incertidumbre,
que deja claro que lo que padecemos más allá de un debate de pareceres
sociales, es una profunda grieta en el corazón mismo de nuestro
gentilicio.
Esa es la Venezuela que nos hereda 15 años de ideología roja.
rígidos. Se cubre con las manos los genitales. Hay en su imagen, una
fragilidad que resulta trágica,
dolorosa, implacable. Esa soledad de la victima, ese silencio roto del
que sufre la herida y no puede ocultar. Camina por un paisaje que
resulta conocido para muchos venezolanos, un lugar donde aprendieron el
valor del aprendizaje, la moral y la capacidad para aprender: La
Universidad Central de Venezuela.
Desnudar a un ser humano es
un gesto de humillación de una crueldad inaudita. Y es probablemente esa
imagen, la de un estudiante Venezolano desnudo y golpeado en el mismo
lugar que debió protegerle, en el símbolo mismo del corazón académico
del país, la que mejor demuestre que la violencia en nuestro país cruzó
una linea que empuja al país a un abismo imprevisible, a un riesgo de
una tragedia de proporciones imprevisibles. Más allá de toda ideología,
simpatía política y opinión, se encuentra el odio, el imperdonable, el
que abre heridas incurables, cicatrices imborrables. Hablamos de una
visión de país deplorable, que se derrumba en medio de la incertidumbre,
que deja claro que lo que padecemos más allá de un debate de pareceres
sociales, es una profunda grieta en el corazón mismo de nuestro
gentilicio.
Esa es la Venezuela que nos hereda 15 años de ideología roja.
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