Sucedió el 29 de abril del 2012
The End
Por Ernesto Morales. El Pequeño Hermano
Nunca me gustaron las despedidas. Como a casi nadie, creo. Pero solo porque le damos a un acto normal, parte de este ejercicio que es vivir, una connotación especialmente lúgubre. Y de buenas despedidas también están hechos los buenos acontecimientos.
Este blog nació el nueve de julio de hace dos años, y nació por una razón incontestable: era mi blog o mi equilibrio emocional. Necesitaba escribirlo. Era el acto de rebeldía y autorrealización más genuino que he tenido hasta hoy.
Sin embargo, defiendo con uñas y dientes el concepto de la evolución. Defiendo la idea de que todo, absolutamente todo lo que conforma nuestras existencias, tiene principio y fin. Aun las cosas más valoradas, necesitadas, hermosas.
Tenemos amigos que aparecieron alguna vez en nuestras vidas y jugaron un rol determinante. Se convirtieron en imprescindibles. Y luego volvieron a desaparecer. Cuando nos juntamos alguna vez o nos junta la casualidad, revivimos el afecto pero sobre todo los recuerdos: lo que somos quedó en el pasado. Nos duele admitirlo, pero en el presente somos casi desconocidos.
Bueno, también así concluyo hoy este blog. Creo que he dejado de necesitarlo. Y en prácticamente nada de mi vida actúo por rutina. Nunca escribo, discuto, amo, leo, veo o practico deportes, por rutina.
Cuando pierdo esa motivación vital que me enciende la creatividad, la imaginación o la razón, me deshago del cadáver. Sin mucho esfuerzo. Como se deshacía el griego Diógenes de su barril o su escudilla, únicas pertenencias que le acompañaban en su existencia frugal.
El origen de este blog nunca fue escribir por “la causa de Cuba”. No solo porque aquí he escrito artículos que nada tienen que ver con ello, sino porque por encima del destino de mi país está mi propio destino. Escribir siempre fue para mí cien veces más vital que escribir sobre o para Cuba. Escribir porque sospecho, sin certeza del todo, que es mi verdadera razón de ser.
Hoy aquella motivación obsesa que en Cuba me hacía publicar hasta cuatro textos por semana ha desaparecido. Quizás porque tengo otras maneras de hacer valer mi opinión política, religiosa, sexual, artística, sin recibir graves consecuencias por ello. Quizás porque algo dentro de mí sabe que es momento de evolucionar.
Y que es tiempo de escribir algo más.
Desde luego, el periodismo escrito ha sido y seguirá siendo una de mis pasiones. Artículos míos seguirán circulando en la red ocasionalmente, cuando esa motivación inherente a los buenos textos me mueva a teclear dos o tres cuartillas y echarlas a navegar.
Pero este Pequeño Hermano, la decisión más determinante, arriesgada y acertada que he tomado en mi vida hasta hoy, aquella decisión que les arrancó el sueño a los míos, de puro pánico, en un país donde atreverse a escribir sin ataduras es un acto de locos, cierra su ciclo de casi dos años con 115 artículos, varios miles de hits semanales, y una legión de amigos virtuales que no tendrán nunca idea de cuánto significaron en su apoyo de lectores y comentaristas.
Mi blog me agenció el respeto de cientos de personas en mi ciudad natal. Jamás olvidaré a aquellos desconocidos que de repente me abordaban en plena calle, la voz baja, y extraían del bolsillo trasero algunas hojas dobladas con mis artículos impresos. Se los llevaban a alguien más.
Mi blog me presentó algunos de los mejores profesionales y amigos que he tenido la dicha de conocer en los Estados Unidos. Mi blog me hizo perder mi nombre en muchos círculos. El Ernesto que he sido por 27 años se convirtió, simplemente, en El Pequeño Hermano o El Peke.
Así me siguen llamando, también, los diligentes agentitos de poca monta que cobraban un salario en mi ciudad por estar al tanto de mí, y que con cierta regularidad le comentan a los míos sobre mis escritos. “¿Viste lo que colgó ahora nuestro Pequeño Hermano?”
A todos, amigos virtuales y policías disfrazados de civil, lectores, colaboradores con datos o temas, a los que hicieron de pinchar en mi link un hábito dos veces por semana, a todos mi gratitud eterna y la certeza de que sin sus atenciones este blog habría muerto al nacer.
A otros les quedará siempre París. A mí, para contarles a mis hijos, me quedará siempre este espacio libre, irreverente y ambicioso, como prueba del mayor ejercicio de vocación por la escritura y la libertad que tuve en mi joven adultez.
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